La esperanza es la actitud que mejor describe la invitación que nos hace, cada año, el Adviento. En estos momentos, históricamente marcados por las múltiples crisis asociadas a la pandemia de coronavirus, quizá sea la esperanza lo que más intensamente necesitamos y aquello que con más cuidado debemos cultivar. Por ello, en los siguientes párrafos, ofrezco algunas reflexiones sobre esta virtud, a partir de la encíclica Fratelli Tutti (FT), publicada por el papa Francisco en el mes de octubre de 2020 y dedicada a la fraternidad y la amistad social.
Después de presentar en el primer capítulo algunas sombras de nuestro mundo, el Santo Padre ofrece “caminos de esperanza” (FT 54). Lo hace, de entrada, porque está convencido de que “Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien” (FT 54). Al mismo tiempo, porque constata que la pandemia nos ha permitido “reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas… comprendieron que nadie se salva solo” (FT 54).
Por eso, el Sucesor de Pedro continúa diciendo con convicción: “Invito a la esperanza, que nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza” (FT 55).
Es cierto que el Papa dista mucho de ser ingenuo y es muy consciente de las fuerzas que se oponen a la esperanza y que, de diversas formas, nos pueden estar afectando a todos. Por ejemplo, en el plano individual y de las relaciones personales, “el aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro” (FT 30). Por eso, Francisco nos alienta a encarnar esta esperanza en nuestras vidas concretas y cotidianas, con esta fórmula luminosa y condensada: “Aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí” (FT 30).
En el flanco social descubrimos un contraste semejante. Comentando la parábola del buen samaritano, Su Santidad habla de “los salteadores del camino” y observa: “Hay una triste hipocresía cuando la impunidad del delito, del uso de las instituciones para el provecho personal o corporativo y otros males que no logramos desterrar, se unen a una permanente descalificación de todo, a la constante siembra de sospecha que hace cundir la desconfianza y la perplejidad. El engaño del ‘todo está mal’ es respondido con un ‘nadie puede arreglarlo’, ‘¿qué puedo hacer yo?’. De esta manera, se nutre el desencanto y la desesperanza, y eso no alienta un espíritu de solidaridad y de generosidad. Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar” (FT 75).
Un tercer ejemplo lo encontramos en la vertiente política, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. Escuchemos de nuevo al Obispo de Roma: “La mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores. Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar” (FT 15). Todo lo que, de nuestra parte, signifique sembrar concordia y solidaridad será un modo de hacer viable la esperanza para todos, especialmente para quienes más sufren.
Desde ahí, el papa Francisco nos ofrece algunas pistas para valorar y cuidar la esperanza, que bien pueden formar parte de nuestro plan para este Adviento de 2020. De entrada, “una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra. La buena política une al amor la esperanza, la confianza en las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo” (FT 196). Es decir, hay aquí una invitación a la generosidad y amplitud de miras, formulada para el campo político, pero válida también para otras facetas de la vida.
En el terreno de las relaciones interpersonales y sociales, el Obispo de Roma recuerda que “el camino hacia una mejor convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de que el otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal. Porque nunca se debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser considerado por la promesa que lleva dentro de él, promesa que deja siempre un resquicio de esperanza” (FT 228). Enumeremos gestos concretos que podríamos llevar a cabo para ser, por doquier, sembradores de esperanza. Dar otra oportunidad al que se equivoca es una muestra de benevolencia y grandeza de alma. Al respecto, ¿qué vamos a hacer para evitar todas esas etiquetas que a menudo ponemos a las personas que viven en nuestro entorno y que las menoscaban e impiden su maduración, las entristecen y deterioran su fama y su nombre?
En definitiva, este tiempo de Adviento puede convertirse en una ocasión privilegiada para vigorizar la esperanza y para encarnarla en nuestras vidas. Donde veamos mentira y pesimismo, los discípulos de Cristo estamos llamados a poner verdad y responsabilidad, coherencia y caridad. Que las buenas obras sean nuestro emblema cuando otros solamente se contenten con discursos vacíos o propaganda mendaz.
Para vivir el Adviento con densidad evangélica, al margen de superficialidades y consumismo compulsivo, sería bueno que hiciésemos un sencillo “plan para avivar la esperanza”, tanto en el plano personal como en el parroquial y social. Sin duda, en todas estas esferas, una detenida lectura de la encíclica Fratelli Tutti nos puede ayudar a ello. Nos vendrá bien, en fin, escuchar a Santa Teresa de Jesús, cuando exhortaba: “Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin» (Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3).
Mons. Fernando Chica Arellano