Carta dominical | «El médico de los pobres»
El pasado 8 de mayo tuve la alegría de celebrar, en la Basílica de Santa María del Mar, una misa de acción de gracias por la beatificación del primer laico venezolano: el médico José Gregorio Hernández.
El Dr. José Gregorio nació en 1864 en el seno de una familia cristiana. Desde joven quiso dedicarse a ayudar a los más vulnerables. Su vida es un ejemplo para cualquier persona que quiera entregar su vida a los demás sin esperar nada a cambio.
José Gregorio fue un hombre normal y corriente, un hombre sencillo vestido con traje y sombrero; esta es la imagen más habitual que encontraremos de él. Sus aficiones también eran las de un hombre corriente, cantaba, bailaba y era aficionado a tocar el piano. José Gregorio es uno de los santos «de la puerta de al lado», de los que habla el papa Francisco en su exhortación apostólica Gaudete et exsultate (n. 7).
Hubo tres personas importantes en su vida. La primera, su padre, un hombre honrado que trabajó un tiempo como farmacéutico. Cuentan que cuando alguien no podía pagarle, no le cobraba nada. La segunda, su madre, una mujer compasiva y alegre que falleció cuando José Gregorio tenía solo ocho años. La tercera fue una religiosa que trabajaba en un hospital. De ella aprendió a tratar a los enfermos con exquisita caridad.
Fue un gran biólogo y médico. Estudió en Venezuela, en Francia y en Alemania. Aunque recibió muchas ofertas de trabajo de los mejores hospitales de Europa, decidió trabajar en su país. Fue un científico que puso todos sus conocimientos al servicio del pueblo.
El Dr. Gregorio fue un hombre de fe. La Eucaristía era el centro de su vida. En los momentos más duros de su vida, como la muerte de su hermano y de su madre, halló la paz y el consuelo en el Señor. Hizo suyas las palabras de san Pablo: ni la muerte, ni la vida, ni el presente, ni el futuro podrán separarnos jamás del amor de Dios (cf. Rom 8, 38-39).
El Dr. José Gregorio es conocido en todo el mundo como «el médico de los pobres». Nunca quiso enriquecerse con su profesión. Cuando visitaba a alguien y veía que no podía comprar las medicinas que le recetaba, dejaba discretamente unas monedas sobre la cama del paciente.
El Dr. Gregorio falleció en 1919 en un accidente, tenía solo cincuenta y cuatro años. Su entierro paralizó la ciudad de Caracas. Durante el funeral, los más pobres del pueblo exclamaban: «el Dr. Hernández es nuestro». Sin embargo, su ejemplo ha ido más allá de las fronteras de su país. Podemos decir que es de todos aquellos que tratan de servir a Cristo a través de los más pobres y necesitados.
Este precioso testimonio nos recuerda la impresionante labor de tantos médicos y personal sanitario en el mundo entero. A todos ellos, gracias por haber dicho sí a esta preciosa vocación y gracias por cuidar de nuestra salud corporal y psicológica. Que el Dr. Gregorio inspire a los profesionales de la salud para tener también presente la salud espiritual y nos ayude a todos nosotros, llamados, desde nuestro bautismo, a ser santos.
Queridos hermanos y hermanas, oremos por nuestros médicos y confiemos su misión a la intercesión del beato Gregorio Hernández.
† Card. Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
https://www.fiamc.org/faith-prayer/saints/la-fiamc-agradecida-por-el-dr-jose-gregorio-hernandez/