Con la palabra “histórico” queremos decir a veces que un hecho es real, que realmente sucedió, pero en un sentido más preciso ¿qué queremos decir cuando decimos que algún acontecimiento del pasado es histórico? Si un hecho ha sucedido ante nuestros ojos no tenemos necesidad de nada más para asegurarnos de que es real, de que efectivamente ha sucedido. Pero si un hecho ocurrió, por ejemplo, cuando nosotros aún no vivíamos ¿cómo sabremos que efectivamente fue así?: Por testimonios fiables de personas que lo vieron. Así un hecho histórico es aquél del que existen testimonios orales (pasados de padres a hijos de viva voz) o testimonios escritos de personas que vivieron ese hecho y son dignas de fe.
Así sabemos que el emperador César existió por los documentos en que se habla de él, por los escritos que se le atribuyen y por los monumentos arqueológicos que de él dan noticia.(También son testimonios o pruebas históricas los monumentos o restos arqueológicos).
Ahora bien ¿existen tales testimonios respecto a la Resurrección de Jesús?: Se conservan con una antigüedad de casi 2000 años unos testimonios escritos de hombres, algunos de los cuales vivieron en tiempos de Jesús y fueron testigos presenciales directos de los hechos que narran, que dieron su sangre y su vida para autentificar lo que predicaban y escribían, y murieron mártires por Jesucristo [Tenemos, por ejemplo, testimonios escritos del año 96 de que S. Pedro y San Pablo sufrieron martirio en Roma durante lapersecución de Nerón (Carta escrita, en el año 96 después de Cristo, por S. Clemente Romano a la Iglesia de Corinto) También existen varios testimonios escritos posteriores, así como monumentos arqueológicos en los que se representa a S. Pedro predicando el evangelio a los romanos (primitivo sepulcro de S. Pedro)].
Estos hombres que dieron su vida, autentificando así su testimonio, nos han dejado diversos escritos: los 4 evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas de S. Pablo, S. Pedro, S. Juan, San Santiago y San Judas Tadeo y el Apocalipsis de San Juan: lo que se conoce como Nuevo Testamento. (Además contamos con la Tradición transmitida desde tiempos de los Apóstoles de generación en generación y puesta por escrito, en algunos casos, con fecha posterior a la del inicio de la transmisión).
Los cuatro testigos evangelistas, S. Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, y S. Pablo que según la Tradición murieron mártires, rubricando así su testimonio con su propia sangre, nos cuentan como, después de muerto, Cristo resucitó [al encontrar el sepulcro vacío las mujeres oyen que dos ángeles les dicen “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 5)] y se apareció primero a María Magdalena y las santas mujeres (cf Mc 16; Lc 24). Luego a Pedro y a los Apóstoles (cf 1 Cor 15, 5). A los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35), otra vez a los apóstoles con Tomás el incrédulo al que Jesús hace que meta sus dedos en las llagas de su cuerpo glorioso, mostrando que pese a ser un cuerpo glorioso es el mismo cuerpo suyo que padeció la Pasión].
Y para que se compruebe que se trata de un hecho histórico con multitud de testigos presenciales, S. Pablo (1 Co, 15, 4-8) tras decir que Cristo padeció, murió y resucitó, nos cuenta: “Después se apareció una vez a más de quinientos hermanos, de los cuales muchos viven todavía y algunos murieron”. (Si un hecho es contemplado por más de quinientos hombres no cabe duda de que se trata de un hecho histórico, con más de quinientos testigos).
Naturalmente esto da por supuesto que los Evangelios y Epístolas son testimonios fiables: En ellos se nos dan unas enseñanzas muy elevadas y se prohíbe mentir y sus autores murieron mártires de lo que predicaban, lo que quiere decir que seguían las enseñanzas que proponían en sus libros en un grado heroico, que no se puede superar. Por tanto son los testigos de tiempos antiguos más fiables que existen.
Por otra parte, los evangelios se han conservado fielmente a lo largo de los siglos, como se puede comprobar leyendo las citas que autores antiguos (del siglo V y anteriores) hacen de dichos evangelios, y otros escritos del Nuevo Testamento, que coinciden con el evangelio que ha llegado hasta nosotros. (Además, algunos fragmentos de papiros antiguos encontrados en excavaciones arqueológicas recientes han podido ser identificadas como fragmentos del Nuevo Testamento).
(Refuerza este hecho comprobado, el que los copistas de la Sagradas Escrituras eran conscientes de copiar un texto inspirado por Dios, y de su grave responsabilidad delante de Dios si lo falseaban o no ponían el debido esmero). Otra prueba de su no falseamiento es que persisten en los textos del Nuevo Testamento pasajes de difícil interpretación y otros que a primera vista se contradicen. Si las versiones fueran interesadamente inexactas haría tiempo que se habrían suprimido tales pasajes conflictivos y no habría tales problemas.
Pero algunos podrían torcer el ceño y objetar que los milagros que se narran en el Nuevo Testamento les parecen inverosímiles: Pues bien ante ellos tenemos como testimonio actual de la Resurrección de Cristo los milagros que en su nombre, en nombre de Cristo, y con fe en su resurrección y divinidad se producen en almas y cuerpos en nuestros mismos días, (Dios no va a responder con un milagro a quienes tienen fe en la divinidad y resurrección de Jesucristo si Éste no resucitó verdaderamente) así como los ejemplos de santidad de personas que han creído con toda su alma en el Evangelio, santidad que nos habla que tal fe viene de Dios, porque el hombre por sí mismo no puede alcanzarla:
Un San Francisco de Asís o una Santa Teresita del Niño Jesús, muestran al que tiene ojos en su alma que Cristo resucitó verdaderamente. Apariciones de la Virgen en nuestro siglo, como las de Lourdes y Fátima con sus curaciones milagrosas de cuerpos y almas, y otras apariciones de la Virgen que tienen lugar hoy en día, aunque la Iglesia aún no ha dado su juicio definitivo, con hechos prodigiosos en el firmamento y en los corazones nos dicen muy alto que Jesús es Dios y que verdaderamente ha resucitado. También nos lo dicen los ejemplos de santidad y de martirio de personas de nuestros días.
Por todo ello no es de extrañar que la Iglesia nos enseñe (Catecismo Universal nº 643) que: “Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección fuera del orden físico, y no reconocerla como un hecho histórico” (cursivas nuestras). Y en el número 639 del mismo Catecismo Universal de la Iglesia Católica, leemos: “El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento”.
Y en el nº 647 dice este mismo Catecismo que (siendo la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo un) “acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que trasciende y sobrepasa a la historia”.
Es decir que afirmando que la Resurrección de Jesús es un acontecimiento histórico demostrable, como lo es el nacimiento y vida de Jesús entre los hombres, así mismo se nos dice que hay aspectos de la Resurrección que pertenecen al Misterio de la Fe, en lo que sobrepasa y trasciende a la historia, como la misma persona de Jesús, verdadero Dios y hombre, trasciende infinitamente lo que de Él conocemos por la Historia, lo que conocemos por los sentidos.
Y como dice San Pablo (1 Cor 15, 14): “Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana es también vuestra fe”. Si la Resurrección de Cristo no fuera un hecho real y histórico nuestra fe quedaría herida de muerte. Pero no, “Cristo verdaderamente resucitó, ¡Aleluya!”.