Resiliencia: un enfoque personal  

Por el Dr. Ermanno Pavesi

Miembro del Comité de Presidencia de la FIAMC

Publicado en:

https://www.eunsa.es/libro/pandemia-y-resiliencia_111125/

Desde hace algunos años, incluso en publicaciones populares, el concepto de resiliencia se utiliza para definir y explicar la capacidad de una persona para lidiar positivamente con situaciones de crisis. 

El término resiliencia se usó originalmente para definir la propiedad de un material de recuperar su forma o posición original después de ser deformado. Con el tiempo, el concepto de resiliencia también se ha aplicado en otras áreas como la biología, la ecología, la tecnología. La resiliencia en la informática designa la capacidad de un sistema para adaptarse a las condiciones de uso y resistir al desgaste, ciberresiliencia significa la capacidad de una organización para continuar su actividad en caso de un ataque cibernético. 

El uso del término en campos completamente diferentes plantea la cuestión de si se trata de un término genérico, que se puede utilizar en áreas muy heterogéneas, o si puede ser utilizado indiferentemente para el estudio de las propiedades de los materiales, de fenómenos naturales, de procesos biológicos, y en particular del hombre.

El hombre: ¿sólo una partícula de la naturaleza?

Es una pregunta abierta desde el principio de la civilización occidental: ¿el hombre es  simplemente una partícula de la naturaleza, y sus comportamientos y  actividad psíquica pueden explicarse por el conocimiento científico de la época, o el hombre está dotado de un alma espiritual que no puede ser ignorada? En otras palabras, si bien el hombre tiene características similares a las de otros seres vivientes, ¿la dimensión espiritual confiere al ser humano una dignidad especial? Limitándonos a un período más cercano a nosotros se puede recordar al humanista Francesco Petrarca (1304-1374), que en un tratado muy polémico, las “Invectivas contra un médico”, criticó duramente a un médico de la curia papal acusándolo de no ser más que un mecánico, que antepuso ante una concepción naturalista y determinista del hombre (recibida de los comentaristas árabes de Aristóteles como Averroes) a la filosofía y la “sagrada” teología, y  por esto advirtió al pontífice Clemente VI (1342-1352). Si la acusación de Petrarca al médico de la curia de ser sólo un mecánico puede parecer ofensiva, unos siglos más tarde un científico, William Harvey (1578-1657), acuñó el término iatromecánica para designar una medicina basada en las leyes de la mecánica, el filósofo René Descartes (1596-1650) comparó el cuerpo humano con una máquina y el filósofo Julien Offray de la Mettrie (1709-1751) comparó a todo el hombre, y no sólo al cuerpo, a una máquina, “El hombre máquina”es el título de su obra más famosa.

Incluso en la era precristiana hubo un contraste entre dos visiones del hombre: una naturalista, según la cual la reacción del individuo a una determinada situación está determinada únicamente por factores naturales, y una concepción del hombre con un núcleo espiritual, un alma ciertamente sujeta a condicionamientos naturales y sociales, pero que por medio de su discernimiento y de su libre albedrío tiene el poder de reaccionar libremente en cada situación.

El cristianismo ha hecho un avance importante. En la opinión del filósofo Giovanni Reale, la síntesis de la narrativa bíblica de la creación del hombre a imagen y similitud de Dios con la filosofía griega ha permitido desarrollar un concepto de persona que ha caracterizado la formación de la civilización occidental y constituye el fundamento espiritual de Europa. Gracias al “[…] concepto de ‘hombre como persona’, completamente desconocido para el pensamiento griego y otras culturas, en relación con el concepto de ‘Dios como persona’, se establece una relación directa con cada hombre y de la que depende la misma noción de hombre-persona” (Reale, 2003, p. 7). La concepción del ser humano como persona presupone la existencia de un objetivo final que puede ser conocido por la razón, aunque de una manera aproximada, y que se puede lograr gracias al libre albedrío y a la práctica de las virtudes.

