“No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad”. Así de contundente se expresaba el Papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, del año 2013. Tenemos aquí un contraste de imágenes que pueden ayudarnos en la reflexión: la bolsa de plástico en la que el anciano en situación de calle guarda sus escasas pertenencias, en oposición a la bolsa del mercado de valores.
Resulta que el próximo día 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, este año con el lema “Un planeta sin contaminación por plásticos”. Quedan algunas semanas para esta iniciativa. Ahora bien, la importancia de la misma es de tal calado que conviene que nos vayamos sensibilizando al respecto. Sobre todo, es esencial que inculquemos a las nuevas generaciones, cada vez con mayor pujanza y constancia, una mentalidad que respete y salvaguarde el entorno en que vivimos. No podemos seguir maltratando nuestro planeta.
La basura plástica está causando un daño enorme. Vemos desechos plásticos por todas partes: en la playa, en la costa, en las carreteras, en el agua, en los peces y en las aves marinas. Cada bolsa de plástico que arrojamos, cada pajita de plástico que tiramos, contribuye a engradecer el problema. Lo peor de todo son los microplásticos, esas partículas pequeñas, diminutas, casi imperceptibles, que se forman por la abrasión de neumáticos de automóviles, por descomposición de las botellas y bolsas de plástico que van a parar al mar, por la fragmentación de sustancias que aparecen contenidas en cosméticos o por los residuos generados por la fibra sintética de la ropa. Todo esto que se deposita en el fondo de los océanos acaba siendo ingerido, de una u otra forma, por esos peces, mariscos y crustáceos que nosotros compramos en el supermercado y luego nos comemos. Al final, esos pedacitos minúsculos de plástico terminan en nuestro cuerpo. Esto, por desgracia, que cada vez es más normal, es al mismo tiempo cada vez más peligroso.
El 5 de junio se acerca. Detengámonos un momento. Revisemos nuestro comportamiento a la luz de esta iniciativa de la ONU. El cuidado del medio ambiente no es un argumento de poca monta. Afecta a todos. Es de vital importancia. No puede dejarnos indiferentes. Basta para ello que miremos nuestros mares, cada vez más colmados de basura; nuestras calles y plazas, nuestros jardines… No es raro que en muchos sitios nos encontremos con porquería acumulada y mucha de ella contiene residuos plásticos. ¿Seguiremos contaminando? ¿Cambiaremos de rumbo, de mentalidad, de estilo de vida?
El Día Mundial del Medio Ambiente es un evento que nos ofrece una oportunidad propicia para reflexionar acerca de la única y compleja crisis socio-ambiental en que vivimos (Laudato Si’, n. 139) y, concretamente, acerca de las relaciones entre medio ambiente y el reto de “poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible”, como dice el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030.
Desde la síntesis de la baquelita, en 1907, hasta los superpolímeros de la actualidad, los plásticos han modificado todos los ámbitos de nuestra vida. Son ya omnipresentes en nuestros hogares, lugares de trabajo y momentos de ocio, y han transformado nuestros modos de vestir, medios de transporte y estilos de alimentación. Vivimos, sin exagerar, en la era del plástico. Son claros los avances que el plástico ha permitido, pero también son evidentes sus excesos y riesgos. No se trata de demonizar el uso de plásticos, sino de llamar la atención acerca de sus abusos y sus riesgos, de la contaminación que producen y de los efectos nocivos que causan a la humanidad. Todo ello exige de nosotros que aprendamos a emplear los plásticos de manera consciente, responsable y solidaria.
Recordemos algunos datos: una bolsa de plástico tarda 150 años en descomponerse. Solo en los Estados Unidos, se emplean 100 mil millones de bolsas de plástico cada año. En la última década, hemos consumido más plástico que en todo el siglo pasado. Si continúa la tendencia actual, se prevé que, para el año 2025, los océanos albergarán una tonelada de plástico por cada tres toneladas de pescado, mientras que para el 2050 habrá en el mar más plástico que pescado.
Por ello, las bolsas de plástico pueden ser un buen símbolo de lo que el Papa Francisco llama “la cultura del descarte”: un mundo de usar y tirar. Además, al pensar en las tarjetas de crédito (dinero en plástico) podemos escuchar esta advertencia del Sumo Pontífice: “La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (Evangelii Gaudium, n. 55). Ojalá no empleemos los plásticos como un modo de impermeabilizarnos ante esta denuncia profética.
Al hablar de la alimentación y la lucha contra el hambre, hay que considerar tanto la producción de alimentos como su distribución para que llegue a todas las personas, además de su consumo equilibrado, de modo que el sistema sea sostenible. En todo ese proceso, encontramos en la actualidad la presencia masiva de plásticos, siempre atravesada por una ambigüedad que exige un sensato y cuidadoso discernimiento. De nuevo encontramos aquí la conexión entre medio ambiente y alimentación, pues “todo está conectado”, como se recuerda con insistencia la encíclica Laudato Si’.
“La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel” (Laudato Si’, n. 211). Terminamos, pues, mencionando tres sencillas iniciativas acerca del uso de plásticos en la alimentación. Si las hacemos realidad todos saldremos ganando.
Ante todo, podemos llevar la propia bolsa no desechable cada vez que acudamos a realizar nuestra compra (preferentemente a las grandes superficies, pero también a los pequeños comercios o a las tiendas de barrio). Podríamos insistir, sumando fuerzas o creando opinión, para solicitar que cualquier tienda o supermercado empleara métodos alternativos de embalaje y envoltorio que eviten el plástico. Asimismo, mentalicémonos para evitar el uso de plásticos desechables para envolver o trasportar la comida al trabajo, empleando en su lugar envases reutilizables.
Por supuesto, el asunto es mucho más amplio y complejo de lo que hemos mencionado aquí con tanta brevedad. No obstante, comenzar con poco es la mejor formar de llegar a lo mucho. A este respecto, conviene que recordemos las estimulantes palabras del Papa Francisco: “No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente. Además, el desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar por este mundo (Laudato Si’, 212). De este modo, quizá nuestra bolsa cotidiana puede ser, cada vez más, una bolsa de vida y no una bolsa cómplice de la muerte.
Mons. Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA