(Fotos: FIAMC Press Services)

Ordenación episcopal de SE Mons. Luis Miguel Muñoz Cárdaba, Nuncio Apostólico en Sudán y Eritrea

Toledo, 25 de julio de 2020

Eminencias,
Rvdmo. Arzobispo Metropolitano y Primado de España,
Excelencias,
Querido Mons. Luis Miguel,
Queridos sacerdotes,
Distinguidas autoridades,
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Vuestra ilustre ciudad de Toledo, situada en el corazón de la historia de este país, rica de preciosos testimonio de fe y de insignes monumentos artísticos de alto valor simbólico, hoy está de fiesta.

A la celebración de la Solemnidad del Apóstol Santiago, Patrono de España, se añade en esta espléndida Catedral la Ordenación episcopal de un hijo de esta tierra: Mons. Luis Muñoz Cárdaba, que el Santo Padre Francisco el pasado 31 de marzo nombró Nuncio Apostólico en Sudán y en Eritrea, elevándolo a la sede titular de Nasai, con dignidad de Arzobispo.

Mons. Luis Miguel, después de algunos años como Oficial en la Sección Española de la Secretaría de Estado, ha prestado servicio en diversas Representaciones Pontificias, en cuatro continentes, respectivamente en las Nunciaturas Apostólicas de Grecia, México, Bélgica, Italia, Australia, Francia y Turquía. Este camino, querido Mons. Luis Miguel, te ha permitido ampliar tus horizontes, conocer diversas culturas y lenguas, y experimentar tanto la admirable unidad de la Iglesia universal, como su multiforme modo de expresarse y de encarnarse en las distintas Iglesias particulares.

Con el lema “Pro Ecclesia et Ecclesiis” colocado en tu escudo, has querido recordar que la Iglesia universal y las particulares están unidas y a la vez se distinguen en una relación de recíproca ayuda y estrecha cooperación. Las Iglesias particulares, para avanzar en plena armonía, necesitan apoyarse sobre el seguro carisma de verdad encarnado en la persona del Sucesor del Bienaventurado Apóstol Pedro. Estas profesan un único Credo y adhieren al único cuerpo eclesial gobernado por el Sucesor del Apóstol Pedro junto con todo el Colegio Episcopal y además desarrollan características específicas y modos diversos de vivir la fe, fruto de su peculiar índole e historia, que el Espíritu modela con su acción multiforme. De ahí que la custodia de la unidad no significa promoción de la uniformidad.

El lema “Pro Ecclesia et Ecclesiis” nos deja vislumbrar la clave de la misión del Nuncio apostólico. Él, haciendo presente y efectiva la solicitud del Papa en los Estados y las Diócesis, se pone al servicio de la comunión y de la fraternidad en Cristo de todas las Iglesias. Se convierte en punto de conexión para que prevalezca la caridad de la verdad, como garantía de un ordenado ejercicio de la libertad de cada uno y como tutela del inestimable valor de la unidad, para que toda legítima distinción produzca una sinfonía de alabanza al Señor y no un ruido incomprensible y discordante, que quitaría credibilidad al testimonio cristiano.

Es lo que nos pide el Señor, cuidar la unidad allí donde la Providencia la ha concedido y esforzarse por construirla con paciencia y generosidad allí donde aún no es plena, “Ut unum sint”, para que el mundo crea (cf. Jn 17,21).

Por tanto, la tarea del Nuncio es una obra de construcción de la paz y de la armonía en la Iglesia y entre las naciones, que desean escuchar palabras de esperanza y de sabiduría y percibir, incluso de modo implícito, que la sabiduría de la Iglesia, “experta en humanidad” (cf. Carta enc. Populorum progressio, 13), se fundamenta en la Palabra y la Persona de Cristo, en la misericordia de Dios, que intervino con poder para salvar al ser humano de la perdición.