Para el filósofo Romano Guardini (1885-1968) el alejamiento de la civilización occidental del cristianismo, que ha marcado un hito de la era moderna desde sus inicios, también ha implicado un giro antropológico con la crisis de la concepción del hombre como persona: 

“El conocimiento de la persona está por tanto vinculado a la fe cristiana. La persona puede ser afirmada y cultivada durante algún tiempo, incluso cuando esa fe se ha extinguido, pero poco a poco estas cosas se pierden” (Guardini, 2007, p. 100).

Denegada la dimensión personal, es decir del centro integrador capaz de moderar los instintos individuales y las pasiones, la existencia se fragmenta en una serie de momentos y episodios independientes entre sí. 

“El hombre concebido por los tiempos modernos no existe. Los renovados intentos de cerrarlo en categorías a las que no pertenece: mecánicas, biológicas, psicológicas, sociológicas, son todas variaciones de la voluntad fundamental para convertirlo en un ser que es ‘naturaleza’” (Guardini, 2007, p. 80).

Los intentos de explicar la vida humana sólo a la luz de una categoría particular se han demostrado inadecuados y reduccionistas, con un error fundamental, es decir, explicar el comportamiento humano como el efecto de una o más causas, sin tener en cuenta que el hombre tiene un fin, y, para utilizar el término filosófico, un telos. El filósofo Alasdair MacIntyre describe la incapacidad del pensamiento contemporáneo de “encarar cada vida humana como un todo, como una unidad, cuyo carácter provee a las virtudes de un telos adecuado. [Y esto para la] tendencia a pensar atomísticamente sobre la acción humana y a analizar acciones y transacciones complejas descomponiéndolas en elementos simples. […] Que las acciones particulares derivan su carácter en tanto que partes de conjuntos más amplios, es un punto de vista que es ajeno a nuestra manera habitual de pensar y, sin embargo, es al menos necesario considerarlo para empezar a entender cómo una vida puede ser algo más que una secuencia de acciones y episodios individuales” (MacIntyre, 2013, p. 252).

Si el hombre no tiene un fin último, su vida no está orientada a su búsqueda, sino que consiste en una serie de episodios aislados más o menos conectados entre sí. Esta visión del hombre, común a muchas psicologías modernas, está bien representada por el psicoterapeuta estadounidense Carl Rogers (1902-1987), fundador de la así llamada Terapia centrada en el cliente, que considera al hombre como un organismo que en cada momento debe satisfacer todos los deseos e instintos, sin tener en cuenta principios, valores u obligaciones: 

“En la fluctuación de la complejidad actual de mi experiencia, y en el esfuerzo por entender la complejidad en constante cambio, no se puede tener ninguna posición rígida. Cuando puedo vivir en el proceso, no podré mantener ningún sistema de creencias, ni un conjunto inmutable de principios” (Rogers, 1994, p. 43).

El hombre debería aceptar “ser un proceso siempre nuevo de potencialidades, en lugar de ser o convertirse en algo predeterminado” (Rogers, 1994, p. 172).

Descripción de la resiliencia individual por las psicologías modernas. 

La cuestión de la capacidad de enfrentar y superar la difícil situación causada por la epidemia COVID-19 a menudo se ha abordado con teorías de la resiliencia.

Las antropologías sin visión del hombre como persona tienen dificultades para dar una explicación unitaria de la resiliencia, pero destacan una serie de características que deberían mejorar la capacidad del individuo para superar una condición de dificultad, como el optimismo, la robustez psíquica, el carácter comunicativo, la autoestima, la independencia, el humor, la empatía, las habilidades analíticas y de planificación, la autonomía, el sentido de confianza personal, la apertura a las relaciones sociales, la capacidad de resolver problemas y de tomar decisiones. Estas características son a veces cuestionables: las personas de pocas palabras pueden ser más decididas y tenaces que otras más habladoras. El optimismo también puede ser una espada de doble filo: al principio, puede evitar el desaliento, pero también puede alimentar expectativas poco realistas y posponerlo al momento en que se tendrá que lidiar con dificultades concretas. 

