Hay tres factores que hay que tener en cuenta cuando nos preguntamos por la calidad de una vacuna o de cualquier otro fármaco: eficacia, seguridad y ética. Son como las tres patas de un taburete y no puede faltar ninguna de ellas para que este se tenga en pie.
La eficacia de las vacunas contra el COVID-19 que han sido aprobadas en los Estados Unidos, en Inglaterra o en la Unión Europea está bien estudiada y contrastada. Funcionan. La aparición de variantes del virus quizá obligará en un futuro a modificar las fórmulas de las mismas. Pero funcionan y nuestros ancianos ya se están beneficiando de ello.
La seguridad de las vacunas también se ha estudiado bien y además se somete a controles periódicos para evitar y minimizar sorpresas. Todos los medicamentos que son efectivos pueden tener efectos secundarios. Estos se tratan con las armas que tiene la Medicina. Además, cuando se distribuye una vacuna se procura que sus riesgos superen muchísimo a los riesgos de la enfermedad que combaten. Es cierto que no conocemos las consecuencias a largo plazo especialmente de las vacunas de ARN mensajero, que son nuevas para la humanidad. Se supone que no darán problemas pero el largo plazo en tantas y tantas cosas no es predecible. El ARN-m no entra en nuestro ADN. Se degrada en unas tres semanas.
La ética es un factor clave tanto para los profesionales como para los que reciben la vacuna. En los ensayos clínicos previos a la aprobación de los medicamentos siempre se tienen en cuenta los aspectos éticos. Por ejemplo, se cuenta con el consentimiento informado de los voluntarios que las probarán previamente a su distribución al público general. A estos voluntarios se los estudia concienzudamente y, si es necesario, se les compensa.
Algunos grupos y personas tienen serios reparos a recomendar o dejarse poner las vacunas porque circula el rumor de que están fabricadas con células de fetos abortados. Hay que decir que las vacunas de Pfizer y de Moderna no han utilizado en su fabricación líneas celulares de fetos abortados hace decenios. Las utilizaron quizá en las fases experimentales preliminares pero no en la producción del medicamento. Las demás vacunas aprobadas Europa y Estados Unidos han utilizado, parece ser, esas líneas celulares en su producción. Si se pudiera escoger (y quizá en los años venideros se podrá escoger en las farmacias el medicamento para las revacunaciones) yo escogería la de Pfizer o la de Moderna. Sin embargo, hoy por hoy los ciudadanos no podemos escoger. La Internacional de médicos católicos (FIAMC), en línea con lo dictaminado por la Congregación para la Doctrina de la Fe), piensa que la colaboración con el mal del aborto es remota y, diciendo la Medicina que las vacunas son necesarias para vencer al virus, no se actúa contra la moral si uno se deja vacunar. Más bien se contribuye al bien común.
Los seres humanos colaboramos sin quererlo muchas veces remotamente con los males: por ejemplo, comprando un producto cuya empresa maltrata a sus trabajadores o invirtiendo en planes de pensiones que quizá están financiando fábricas de armas ofensivas.
Creo sinceramente que es bueno tomar decisiones acertadas sobre nuestra colaboración o no con grupos y personas que hacen males. Sin embargo, ello no es siempre factible y no debemos agobiarnos por ello. Vivimos en el mundo y Dios no nos pide a todos que nos apartemos radicalmente del mismo sino que intentemos librarnos del mal. Desearía que hubiera fabricantes de vacunas que en todo momento respetaran la vida humana desde la concepción. Espero que algún día podamos crear farmacéuticas éticas al ciento por ciento. De momento debemos conformarnos con las que tenemos.
Respeto profundamente a las personas que no desean vacunarse por motivos morales y no soy partidario de obligarlas a ello. Ellas deben continuar protegiéndose y protegiendo a los demás con mascarillas, higiene, ventilación y distancia interpersonal. Para vencer la epidemia se necesita la vacunación rápida de un porcentaje alto de la población. No es necesario que sea absolutamente toda. Deseo también que los países más desarrollados sean capaces de suministrar abundantemente vacunas a los países pobres. No sé cuál es la mejor solución económica para ello: la humanidad tiene que encontrar la manera…
Como conclusión, aunque no se trate de una imposición de ciencia o de fe, y no pretendo ser infalible en eso, creo honestamente que las vacunas a las que me he referido son eficaces, seguras y aceptables éticamente.
Dr. José María Simón Castellví
Presidente emérito de la FIAMCw