La gloria del mundo va de la mano de la prepotencia, del engaño, de la violencia y se adorna con coronas de oro, con riquezas obtenidas sin escrúpulos, con poder amasado sobre lágrimas de desvalidos.
La gloria de la gente buena es amor sacrificado y oculto; es no brillar para que otros sean felices.
La gloria de Dios es no medrar sobre espaldas curvas, sino morir por su eterna bienaventuranza. Se adorna con una corona de espinas y oculta su infinita majestad en un patíbulo como el último de los abandonados.
Pero nunca es más grande la gloria de Dios que cuando Él se borra de todos los fuegos fatuos de este mundo y abraza la cruz tenida como signo de oprobio.
Cuando muestra su omnipotencia abajándose, Él Dios infinito, hasta tomar la condición de esclavo por amor. La verdadera gloria de Dios nunca brilla tanto como sobre la cruz: El olvido de Sí por amor a su frágil criatura.
Dios que en Sí no sufre, eternamente bienaventurado, quiere, en su omnipotencia insondable, abrazar el sufrimiento del hombre para elevarlo a Sí mismo. La omnipotencia de hacerse nada por amor, la omnipotencia de ser fiel a Sí mismo, de ser infinitamente santo.
Leemos en una reciente revelación privada: “Le visteis clavado en la Cruz chorreando Su Sangre de Sus heridas, y le confundisteis con un ladrón, con un asesino, con un blasfemo; no visteis su grandeza, Su Gloria, Su Corazón sufriendo y dolorido, traspasado por vuestros crímenes y pecados. Las lágrimas de Su Madre al pie de Su Cruz (…) No visteis a vuestro Redentor muerto, muriendo en la Cruz; sólo visteis un guiñapo, el hazmerreir de un pueblo confundido por el pecado y la maldad de Satanás” (…) “no vieron la luz del Espíritu Santo que estaba ante ellos, que brillaba como nunca en este mundo, porque había bajado del cielo y estaba ante vosotros, hijos” (págs. 476-477 de “Mensajes de la Misericordia…” El Pastor Supremo)
“Ahora es tiempo de amor, de misericordia, de ver la gloria en la Cruz, de ver al Hijo del hombre cubierto de Gloria y Majestad en el suplicio y la tortura de la Cruz” (Ibidem, p. 477)
(…) “antes de que me veáis bajar con mi Gloria y Majestad del cielo, debéis aprender a ver Mi Gloria en la Cruz (…) en vuestra cruz de cada día debéis ver vuestra gloria (…)” (Ibidem, p. 478)
Si no sabemos ver su gloria infinita cuando está velada por la Cruz, para no deslumbrarnos a nosotros tan míseros, no seremos capaces de ver su gloria de Resucitado, triunfador del mal y de la muerte.
Hemos de aprender a ver su gloria en nuestra pequeña cruz y en la cruz de tantos hermanos. Esa gloria oculta será después gloria manifiesta y sin velos y nosotros mismos si aceptamos la cruz de esta vida seremos gloriosos y eternamente bienaventurados
.Javier Garralda Alonso