Resiliencia y el hombre como persona

La cuestión de la resiliencia jugó un papel clave en el trabajo del neuropsiquiatra y psicoterapeuta vienés Viktor Frankl (1905-1997), quien entonces hablaba más bien de resistencia espiritual. Incluso antes de la Segunda Guerra Mundial, Frankl había reconocido la insuficiencia de dos corrientes psicoterapéuticas importantes de su época, el psicoanálisis de Sigmund Freud (1856-1939) y la psicología individual de Alfred Adler (1870-1937), por su reduccionismo con la exclusión de la dimensión personal y espiritual del hombre. Frankl consideró necesario desarrollar una psicología ‘de altura’ en contraposición a la psicología ‘de lo profundo’, afirmando, en particular, la necesidad de 

“identificar las categorías de valores que son fundamentales para la búsqueda y la realización del sentido de la vida; para comprender los aspectos positivos del dolor y la posibilidad de ser siempre capaz de tomar una actitud, incluso en situaciones límite”. 

Es natural que el hombre trate de evitar o disminuir situaciones difíciles, pero incluso en condiciones adversas que no es posible cambiar, siempre existe la posibilidad de tratar con ellas con carácter y firmeza, justo lo que hizo Frankl en una etapa difícil de su vida.

Frankl era judío y fue deportado con su familia. Durante su internamiento en varios lager alemanes, desde septiembre de 1942 hasta su liberación en abril de 1945, fue capaz de verificar sus teorías analizando su propio comportamiento y con la observación de lo de sus compañeros de internamiento.  

Dado que en la vida de un hombre puede haber toda una jerarquía de valores, algunos relacionados con situaciones particulares, otros que se refieren a perspectivas más amplias hasta que alcanzan un valor final que puede dar sentido a toda existencia, Frankl describió dos actitudes existenciales límite, ‘la conducta existencial provisional’ y ‘la conciencia de tener un fin en la vida’ (Frankl, 1985, p. 48).  Las personas del primer tipo muestran menos resistencia en situaciones difíciles, porque no son capaces de relativizar el sufrimiento momentáneo en vista de un fin superior, como puede hacer, en cambio, quien tiene un fin en su vida: “Sólo hay una cosa que pone al individuo en condición de superar las dificultades: la conciencia de servir a una causa” (Frankl, 1985, p. 63). En el Lager Frankl fue capaz de observar que:  

“En la última guerra mundial hemos experimentado momentos muy serios y hemos conocido a personas que sabían lo difícil que sería volver a casa sano y salvo. Bueno, esta gente, consciente de enfrentarse a la muerte, continuó a resistir y a cumplir con su deber. Ni siquiera amenaza mortal del campo de concentración, sólo para indicar un límite, los puso en condición de considerar su situación, la vida en el Lager, como una situación provisional o como un episodio puro y simple, sino más bien como la culminación de su existencia, la oportunidad de un estímulo máximo” (Frankl, 1985, p. 49). 

Frankl también introduce otro concepto interesante: si se fija en un valor relativo se lo absolutiza, con el riesgo de que los valores relativos “no sean aceptados en su relatividad y en su lugar se entiendan como valores absolutos, si, en otras palabras, son elevados a ídolo” (Frankl, 1985, p. 66). Pero, precisamente en las situaciones límites se manifiesta la inconsistencia de estos valores relativos absolutizados, con el riesgo de que cada idolatría se vengue y pueda llevarnos “directamente a la desesperación” (Frankl, 1985, p. 66).

El comportamiento de Frankl en los Lager es la mejor confirmación de sus teorías. Estaba preocupado por sus parientes, internados en diferentes campos de concentración y de los cuales no conocía el destino, pero como psicoterapeuta se sentía responsable de sus compañeros de internamiento, se comprometió a mantener su espíritu en pie y organizó actividades para dar algún significado a la vida en el campo de concentración. De esta manera, él mismo fue capaz de dar un sentido a la situación en la que él estaba.

El trabajo de Viktor Frankl ofrece a la cuestión de la resiliencia un enfoque diferente de los actuales: no se puede explicar con algunos caracteres individuales, pero depende de la estabilidad interior y de la fuerza de resistencia espiritual: “Es precisamente en cautiverio y hambre que se ha visto una vez más que el comportamiento de la persona dependía de si poseía o no una estabilidad interior” (Frankl, 1985, p. 165) y la estabilidad depende de la “fuerza de resistencia del espíritu” (Frankl, 1985, p. 166).

