Dr. Ricardo T. Ricci riccirt@fm.unt.edu.ar
Tucumán – ARGENTINA, 4 de diciembre de 2020
A todos nos ocurre que hay acontecimientos que nos frenan en la vida, incluso acontecimientos que por la brutalidad de la frenada nos obligan a reflexiones profundas, en algunos casos a cambios radicales. Eso es lo que sin dudas nos sucedió a los médicos durante este inolvidable año 2020.
La generalización es un mal abordaje a cualquier cuestión, puede ser fuente de confusiones y equívocos. Por ese motivo, puntualizo que refiriéndome a los médicos estoy pensando en aquellos que ocuparon y ocupan la primera línea de esta batalla contra el Covid 19: infectólogos, internistas, intensivistas, generalistas, neumonólogos, cardiólogos, etc. Advierto a su vez que toda reflexión que uno pueda hacer sobre los médicos aludidos, la hace de manera extensiva a todo el equipo sanitario y personal auxiliar de la medicina.
Los médicos también mueren. Una afirmación que por su obviedad y cotidianeidad nos tenía sin cuidado. Sin embargo, en estos meses en que los proyectiles de la enfermedad picaron tan cerca, advertimos que los que mueren son nuestros amigos, compañeros de promoción, compañeros de trabajo. Gente llena de vida y llena de sueños. Personas con vocación, comprometidas y disponibles para el trabajo. Gente de carne y hueso, ni héroes ni villanos. Como todos, con un poco de cada cosa en dosis diferentes, con pizcas de esto y aquello. Humanos en fin.
Si él sí, ¿por qué yo no? Es la pregunta existencial que inmediatamente surge ante el dolor de la pérdida de un colega próximo. “Hasta la semana pasada hablábamos de proyectos y metas, de nuestros amores, de las travesuras de nuestros niños. Hoy estás allí enmudecido por la muerte y enmudeciéndonos de dolor.” Si tu sí, ¿por qué yo no? Trastabillaron las certidumbres, el futuro recuperó su forma condicional, los hechos, las cosas y las personas recuperaron su verdadera valía. La humildad tocó a nuestra puerta principal mientras la suficiencia, la altanería, la omnipotencia y la inautenticidad huían por la de atrás.
Un sistema que condena a propios y extraños. Salió a la luz de manera prístina la incapacidad y la morbilidad de nuestros propios sistemas de salud. Un sistema vetusto con tecnologías de última generación. Un sistema injusto e ineficiente. Una organización vertical antiquísima que atenta contra la conformación de equipos saludables de salud. Recursos desastrosamente mal distribuidos que abonan la inequidad y enflaquecen el salario. “No basta trabajar en un lugar ocho horas, hay que conseguir otro trabajo, ir de aquí para allá.”
En ese caldo de cultivo se favorece el crecimiento de gérmenes deletéreos como la falta de descanso adecuado, la saturación laboral, el tan mencionado Burn Out, el agotamiento, las demandas judiciales. En suma: el dolor de ser lo que quise ser.
Una apelación unánime: Claro que no todo es negativo, casi nunca lo es. En estos contextos ha resurgido una apelación unánime a una medicina más atenta, compasiva, digna y humilde. Una medicina que se interese en la persona además de ocuparse con excelencia de la enfermedad que ella padece. Más interesada en la salud de las comunidades a las que intenta servir que en mirarse al ombligo disfrutando de sus éxitos científicos y tecnológicos.
Los médicos de la primera línea, después de habernos zambullido en el dolor y la desesperanza, aspiramos a pasar de las cenicientas que siempre fuimos, a los príncipes de una medicina en que la persona humana y su vida sea el valor primero. A una medicina que considerando las biologías y las biografías se consolide como la guardiana de la vida y la proveedora sin fin de la esperanza. A recuperar un liderazgo que promueva primero y asegure luego, espacios de trabajo saludables y tiempos resguardados de intercambio de narrativas y emociones de todo el equipo de salud en igualdad de condiciones.