Querido Mons. Luis Miguel, estás llamado a representar a la persona del Pontífice, que confirma a los hermanos en la fe, es signo y artífice de comunión, símbolo y llamada a la unidad (cf. Const. dogm. Lumen Gentium, 23). Como afirmó el Papa Francisco en el discurso a los Nuncios, el 13 de junio de 2019: “Como representante pontificio, el nuncio no se representa a sí mismo, sino al Sucesor de Pedro y actúa en su nombre ante la Iglesia y los gobiernos, es decir, concreta, implementa y simboliza la presencia del Papa entre los fieles y las poblaciones”.

Por eso, estás llamado a dar a conocer y enseñar a apreciar el pensamiento del Papa, de modo especial en lo referente a la dignidad de toda persona desde su concepción hasta su muerte natural, a la promoción de los más pobres y abandonados, al fomento de la paz entre las naciones y el respeto de la libertad religiosa, así como también en lo que respecta a la preservación del medio ambiente y el desarrollo de una economía equitativa e inclusiva, para evitar que muchos queden atrapados en un destino de marginación.

Así mismo, tu tarea será informar a la Santa Sede sobre las cuestiones más relevantes que atraviesan el tejido eclesial y toda la sociedad de los países a los que eres enviado. Sin este valioso auxilio resultaría difícil a la Santa Sede calibrar su intervenciones, ofrecer su contribución específica adecuadamente y organizar su acción de manera eficaz, determinando las prioridades y evitando dar pasos que no estén fundamentados en sólidos elementos de juicio. Como afirmó san Pablo VI: “Mediante nuestros Representantes que residen en las diversas Naciones, nos hacemos partícipes de la misma vida de nuestros hijos y casi inmersos en ella llegamos a conocer, de modo más rápido y seguro, sus necesidades junto con sus aspiraciones” (Carta ap. Sollicitudo omnium Ecclesiarum; AAS 61 1969, 476).

Así te preparas para llevar a las diferentes culturas y al centro de las tensiones y de los desequilibrios que atraviesan a la humanidad una palabra sabia, ponderada, valiente y capaz de dejar vislumbrar, aun en situaciones dramáticas, un horizonte de esperanza que nace del Evangelio.

Para iluminar la esencia de los problemas con mirada evangélica y mantener generosidad en el esfuerzo e imparcialidad de juicio, necesitarás conservar la fe, fortalecer la esperanza y acrecentar la caridad, permaneciendo dócil a la escucha de la Palabra de Dios. Teniendo fija la mirada en Jesús podrás ser válido testigo suyo y ver al prójimo con la misma caridad con que lo ve el Señor. Podrás servir a la Iglesia y al prójimo con corazón libre y ánimo sereno.

A este propósito, son de particular ayuda las lecturas de esta Solemnidad, que hablan del testimonio valiente (1ª lectura), de las vasijas de barro en las que se lleva el tesoro del ministerio apostólico (2ª lectura) y del servicio (Evangelio), a imitación de Cristo, que no ha venido para ser servido, sino para servir.

El Espíritu Santo, que te da la plenitud del sacerdocio, querido Mons. Luis Miguel, te hace testigo fidedigno de la Resurrección de Cristo y te invita a poner siempre la voluntad de Dios en primer lugar, a obedecerlo a Él, antes que a los hombres. San Pablo, en la segunda carta a los Corintios, nos recuerda que el tesoro se nos da en vasijas de barro. Sólo Dios es omnipotente, omnisciente, tres veces Santo y su poder se revela en nuestra debilidad, su infinita grandeza se manifiesta en nuestros límites. Esto significa que sólo mediante uno oración constante con espíritu de humildad podrás hacer que tu ministerio sea verdaderamente fecundo. Mediante el encuentro cotidiano con el Señor, la vasija de barro permanece libre de escorias y puede reflejar la luz, puede acoger la Palabra de Dios y difundir su fragancia.

El pasaje del Evangelio que hemos leído nos muestra que la verdadera grandeza —a la que Cristo nos exhorta— es el servicio. En él descubrimos a los apóstoles todavía imperfectos, centrados en esperanzas de gloria, hallamos en particular a los “hijos del trueno”, los gloriosos apóstoles Santiago y Juan, que aún buscan los primeros puestos, aunque se trate de la realidad definitiva del Cielo.