Fundamentos filosóficos de la psicología y de la psicoterapia

La psicología y la psicoterapia son a menudo consideradas como ciencias ‘neutrales’, como meras descripciones y aplicaciones terapéuticas de observaciones sobre el funcionamiento de la psique humana, y, como tal, incontrovertibles. De hecho, cada psicología y cada psicoterapia presupone una antropología precisa, y en las teorías de Frankl podemos reconocer algunos temas de la tradición filosófica occidental, como los descritos por el filósofo Josef Pieper (1904-1997) en sus obras.

Ya sea que el hombre viva en el día o se mueva hacia una meta final, manifiesta el deseo y la necesidad de satisfacer exigencias particulares. Pieper es crítico con las antropologías que sostienen la autonomía del hombre, que, en cambio, en la situación existencial actual es un ser carente y necesitado, que no se siente satisfecho, que es básicamente infeliz y siente la necesidad de relacionarse con alguien o algo.

“Esta autosuficiencia – escribe Pieper – se opone a la convicción de que la naturaleza del hombre sea en realidad tal que continuamente desea algo diferente de sí mismo; el hombre sentiría continuamente la necesidad de ser apoyado con socorros y colmado de dones” (Pieper, 1962, p. 27).

En este pasaje Pieper menciona un aspecto que va más allá de la descripción filosófica, que también se refiere al equilibrio psíquico y a la psicoterapia, pero que al final es de naturaleza religiosa: el hombre siente la necesidad de apoyo y alivio, también busca a alguien o algo que pueda ofrecerle tal ayuda, pero no siempre pone su confianza en lo que realmente puede apoyarlo.

El sentimiento de insatisfacción explicaría la insaciable sed humana de buscar e investigar, y la profunda inquietud que llega incluso en lo íntimo de la persona. Como lo describió san Agustín (354–430): “… et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te”, el hombre no puede estar completamente satisfecho por cosas finitas, a lo sumo puede sentir placer cuando se cumple un deseo, pero no puede lograr la felicidad que sólo puede sentir realizando, aunque imperfectamente, su objetivo final: 

“incluso el hombre natural – escribe Pieper – no puede ser satisfecho por cosas finitas; y si tuviera que entenderse a sí mismo o comportarse como si pensara que tal realización era posible, entonces no se entendería sí mismo y actuaría contra su propia naturaleza. De hecho, el mundo entero no sería suficiente para esta naturaleza ‘natural’ del hombre. […]

Entonces, ¿qué es esta bebida que tiene el nombre de felicidad, y que es capaz de satisfacer total y definitivamente esta sed que el hombre siente con todo su ser? […] [Santo Tomás de Aquino (1225-1274)] dice: bonum universale.  […]

Por lo tanto – esta es la opinión de Tomás – no hay nada inferior a este bonum universale que pueda satisfacer la sed más profunda de la naturaleza humana total y definitivamente” (Pieper, 1962, p. 27).

Cada intento, por lo tanto, de sustituir el bien universal por un bien relativo no puede satisfacer plenamente la necesidad más íntima del hombre, un bien finito no puede reemplazar un bien infinito, ya que un bien creado no puede reemplazar al Creador: 

“todas estas secularizaciones, concebidas o perseguidas como objetivos supremos, no son más que formas de compromiso e insuficiencia; de hecho, todos están de acuerdo en esto: no representan el objetivo supremo del que hablamos cuando se dice que el hombre no puede estar definitivamente satisfecho con algo que es inferior al bonum universale; pero este objetivo tiene el nombre de Dios” (Pieper, 1962, p. 32-33).

Wilfried Daim

Algunos conceptos formulados por Frankl, como el objetivo final de la existencia y la comparación de la absolutización de un fin relativo con un ídolo, también se encuentran en las obras de otro psicoterapeuta vienés, Wilfreid Daim (1923-2016), que los ha expuesto en un lenguaje aún más claro, con referencias también a la filosofía de Aristóteles y con un enfoque positivo de la relación entre la psicoterapia y el cristianismo.  

