Camino privilegiado cuando de la Naturaleza los santos se elevan a Dios.
Es conocido el Cántico del hermano sol de San Francisco de Asís en que alaba al Señor por las criaturas y las llama hermanas: hermano sol, hermanas luna y estrellas, hermanos viento y tiempo nublado y sereno, hermana agua, hermano fuego, hermana madre tierra.
Y empieza este hermoso cántico dirigiéndose al Señor:
“Altísimo, omnipotente buen Señor, / tuyas las alabanzas son, la gloria y el honor/ y toda bendición. /a Ti sólo, Altísimo, te corresponden, / y ningún hombre es digno/de pronunciar tu nombre.”
Vemos pues que se dirige al Señor con gran humildad, reconociéndose indigno de alabar a Dios: Alude a la distancia infinita que va del Creador a la creatura, y se dirige a un Dios personal, no a un universo amorfo. Se dirige a un Dios creador, que, como el artista en sus obras, deja la huella de su grandeza, amor, belleza y sabiduría, en sus criaturas.
Llama hermanas a las criaturas, con las cuales le une un vínculo fraterno por ser todos nacidos de la bondad de Dios, que es Padre de todos. Y luego se eleva a un plano sobrenatural: Así hacia el final llama dichosos a quienes perdonan y sufren en paz por amor de Dios. Llama hermana a la muerte corporal y nos muestra que puede ser un paso en paz. Y nos advierte que el hombre tiene un final último de salvación o de condenación:
“¡Ay de aquéllos que mueran en pecado mortal! / ¡Dichosos aquéllos que se hallan en tu santa voluntad! / porque la segunda muerte no les hará mal”.
Y termina con alabanzas y exhortación a la humildad y a servir a Dios:
“Load y bendecid a mi Señor y dadle gracias / y servidle siempre con gran humildad.”
Lejos de ser motivo de explayar el alma y de paz y felicidad, la Naturaleza sin Dios puede convertirse en una cárcel: Nos dice Santa Teresita del Niño Jesús:
“Al ver la flor y el pájaro, / el estrellado cielo y la onda pura, / exclamé arrebatada: Bella naturaleza, si en ti no veo a Dios / no serás para mí más que un sepulcro inmenso”. (Santa Teresita, poesías, “Al Sagrado Corazón”)
No se debe idolatrar la Naturaleza, entre otras razones porque ella puede, a veces, ser hostil: catástrofes naturales, enfermedades, crueldad animal. Dios está infinitamente por encima de la Naturaleza. Y no debemos ser fatalistas, como si las fuerzas naturales tuviesen la última palabra. La última palabra la tiene el Señor. Y nos dice la Virgen en una aparición actual unas palabras esperanzadoras:
“Por medio del ayuno (penitencia) y la oración se pueden evitar las guerras y suspender las leyes de la Naturaleza”.
Nos dice el Catecismo que Dios crea por sabiduría y por amor; que crea de la nada, que crea un mundo ordenado y bueno (que nosotros tenemos que cultivar y cuidar siguiendo las leyes naturales y no dañándola). Que Dios trasciende la creación y está presente en ella. Que la mantiene a cada instante (números 295-301).
Que Dios nos ilumine para que la Naturaleza sea para nosotros un peldaño hacia Él y no un cepo que nos aleje, ya que, como decía el santo Job, sería un grave pecado adorar a las criaturas:
“Si mirando al sol cuando brillaba, y a la luna… les mandé con la mano el beso de mi boca, que es también gravísimo delito, ya que habría negado a Dios que está en lo alto” (Job 31, 26-28).
Hemos empezado diciendo que los santos nos enseñan que la Naturaleza puede ser un camino privilegiado hacia Dios: Bien leído, el libro de la Naturaleza nos habla, sin palabras, de Dios, e incluso es la música sublime que captamos sin oírla y que nos acerca su corazón infinito. Y dice así un bellísimo salmo, con el que terminamos:
“Los cielos hablan de la gloria de Dios. Y el firmamento anuncia la obra de sus manos (…) Silenciosamente, sin palabras, sin que ninguno escuche su voz, por todo el universo se extiende su pregón, escuchan su lenguaje hasta los confines del mundo” (Sal 19, 7-5)
Javier Garralda Alonso