Capítulo I
Apuntes sobre la Carta “Fratelli tutti” del Papa Francisco
Dr. José María Simón Castellví
Presidente emérito de La Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos (FIAMC)
Me disponía a escribir sobre la necesidad de recuperar el agua bendita en nuestras iglesias cuando me llega bajo embargo la carta encíclica “Fratelli tutti” (“Hermanos Todos”) del Papa Francisco, sobre la fraternidad y la amistad social. La leo rápidamente –los médicos solemos leer mucha documentación y muchos artículos en poco tiempo, aunque sea en diagonal- y me dispongo a hacer algunos comentarios toda vez que ya se ha hecho pública.
Se trata de un texto precioso sobre la necesidad de construir un mundo mejor, más justo y pacífico, con la colaboración de todo el género humano y sus diversas instituciones. Ordinariamente no soy partidario de valorar textos pontificios sino que recomiendo vivamente su lectura reposada, una o más veces. Un resumen del texto o una valoración de la encíclica son para mí útiles solo si llevan a querer leer el original.
Como médico me complace la cita de la parábola del Buen Samaritano como ejemplo para la curación de un mundo enfermo. Los cristianos deberíamos ver siempre en el pobre o enfermo al mismo Señor Jesucristo – Dios y hombre- que nos interpela y empuja a hacer el bien al otro aunque sea de un grupo lejano al nuestro. El Santo Padre nos comenta asimismo que durante la actual pandemia de COVID han caído muchas de nuestras habituales seguridades. Habla de Dios y del perdón. Y de algo muy importante para la convivencia y para nuestra psicología: el ser amables. Debemos hacer lo posible para ser amables. Los pequeños gestos siempre ayudan y contribuyen a tejer un mundo mejor para todos.
Aunque no es nuevo en el Magisterio de la Iglesia, el Papa nos dice que el “mercado” no es capaz por sí solo de acabar con las injusticias y de resolver todos los problemas. La sacralidad de la vida humana hace que los que parecen insignificantes no lo sean: los no nacidos, los pobres, los discapacitados, los ancianos, los presos, los adictos, en una palabra, los descartados. El derecho natural a la propiedad privada, si bien existe, es secundario respecto al principio del destino universal de los bienes creados.
Reclama Francisco un proyecto político-económico-social y ecológico para toda la humanidad y llama a la reforma de las Naciones Unidas y de las leyes internacionales para que de ellas se beneficien todos, dando sustancia al concepto de “familia de las naciones” que trabajen por el bien común, la erradicación de la pobreza y la protección de todos los derechos humanos (incluida la libertad de las conciencias) y de los migrantes. La Misericordia de Dios alcanza a todos los vivientes. Las guerras, el tráfico de personas (o el de órganos) o la misma pena de muerte son fracasos de toda la comunidad humana, como lo es el no dar acomodo a las personas que deben emigrar por distintas razones. La paz no es una mera ausencia de guerra, es el deseo del bien del otro; en un cierto sentido es un verdadero arte.
Habla el Papa de la política como una de las formas más preciadas de la caridad e insiste en la necesidad de tender puentes y evitar muros. La fraternidad no debe pregonarse con palabras sino con hechos fehacientes. Todos vamos en la misma barca y todo está conectado e interconectado. Pedir perdón es sano. Las lanzas deberían trocarse en azadas y los fondos para armamento deberían servir para erradicar el hambre. Los líderes religiosos deben fomentar siempre la paz.
Me alegra constatar que, según la encíclica, el relativismo no es una solución porque sin principios universales y normas morales que prohíban el mal intrínseco, las leyes se convierten sólo en imposiciones arbitrarias. La verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia.
Desempeñan un papel particular los medios de comunicación, sin explotar las debilidades humanas ni sacar lo peor de nosotros. Deben promover la cercanía y el sentido de familia humana, avistando a los últimos sin dejarlos atrás.
El Santo Padre se inspira en San Francisco de Asís, quien usó las palabras (“hermanos todos”) “para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio”. El Pobrecillo de Asís “no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios”.