El 11 febrero –fecha muy vinculada con la salud del cuerpo y del alma– el Congreso admitía a trámite la proposición de ley socialista sobre la eutanasia. Fue un día de fiesta para la izquierda, según proclamaron alborozados sus dirigentes y el propio Gobierno.
Merecen ser recordadas las palabras de la portavoz parlamentaria y vicesecretaria del PSOE, Adriana Lastra: «Hoy es un gran día, es una ley muy ansiada, respaldada por el 80% de los ciudadanos y ciudadanas de este país». Añadiendo: «En el último mes, el Gobierno ha aprobado medidas que facilitan y mejoran la vida de más de 15 millones de personas…, a las que hoy se suma la eutanasia».
Gracias a la «espléndida» gestión de su admirado Gobierno durante la pandemia, no sé si Lastra seguirá alborozada a la vista de las decenas de miles de muertos, cuya cifra real esperamos reconozca oficialmente el Gobierno. Y de sus palabras parecería deducirse que no deberíamos haber declarado luto oficial porque a miles de ancianos se les habría «facilitado y mejorado la vida» en estas doce semanas de alarma sanitaria.
Un nuevo concepto de «mejora de la vida» este de facilitar la muerte, sobre todo cuando a esos ancianos no se les dio la opción de elegir si deseaban seguir viviendo.
Estas palabras y la idea que subyace en ellas son un fiel exponente de la «cultura de la muerte», como la definiera san Juan Pablo II.
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La “cultura de la muerte” (I)
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