Como muchos de ustedes, he estado esperando la nueva encíclica del Papa Francisco acerca del cuidado de la creación.
Anoche, cuando estaba pensando acerca de esta columna, recibí por fin mi copia de Laudato Si’ (“Alabado Seas”), cuyo título se deriva del gran himno de San Francisco de Asís en honor de la tierra que es nuestro hogar común.
Laudato Si’ es un documento largo —de más de 100 páginas— y he tenido tiempo de leerlo sólo una vez. Por eso sólo puedo ofrecer mis primeras impresiones.
La mayor parte del énfasis de los medios de comunicación ha sido sobre la “postura” del Papa respecto a temas que son controvertidos en nuestra política.
Y su carta contiene consideraciones importantes y firmes sobre temas como el cambio climático, la desaparición de especies vegetales y animales, la cultura del desperdicio y los estilos de vida consumistas, y las desigualdades globales en la distribución de la riqueza y el acceso a los recursos.
Estos pasajes de la encíclica merecen una cuidadosa relectura. Pero lo que me llama la atención en esta primera lectura de la encíclica es el sentido de urgencia y el tono personal que tiene. Laudato Si’ no es tanto una obra sobre la política o la economía; se trata más bien de una reflexión moral y espiritual sobre nuestro tiempo.
El Papa basa sus reflexiones en la realidad de que toda la creación y todas las cosas creadas tienen un Creador.
“La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo”, escribe el Papa. “Porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses”.
Dice el Papa que en el designio de Dios, el mundo y todo el orden natural son obra de su amor.
“El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado… Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su cariño”.
En Laudato Si’, a menudo vemos al Papa escribiendo en un tono poético y hasta místico. Él escribe: “Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios”.
El Papa Francisco nos recuerda que la persona humana está en el centro del plan de Dios para la creación, que es creada a imagen de Dios y que podemos ver “la inmensa dignidad de cada persona humana”.
Aunque acepta la teoría científica de la evolución, el Santo Padre rechaza cualquier intento de “reducir” a los seres humanos a meros productos de procesos naturales. Hay algo más en la persona humana, algo sagrado.
“La capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad, la interpretación, la elaboración artística y otras capacidades inéditas muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico”, escribe. “La novedad cualitativa que implica el surgimiento de un ser personal dentro del universo material supone una acción directa de Dios, un llamado peculiar a la vida y a la relación de un Tú a otro tú”.
La “ecología humana” y la familia tienen un lugar especial en la visión del Papa Francisco.
Él rechaza aquellos que exacerban las preocupaciones ambientales en detrimento de las necesidades humanas. Critica el “relativismo cultural” y “una obsesión por negar toda preeminencia a la persona humana”, en la que “se lleva adelante una lucha por otras especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre los seres humanos”.
Además, usa palabras fuertes para condenar a aquellos que proponen el control de la natalidad y el aborto como soluciones a los problemas ambientales.
Las políticas internacionales que promueven el control de la población sólo sirven para reforzar la injusticia económica y la degradación ambiental. El Papa escribe:
“Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de… legitimar así el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo”.
Acerca del aborto, dice: “Dado que todo está relacionado, tampoco parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades”.
Una y otra vez, el Papa reitera lo que se ha convertido en un tema clave de su pontificado: la necesidad de recuperar el sentido de responsabilidad por los demás: “Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos”.
Como antídoto para los estilos de vida consumistas y para la cultura del desperdicio, el Papa Francisco propone la espiritualidad cristiana. Nuestra fe, dice, nos lleva a un estilo de vida, a “una actitud del corazón” que se caracteriza por la moderación, la humildad y la gratitud; y encuentra la felicidad en las pequeñas cosas de la vida y “se entrega a cada momento como don divino que debe ser plenamente vivido”.
En la misma línea, el Santo Padre propone el ejemplo de los santos. No sólo el de San Francisco, de quien tomó su nombre y quien fue la inspiración para esta nueva carta, sino también el de Santa Teresa de Lisieux y su “pequeño camino del amor” cuya práctica nos ayuda a “no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad”.
El Papa nos llama a todos a volver —de manera individual pero también como familias— a la práctica de dar gracias a Dios antes y después de cada comida:
“Ese momento de la bendición, aunque sea muy breve, nos recuerda nuestra dependencia de Dios para la vida, fortalece nuestro sentido de gratitud por los dones de la creación, reconoce a aquellos que con su trabajo proporcionan estos bienes y refuerza la solidaridad con los más necesitados”.
La carta del Papa concluye con una hermosa reflexión acerca de los sacramentos como la puerta de entrada para redescubrir una nueva relación con la creación y con los elementos del mundo natural.
“En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación”, dice. “La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él”.
Hay mucho más que decir sobre Laudato Si’. Espero continuar esta reflexión en mi columna de la próxima semana.
Así que recemos unos por otros esta semana.
Y pidámosle a María, la Reina de toda la creación, que nos ayude a descubrir al Dios vivo en los dones de su creación, y a servirlo, sobre todo, en la persona de los pobres y los vulnerables.
*La columna de opinión de Mons. José Gomez está disponible para ser utilizada gratuitamente en versión electrónica, impresa o verbal. Sólo es necesario citar la autoría (Mons. José Gomez) y el distribuidor (ACI Prensa)