Daim reconoce a la psicología del profundo el mérito de haber formulado algunos conceptos importantes, en particular el de la fijación, que sería particularmente adecuado para describir la absolutización de un bien relativo, y como Frankl , utiliza los términos ídolo e idolatría para indicar el objeto y el mecanismo de la fijación.

Daim utiliza el término aristotélico de entelechia – que contiene la raíz de telos, que en griego significa fin, propósito –, estrechamente vinculado a la concepción de potencia y acto, y que indica la energía del potencial del individuo que tiende a perseguir un cierto fin, que también constituye su perfección. En otras palabras, cada individuo tiene potencialidades que no se pueden utilizar para cualquier propósito, porque contienen su objetivo final. Daim incluso habla de un impulso vital ‘entelequial’, de un impulso directo a la realización de las propiedades de cada uno, lo que solo puede dar estabilidad y felicidad.  

En su desarrollo, el individuo se orienta y primero puede fijarse a bienes relativos. La fijación en un bien relativo da al individuo la impresión de haber alcanzado la meta, pero constituye un endurecimiento, una rigidez afectiva, que bloquea la maduración de la persona, y también causa un desequilibrio interior: 

“El estrechamiento de la persona en un sistema cerrado de   ídolos conduce a una división entre la condición de fijación y la potencia entelequial. Esta división impide la integración de los procesos psíquicos, y favorece la fijación a expensas del auténtico impulso de desarrollo.

Esta división causa una herida, porque la naturaleza de la herida consiste en una fractura insana de la organización. La fijación conduce a un callejón sin salida” (Diem, 1954, 105).

La fijación a un bien relativo se vuelve fatal en las situaciones límite, en las que uno se da cuenta de su inconsistencia y que no puede dar sentido a la vida y al sufrimiento. 

Las consideraciones sobre la resiliencia han demostrado que se trata, en última instancia, de una cuestión existencial fundamental. Petrarca comparó la condición humana con la fragilidad y los cambios de buena y mala suerte con un barco en aguas turbulentas:   “La suerte que tiene poder sobre gran parte de los asuntos humanos, te ha hecho derrocar sobre un mar tormentoso y profundo de negocios y problemas”.

En esta situación es necesario mantener un curso preciso, hacia un puerto seguro: “En los mares borrascosos el barco de tu vida, que necesitaría de decisión y sin el timonel, es zarandeado, cerca del naufragio, si tu, antes que el timón escape de tu mano, no lo cobijas en un puerto seguro y echas las anclas”. En otras palabras, para inducir, “con lo bueno o con lo feo, las partes menos nobles del alma para obedecer a las superiores. Sólo entonces, y no antes, se puede esperar la paz del ánimo”.

Conclusión

Los intentos de muchas psicologías modernas para explicar el concepto de resiliencia aplicado al ser humano se ven afectados por el origen del término, como la capacidad de un material para recuperar el estado inicial después de una solicitud y describen algunas características que deberían favorecerlo. 

Pero el ser humano tiene una dignidad particular: ”No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana” (Gaudium et Spes, N. 14). Una visión personalista toma en consideración al hombre en su totalidad con un fin incluso trascendente. La conciencia de la importancia de la meta que se debe alcanzar confiere determinación y estabilidad, lo que le permite soportar incluso las pruebas y las adversidades más difíciles.

Bibliografía

Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes sobra la Iglesia en el mundo actual, 7 de diciembre de 1965.

Diem W. (1954) Tiefenpsychologie und Erlösung. Vienna-Monaco: Herold.

Frankl, V. (1985). Psicologia per tutti, Conversazioni radiofoniche sulla psichiatria, Roma: Figlie di San Paolo.

Guardini, R. (2007). La fine dell’epoca moderna, in Idem, La fine dell’epoca

moderna. Il potere, Brescia: Morcelliana.

MacIntyre A (2013) Tras la virtud, Barcelona:Austral.

Petrarca, F. (1950), Invective contra medicum. Testo latino e volgarizzazione di ser Domenico Silvestri. Roma: Edizioni di storia e letteratura.

Pieper, J (1962). Felicità e contemplazione. Brescia: Morcelliana.

Reale, G. (2003). Radici culturali e spirituali dell’Europa. Per una rinascita dell’uomo europeo, Milano: Cortina.