En realidad, en Dios, que es simple, todos sus atributos constituyen una unidad: Es misericordioso y justo a la vez. Y ambas perfecciones se predican de Dios en grado sumo, en grado infinito.
Dada nuestra limitación, concebimos que su nombre más excelso es Misericordia: Es tan poderoso que puede perdonar y eterno es su perdón.
Pero, en nuestros días, se ha olvidado que Dios es también justo, infinita Justicia. Y en nombre de su Amor infinito se le prohíbe castigar. Se contrapone Amor y Justicia. Cuando el Amor no puede darse sin Verdad. Y la Verdad no existe sin Justicia.
Resulta ilustrativo de cómo Amor y Justicia van de la mano, el siguiente texto inspirado, a propósito de los terribles males de la Segunda Guerra Mundial: “¡Venid a Mí para salvaros! Llorad, no tanto por el sentimiento del bienestar material perdido, cuanto por el remordimiento de haber disgustado a Dios. Llorad, pero llorad golpeándoos el pecho, llorad en mis manos que, si os han herido, ha sido por amor, por despertaros del sueño morboso en el que habíais caído y en el que, sin duda, pereceréis de continuar en él” (María Valtorta, Cuadernos de 1943, 5 a 6 de noviembre de 1943)
Apuntemos que el llanto por la actual pandemia debe ser así, para que sea curativo física y espiritualmente, ya consideremos el COVID una prueba o un castigo.
Por otra parte, que la Justicia es ocasión de misericordia queda patente en la Biblia, en el Antiguo y Nuevo Testamentos. Véase como ejemplo, Lc 23, 2943:
El Buen Ladrón, crucificado junto a Cristo, reconoce que la pena terrible que sufre se la ha merecido por su vida criminal, mientras que afirma que Jesús es, en cambio, inocente. Y pide: “Acuérdate de mí cuando entres en tu Reino”. Y tiene la bienaventuranza de oír: “Hoy estarás Conmigo en el Paraíso”. Así al Buen Ladrón un castigo dolorosísimo se le trocó en moneda del Cielo.
Todo ello nos muestra que el Señor, aun en situaciones que parecen de castigo, de justicia, está deseoso, hablando humanamente, de dejarse vencer por su misericordia. Dice así un texto inspirado: “El Amor acaricia, la Justicia golpea. Como un Padre corrige a sus hijos, así la Justicia, aspecto del Amor, quiere volverlos a traer a Casa” (10-10-1984.- Mensaje.- por Margarita).
Y, aunque nos cueste comprenderlo, grandes males – catástrofes, persecuciones – pueden ser el último recurso del Señor para salvarnos, para curar nuestra alma. Y hay que considerar que el mayor mal de esta Tierra que conduzca al Paraíso, por la gracia divina y nuestro arrepentimiento, tiene el peso de una brizna de hierba, si lo comparamos con la salvación para siempre y siempre, con el final feliz y definitivo de nuestra vida terrena.
Y cuando nos parezca que Dios nos castiga individual o colectivamente y nos cueste aceptarlo, recordemos las palabras del Apóstol: “…Porque el Señor a quien ama le reprende y azota a todo el que recibe por hijo. Como a hijos se comporta Dios con vosotros ¿Pues qué hijo hay a quien su padre no corrija?” (Hebreos, 12, 6-7)
Y besaremos las manos de nuestro Padre, que todo lo hace, o permite, por Amor.
Javier Garralda Alonso