ACRISOLANDO LA FE
“O la Fe es sencilla y transparente o es una traición a la misma Fe”
Eso venía a decir el obispo Munilla, obispo de San Sebastián, en una luminosa charla en Radio María, hace pocos días.
Y ponía un ejemplo esclarecedor:
Cierto día vino un teólogo, de ésos que todo lo complican, a una parroquia a disertar ante unos feligreses. Y explicó, alambicadamente, que Cristo tuvo una resurrección interior o espiritual y que no se trataba – no era lo importante – de una resurrección física.
Y al final de su pesado discurso, un parroquiano humilde planteó una pregunta:
“Me ha surgido una duda: ¿Cristo resucitó o no?”
Así, estos teólogos resabidos atacan y minan la Fe de los sencillos. Y hay que tener presente, como decía el obispo: “Lo no explicable a los sencillos no es católico”.
Esto resulta evidente si escuchamos las palabras en que el mismo Señor proclama que los misterios de la Fe son revelados a la gente sencilla, a los pequeños, mientras que les están vedados a los sabios de este mundo:
(Véase Lucas 10, 21): “En aquella hora se sintió (Jesús) inundado de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Es Padre porque tal ha sido tu beneplácito”.
Y queda corroborado lo anterior por la frase evangélica: “Si no os hicierais como niños no entrareis en el Reino de los Cielos”.
Por otra parte, como sucede en nuestro ejemplo, estos teólogos pedantes con su teología-ficción vienen a negar la omnipotencia de Dios: ¿Qué le cuesta a Dios acompañar los aspectos espirituales de la resurrección de Cristo con su resurrección física? ¿O quiénes somos nosotros para poner límites a Dios?
Y ya el apóstol San Pablo nos advierte, frente a los que niegan la resurrección: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es nuestra fe” (I Cor 15, 14). Y el mismo San Pablo nos narra una aparición de Cristo Resucitado a más de 500 hermanos (I Cor 15, 6).
Estos aludidos teólogos carecen pues de fe en el Nuevo Testamento y, en particular en el Evangelio, en que se nos afirma claramente la resurrección física de Jesús: incluso al incrédulo apóstol Tomás le es dado introducir sus dedos en las llagas del Resucitado y su mano en la llaga de su costado. (Juan 20, 26-29).
Y más peligroso que negar abiertamente una verdad de fe, un dogma, un misterio, es afirmarlo con la boca y negarlo con la cabeza y el corazón: Lo primero no engaña a nadie, el que tal hace se aparta claramente de la verdadera Fe. En cambio lo segundo puede engañar a oyentes incautos, seducidos por la palabrería con ínfulas de saber.
Y las persecuciones abiertas y claras engendran mártires. En cambio, la persecución disimulada puede engendrar apóstatas.
Ya la Sagrada Escritura nos advierte de que llegarán tiempos en que la verdad será tergiversada y falsificada:
“…en los últimos tiempos apostarán algunos de la Fe, dando oídos al espíritu del error y a las enseñanzas de los demonios…” (I Timoteo 4, 1-5)
Y el Apóstol nos amonesta a que no nos dejemos seducir por doctrinas extrañas: “Ayer, como hoy, Cristo es el mismo y lo será siempre. No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas. Mejor es fortalecer el corazón con la gracia que con alimentos que nada aprovecharon a los que siguieron ese camino” (Hb 13, 8-9)
Añadamos, además, que la Fe no es sólo una luz para la inteligencia, sino sobre todo una luz para el corazón. La Fe – ha dicho el Papa Francisco (no cito literalmente) – “es abandonarse a la misericordia paternal de Dios”.
Así pues, tratar la Fe como si de una especulación intelectual se tratara, es una traición a la verdadera Fe.
Javier Garralda Alonso