A la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina
La Plata, domingo 19 de abril de 2020
Queridos hermanos:
Teniendo en cuenta la finalidad de la Comisión Episcopal de Fe y Cultura, que me toca presidir, quisiera hacer llegar una propuesta reflexiva y a la vez concreta, que recoge sugerencias recibidas de varios Obispos.
Como dijo el Santo Padre, en este contexto ya no podemos pensar en salvarnos solos. Nosotros, como Iglesia, intentamos unirnos al sufrimiento de todos y hacer humildemente nuestro aporte: no sólo brindando recursos espirituales sino también acrecentando la labor de Caritas, ofreciendo espacios físicos para diversas necesidades, etc. Pero cuando pensamos en sostener la vida interior de los fieles y en alentar su crecimiento, nos encontramos con la dificultad grave de verlos privados de la Eucaristía durante mucho tiempo, previendo además que esta situación pueda prolongarse por varios meses.
Sin dar lugar a fanatismos, hay que reconocer que esto nos plantea un dilema. Porque el Concilio Vaticano II enseña que “no se edifica ninguna comunidad cristiana si esta no tiene su raíz y centro en la celebración de la Sagrada Eucaristía” (PO 6). San Juan Pablo II remarcaba que la Misa “antes que un precepto debe sentirse como una exigencia inscrita profundamente en la existencia cristiana” (DD 81). Es comprensible entonces que muchos fieles nos reclamen que busquemos alguna manera de volverla accesible. Nosotros les decimos que pueden experimentar otras formas de oración, y lo hacen, pero ya decía San Juan Crisóstomo: “También puedes orar en tu casa; sin embargo no puedes orar igual que en la Iglesia, donde se reúnen los hermanos” (Contra Anomeos 3, 6).
Además están las Misas transmitidas on line y ellos saben bien que la comunión espiritual tiene valor, que Dios también derrama su gracia de esa manera, pero lo hace en tanto es deseo de Cristo presente en la Eucaristía. Gracias a Dios nuestros fieles han asumido el principio de la Encarnación que nosotros mismos hemos procurado transmitirles, y por eso no puede bastarles. Precisamente, el Papa Francisco enseña que Dios “en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia” (LS 236). Es bueno que nuestros fieles lo hayan aprendido, y por eso no les da lo mismo. Entonces ansían, reclaman, buscan el alimento del amor que es fuente de vida sobrenatural. No será fácil fundamentar que esta situación se prolongue demasiado tiempo, ni podremos esperar sencillamente que pase por completo la pandemia.
Por consiguiente, creo indispensable que demos un claro mensaje a nuestro Pueblo de Dios mostrando que de verdad nos preocupa, y que intentamos dar algún paso que permita resolver esta situación lo más pronto posible, pero sin dejar de acompañar la preocupación sanitaria de las autoridades. Sabemos que exponerse al contagio es una irresponsabilidad sobre todo porque implica exponer a otros al contagio e indirectamente puede favorecer una situación de crisis sanitaria que no queremos ver en nuestro país.
Pero hay una forma de celebrar la Misa que reduce al mínimo los riesgos, y que la vuelve menos peligrosa que las colas que vemos en los bancos y en otros lugares, situaciones contempladas en la normativa actual. Por ello podemos proponer a las autoridades una serie de recaudos obligatorios que faciliten una próxima apertura a la celebración eucarística con fieles.
Se trata fundamentalmente de proponer que, como ya se hizo en Buenos Aires, se celebre la Misa con un número limitado de personas y cuidando las necesarias distancias, de manera que ya no pueda ser caracterizada como un acto masivo. Pero para que se advierta mejor la factibilidad de la propuesta, podríamos comprometernos a asegurar lo siguiente:
1) que haya una distancia de dos metros entre las personas, tanto hacia los costados como hacia atrás y hacia adelante. Esto requerirá retirar o anular la mitad de los bancos de los templos.
2) que no haya más de dos personas por banco.
3) que una vez cubiertos los bancos de esta manera, no se acepte el ingreso de más personas.
4) que en los templos donde suele haber mayor afluencia de gente se multiplique la cantidad de misas, de manera que los fieles se distribuyan entre el sábado y el domingo en diversos horarios. Dada la capilaridad y cercanía de los templos esto no incidirá en el transporte.
5) que no se celebre la Misa con fieles en los santuarios más visitados debido a la dificultad para establecer allí un control de este tipo. En estos casos, sólo podrá invitarse, a puertas cerradas, a los agentes pastorales que cumplen servicios en la comunidad.
6) que en la Misa no haya cola para comulgar sino que los ministros se acerquen a las personas ubicadas en los extremos de los bancos y depositen la Eucaristía en la palma de las manos.
7) que cada ministro que acerque la comunión se lave las manos previa y posteriormente con jabón y se coloque alcohol en gel.
8) que se omita el saludo de la paz y todo contacto físico.
9) que las Misas no duren más de 40 minutos.
10) que la salida del templo sea progresiva y se eviten los saludos.
11) que no se tomen intenciones para la Misa en el momento y que sólo se reciban previamente por teléfono, mail o mensajes.
12) que quienes por su edad estén impedidos de asistir puedan recibir la comunión en sus hogares.
13) que se mantenga transitoriamente la dispensa del precepto dominical, de manera que las personas que prefieran extremar los cuidados no se sientan obligadas a asistir. De hecho, antes que se declarara la cuarentena la cantidad de asistentes a Misa ya había disminuido mucho de modo espontáneo.
La propuesta consiste básicamente en anticiparnos para mostrar a las autoridades que contamos con un posible plan para que la asistencia a Misa no tenga más riesgos que las demás actividades ya exceptuadas por la normativa vigente, y para que así consideren también esta posibilidad dentro de una cuarentena “administrada”. Si hay que prever los impactos económicos, también es conveniente valorar aquellas cosas que proveen consuelo y fortaleza a las personas en los momentos duros. Con todo afecto en Cristo, aún bajo la luz de la Pascua.
Víctor Manuel Fernández Arzobispo de La Plata