“Yo acuso”
Dra. Elena Rita Passo
Estamos transitando una crisis humanitaria mundial. El 11 de marzo del año 2020 la OMS declaró el estado de pandemia, la primera pandemia ocasionada por un coronavirus.Esto implica la existencia de una enfermedad infecto contagiosa que traspasa naciones y continentes. El virus causante de la infección es una variedad nueva, a la cual los seres humanos no habíamos estado expuestos.Es por ello, que hay muchos datos que aún se desconocen: su alto grado de infectividad, la dispar respuesta del sistema inmune que muestra desde casos asintomáticos hasta la progresión a casos mortales, la capacidad viral innata de mutación, que obligaría a cambios de estrategias terapéuticas. Se sabe poco y existe mucha incertidumbre, sumado a que el mundo, aún en los países más desarrollados, no estaba preparado para afrontar una demanda sanitaria como la actual.
Qué llamativo que las grandes potencias mundiales temblaran ante una agresión que es única, invisible y universal. Haber puesto como prioridad la economía y el poder que de ella emana, desvalorizando a la persona humana, y por ende sus derechos fundamentales: el respeto a la vida y a la integridad; tiene hoy un costo muy alto. No solo en término de sufrimiento y pérdida de vidas humanas, sino que en forma paradójica la tan preciada economía se desmoronó como un castillo de naipes.El acceso a un servicio de salud de calidad médica adecuada está supeditado, en la mayor parte de los países, al poder adquisitivo individual.
Ahora, que hay un problema extremadamente serio que pone en riesgo a la humanidad nos damos cuenta que la naturaleza humana ha sido subvalorada y utilizada. Otro tanto ocurrió con la naturaleza en general, que lastimosamente no corrió con mejor suerte.No nos ocupamos del cuidado de la vida, o sea lo realmente importante, ni actuamos como una comunidad unida en hermandad. Dentro de este contexto, los países tratan de ir atrás de la epidemia y mitigar en la medida de lo posible su impacto sanitario y social.Tanto dolor y sufrimiento nos conmueve a todos y dentro de este todos, muchos sienten un profundo temor.
Una pregunta para reflexionar es: ¿Cómo manejamos este miedo?Algunos resignificarán su propia dignidad y tendrán una respuesta que los acerca a la santidad; cuántos médicos, enfermeros, personal de limpieza, voluntarios han dado muestras de ello en esta crisis. Cuántos sacerdotes se mostraron solícitos al lado de personas enfermas.Todos ellos, creyentes o no, se comportaron como humildes y fieles servidores de la vida.A otros, en cambio, este temor en vez de permitirles una resignificación de la propia dignidad y salir de la crisis como mejores personas, el miedo los ha paralizado y no pueden ver la realidad. Están ciegos para captar la esencia de las cosas y su lectura errada los encierra aún más.
La realidad nos muestra que estamos en presencia de una enfermedad infecto contagiosa que no discrimina y que nadie en su sano juicio va a querer contagiar y de la cual nadie quiere enfermarse. Pero en esta pesadilla individual de la propia ceguera surge el: “yo acuso”. Transfiero mi miedo y la angustia que me ocasiona la posibilidad del contagio a un “culpable” y ese otro en general es percibido como muy diferente.Entonces en ese mundo interior tenebroso surge el: “yo acuso” al diferente y lo hago responsable de mis propias limitaciones.Acuso:al médico, a los enfermeros, al personal del equipo de salud porque al cuidar pacientes me pueden contagiar.Yo acuso:a ese vecino porque vino de otro lugar.Yo acuso:al de otra etnia o al que viene de otra cultura y me puede contagiar.El “yo acuso” se levanta como un grito al unísono de una sociedad, – ya de antes moralmente muy enferma – y que no teme eso sí, en discriminar al otro.
No hay peor esclavitud que estar sumido en el miedo, porque hace relucir en nosotros nuestra peor parte y esa es la parte que no viene de Dios.Cuando a Jesús le llevaron la mujer acusada de adulterio a quien querían matar y le pidieron que se expida, Él ante el “yo acuso” respondió: “quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra” (Jn 8,1-11)Somos hermanos en el dolor, en la enfermedad y en la muerte. Somos hermanos aún en nuestras propias miserias, somos hermanos aún en el miedo.Busquemos un camino de solidaridad con el que tanto teme, ayudémosle a correr el velo, para que pueda sacar de sí mismo lo mejor y volver a ser libre.
¿Cuál es la salida del miedo que paraliza y enceguece?Concentrarnos en apuntalar nuestra riqueza. Tenemos la gracia de nuestra Fe, la fortaleza de pertenecer a la Iglesia de Cristo y sus enseñanzas.Volvamos a la fuente donde quedaron escritas las enseñanzas del Divino Maestro: ” Si os mantenéis en mi palabra seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la Verdad. Y la Verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32).
Nuestro temor radica en la negación de la propia fragilidad, la fragilidad humana y la enfermedad, el dolor y el sufrimiento son circunstancias que la evidencian aún más.Un discípulo comprende que hay que ayudar a cargar la cruz del hermano.Un discípulo comprende que hay que dejarse habitar por Dios para cargar la propia cruz.Esta crisis es un reto y se sale victorioso con la convicción profunda que Dios nos ama y que en todo momento cuida de nuestra fragilidad.