Dra Elena Passo

“Son estos tiempos recios y son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos”, escribió Santa Teresa de Jesús en su autobiografía espiritual en 1562 (Libro de la Vida 15.5). Corría por entonces el s. XVI de nuestra era y sin lugar a dudas todos los tiempos ofrecieron dificultades y pruebas para lograr la santidad.

En este tiempo somos especialmente interpelados por esa vocación a la santidad ya que sumidos en una tarea asistencial en medio de una epidemia que azota a la humanidad, los médicos y todo el personal sanitario somos convocados diariamente.

Muchos incluso hemos padecido la enfermedad y hemos visto a compañeros, amigos y familiares del mundo de la salud estar sumidos en iguales circunstancias.

Hemos dado y seguimos dando esa batalla convencidos de que cumplimos con un llamado de servicio y que en cada persona enferma vemos a un hermano en Cristo.

A esta especial circunstancia de pandemia se ha agregado de nuevo otro hecho que afecta a nuestra realidad de restricciones y es la imposibilidad de asistir a la celebración de la Eucaristía. Somos médicos católicos y por lo tanto para nosotros es el momento más significativo de nuestra vida espiritual ya que es el tiempo del encuentro personal con el Señor y es la fuente que vivifica nuestra alma

No tiene sentido la prohibición del encuentro comunitario cuando el mismo se desarrolla cumpliendo minuciosamente todas las indicaciones sanitarias y epidemiológicas para resguardar la vida y la integridad de todos.

¿Qué se busca entonces al prohibir una celebración religiosa?

¿Qué inspiración tiene una medida tan arbitraria e injustificada desde el punto de vista sanitario?

Realmente la prohibición de la celebración de la Eucaristía no es una acción que provenga de la inspiración del Espíritu de Dios, muy por el contrario su inspiración tiene otras raíces.

San Agustín, explicaba que hay dos formas en que el mal ataca a los seguidores de Cristo: la primera es mediante el halago para seducirlos y la otra es el temor a través de la persecución . El objetivo de ambos métodos es doblegar la voluntad del hombre y convertirlo en un esclavo.

Mediante el halago se lo hace superficial y autorreferencial, ya no es la sal del mundo; se ha transformado en un hombre ” light” y sobre todo mediocre.

Mediante la persecución se instala el miedo en su vida y el resultado es la parálisis que lo lleva a dejar de ser un hombre libre y lo convierte en un esclavo del miedo. El resultado del miedo es el mismo: la mediocridad.

Dios no quiere eso para nosotros, fuimos llamados y creados para la libertad y para la santidad.

No somos seres insignificantes sino que fuimos convocados por el Señor para ser la sal del mundo.

¿De dónde viene entonces esta prohibición de alimentar nuestra alma con la celebración de la Eucaristía instaurada por nuestro Señor Jesucristo en la última cena?

No se puede pactar con esta mundanización de la vida cristiana, con esta tibieza que nos quieren imponer.

¿En qué momento renunciamos a la gracia del llamado a la santidad?

¿Cómo es que nos conformamos con esta escandalosa mediocridad?

Nuestro enemigo no es el que nos quiere convertir en un alguien insignificante, el enemigo es la propia claudicación al llamado de Cristo, es haber perdido el rumbo de considerar a la propia santidad como algo cierto: como algo dado y querido para nosotros por Dios.

Evagrio Póntico, monje cristiano y erudito del s. IV, considerado como uno de los “Padres del desierto”, introduce el concepto de Asedia o Asedía , refiriéndose a ella como la pérdida de la pasión o de la tensión espiritual. Esta pérdida del amor primero, esta pereza o atonía del alma es lo que lleva a pactar con la mediocridad y con la superficialidad.

Según el monje del Ponto los síntomas de la Asedía son:

a. Inestabilidad interior: estar dedicado a la búsqueda de novedades y perder la paz interior y la capacidad de disfrutar de la presencia de Dios.

b. Excesiva preocupación por la imagen y la salud: la auto-percepción ocupa el lugar de la presencia de Dios.

c. Aversión al deber de estado: se huye de la vocación que Dios nos ha encomendado. El Señor nos ha puesto en un escenario concreto y es allí donde se tiene que cumplir el camino hacia la santificación.

d. Negligencia en la vida espiritual: es una situación de pendiente resbaladiza en la que llega un momento en que la vida espiritual es abandonada. Es el típico hombre descentrado de su vida interior, que vive sin oración y sin el encuentro personal con Cristo.

e. Pesadumbre del alma: es la pérdida de la alegría interior y de la esperanza de alcanzar la santidad: “me pesa el alma”.

Evagrio Póntico habló de remedios o fortalezas para combatir la Asedía o apatía espiritual:

1. Lágrimas de contrición: Son lágrimas sanadoras porque permiten romper con la atonía o apatía al pedirle a Dios perdón por haberlo ofendido.

2. Búsqueda de un orden interior: tiene que haber un plan de vida, un plan de acción, buscar un orden interior y un acompañamiento espiritual en la vida interior que acontece en el día a día.

3. Método Antirrético: dar un corte rotundo a las insinuaciones del mal sin entrar en un diálogo. O dicho de otra forma, cortar por lo sano, tal como responde Jesús cuando es tentado en el desierto.

“Y acercándose el tentador, le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Más Él respondió: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda la palabra que sale de la boca de Dios.

Si eres Hijo de Dios tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna. Jesús dijo: También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios”. (Mt. 4, 3-7)

4. Meditación sobre la muerte y la vida eterna: tener en cuenta la fugacidad de la vida y hacia dónde vamos dándole importancia a lo realmente significativo. Solo preocuparnos por aquello que cuando estemos ante la presencia de Dios sea lo realmente importante. O sea, vivir la vida de cara a la eternidad dejando de lado lo relativo.

5. Petición del don de la Perseverancia: pedirle a Dios la gracia de la perseverancia hasta el final en el camino de la santidad.

Dos siglos después Gregorio Magno (doctor de la Iglesia), unifica los conceptos de Asedía (desánimo) con el de Tristitia (tristeza) incorporando en su lugar el de Pereza como uno de los siete pecados capitales.

Es curioso el fenómeno por el cual lo individual se transforma en colectivo, adoptando la sociedad, casi de un modo imperceptible, un equilibrio de mínimos y acostumbrándose en forma progresiva a sobrevivir con las cosas básicas del “mundo”, guardando sólo en la memoria de algunos las enseñanzas del Divino Maestro: “No sólo de pan vive el hombre”.

Como hemos visto, a lo largo de la historia existieron circunstancias que interpelaron en su fe a los cristianos, este es un tiempo “recio” y Cristo nos convoca a ser firmes al llamado a la santidad y a la trascendencia, como sus amigos “fuertes” en lucha contra las propias flaquezas interiores.