Jesús nos enseña a desprendernos de los programas de gloria humana y a no poner demasiada atención en la gloria definitiva reservada para aquellos que hayan amado al Señor y cumplido obras de bien. El Señor nos enseña que es decisivo amar a Dios y servir al prójimo por amor de Dios y que a tal amor, basado en el modelo de los que el Hijo de Dios hizo por nosotros, no podrá más que seguir la recompensa divina.

Esta amor por Dios, el prójimo y la comunidad que se le confía es también la fuente y el motor de todo ministerio episcopal. Su auctoritas, como cada una de sus prerrogativas, radica en este amor. “El obispo, rodeado de sus presbíteros —como afirmó el Santo Padre Francisco— está presente entre vosotros el mismo Señor nuestro Jesucristo, sumo sacerdote para la eternidad. Es Cristo, de hecho, el que en el ministerio del obispo continúa predicando el Evangelio de la salvación y santificando a los creyentes, a través de los sacramentos de la fe. Es Cristo el que, en la paternidad del obispo, añade nuevos miembros a su cuerpo, que es la Iglesia. Es Cristo el que, en la sabiduría y la prudencia del obispo, guía al pueblo de Dios en la peregrinación terrena hacia la felicidad eterna” (Homilía de Ordenación, 19 marzo 2016).

Para desempeñar esta gran responsabilidad, el Obispo recibe con el don del Espíritu la plenitud del sacerdocio y las gracias necesarias para cumplir su tarea. Ahora bien, ningún Obispo debe olvidar nunca que “el Episcopado es el nombre de un servicio, no de un honor. Porque al obispo le compete más servir que dominar, según el mandamiento del Maestro” (ibíd.), que lavó los pies a los apóstoles y se puso a buscar a la oveja perdida y, cuando la encontró, la cargó con dulzura sobre sus hombros y la condujo al rebaño.

Amar y servir, testimoniar y rezar, ese es el horizonte que el Obispos tiene ante sí para hacer fecundo su gobierno pastoral y al que el Señor no dejará de dar su recompensa.

Santiago, Patrono de España, que con su hermano Juan y el Bienaventurado Apóstol Pedro tuvo el don de estar presente en la Transfiguración del Señor, realizó este camino: amó, dio testimonio, rezó y dio su misma vida por el Señor con el martirio.

España ha reconocido la gloria del testimonio dado pro Santiago y está orgullosa de tenerlo como su Patrono, orgullosa de poseer sus reliquias, hacia las que desde hace siglos se encamina una gran e ininterrumpida peregrinación de devoción y de fe. Quiera el Cielo que todas las generaciones cristianas comprendan la lección sencilla y profunda que han ofrecido los santos. Ellos han creído en el Amor y han amado hasta la entrega total de sí mismos, convirtiéndose en eficaces intercesores para cada uno de nosotros y, en el caso de Santiago de modo particular, para España.

Tú, querido Mons. Luis Miguel, te dispones a comenzar tu misión en Sudán y Eritrea, dos países africanos con distintas historias y diferente composición étnico-religiosa. Tu preocupación será hacer posible la cercanía del Santo Padre y de la Sede Apostólica a las respectivas comunidades católicas que se encuentran allí y promover un diálogo fructífero con las otras confesiones religiosas, mostrando al mismo tiempo a la sociedad civil y a las autoridades políticas de esos Estados que la Santa Sede tiene como objetivo únicamente el bien y el crecimiento humano, social y civil de esos pueblos, en el respeto mutuo, la colaboración y el diálogo confiado.

Que el valeroso Santiago, gloria de la Iglesia y de España, te asista en tu misión y la Santa Madre de Dios y de la Iglesia acompañe y proteja cada uno de tus pasos en el ministerio que el Santo Padre te ha confiada. Y así sea.

Fotos. FIAMC Press Services