La influyente congresista norteamericana Nancy Pelosi ha tenido la peregrina ocurrencia de afirmar, refiriéndose a quienes defienden la vida del niño aún no nacido, que son “enemigos de la democracia”.
Y más bien habría que asegurar, como veremos, que son quienes defienden una democracia real. Adelantemos que sin garantía de los derechos fundamentales de cada persona no existe democracia genuina, sino que ésta degenera en tiranía. Ahora bien, sin derecho a la vida es imposible ejercer ningún otro derecho.
Así que sólo les queda, para defender el aborto, negar que el feto sea vida humana y sostener que es parte del organismo de la mujer. Difícil lo tienen cuando hay Estados que permiten abortar hasta justo antes de que nazca el niño, con lo que no se puede negar que se trata de un infanticidio.
Pero es que desde la argumentación científica queda claro que el feto es una vida distinta de la de la madre:
Por una parte, su carnet de identidad biológico, su ADN, es distinto del de la madre. Y por otra parte los entendidos nos enseñan que la madre encinta segrega una sustancia que impide que, como si de un trasplante se tratara, el organismo materno rechace el feto como un cuerpo extraño.
Y como hay católicos que son partidarios del aborto – que la Tradición y el magisterio de la Iglesia siempre han condenado como crimen horrendo – veamos lo que aprendemos de una fuente principal de nuestra Fe, como es la Sagrada Escritura, en particular del fragmento del Evangelio de San Lucas sobre la Visitación (Lucas 1, 34.36.39):
Cuando la Virgen, grávida de días de Jesús, visita a su prima Santa Isabel — que a su vez portaba en su seno al que sería S. Juan Bautista – ésta exclamó “el niño saltó de entusiasmo en mis entrañas”, es decir el niño, con seis meses, ya tenía sentimientos, era persona, tenía alma.
Pero es que la alegría del Bautista es por la presencia humana del Niño Dios, Jesús, que hacía pocos días había sido concebido. (Después de su sí al ángel, “María partió con presteza”) Es decir, Jesús ya es persona humano-divina a los pocos días de su concepción.
O, generalizando, el niño concebido ya es ser humano, ya tiene alma, desde el instante de su concepción.
Por tanto, un católico tiene que renegar de su Fe para apoyar el aborto, que no es sino un asesinato temprano, tal como la Tradición, desde tiempos remotos, y el Magisterio de la Iglesia siempre han mantenido.
Ahora bien, ¿qué pensaríamos de una llamada “democracia” que permitiera a algunos de sus ciudadanos acabar con la vida de unos adultos inocentes?: Que había degenerado en tiranía. Pues eso es lo que permite el aborto, sólo que las víctimas no son adultos sino niños en su primera y más indefensa infancia.
Por eso, prohibir el aborto no es más que asegurar el derecho a la vida de toda persona, derecho básico ya que sin él no existe ningún otro derecho. Y así como nada autoriza la muerte de un adulto inocente, la Constitución debe recoger el derecho a la vida del niño no nacido, de modo que su vida esté blindada frente al aborto. Este derecho constitucional tendría que prevalecer sobre toda alternancia política. Ya que es garantía de democracia real.
Decía la Madre Teresa de Calcuta que el mayor enemigo de la paz es el aborto, porque si una madre puede matar a su hijo, ¿Qué podrá impedir que nos matemos unos a otros?
Enemigo de la paz y de la democracia.
Javier Garralda Alonso