Dr. José María Simón Castellví
Presidente emérito de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC)
“Tras muchas ocasiones, tengo la experiencia de que no hay nada como el agua bendita para hacer huir a los demonios y evitar que regresen. De la cruz también huyen, mas vuelven. Debe ser grande la virtud del agua bendita”
Santa Teresa de Ávila
Uno de los efectos secundarios de la pandemia de COVID-19 ha sido el de la casi completa eliminación del uso del agua bendita en la Iglesia. La hemos utilizado durante siglos. De hecho, los primeros cristianos ya la usaban generosamente. Este sacramental atrae bendiciones a personas, animales, hogares, campos, si es utilizada con buena fe. Casi todas las iglesias tienen en la entrada una pila para el agua bendita. Los fieles, al entrar, tomábamos un poco y hacíamos la señal de la cruz en nuestro cuerpo. A veces, también se donaba a la persona que venía detrás. Esta agua es un buen recuerdo de nuestro bautismo, el momento en que nuestra alma quedó perfectamente limpia en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Recuerdo que en los brotes de SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Grave) y otros similares de hace unos años también se eliminó el agua. Sin embargo, se recuperó con relativa presteza.
Actualmente, con la epidemia de COVID ya remitiendo en Europa, no se ve el más mínimo indicio de la reinstauración de este elemento tan importante en la vida del cristiano. De hecho, el solo gesto de acercar la mano a la pila y santiguarse ya sería una prueba del deseo de agua bendita. Pero nada. Parece que nos hemos instalado en la mínima expresión de la vida de piedad.
Supongo que con la rampante secularización de nuestras sociedades a muchos no les importa nada este tema. Sin embargo, la eliminación del agua bendita es un indicio de la pérdida de confianza en lo sobrenatural por parte de los cristianos. Es cierto que uno puede siempre llevarle una botellita a un sacerdote para que se la bendiga y utilizarla en su casa. Pero la eliminación en los lugares de culto es sorprendente. Y más cuando vemos en ceremonias laicas que se rocían a las multitudes con agua u otros líquidos.
Hemos de decir que el uso del agua bendita no transmite el COVID. Eventualmente, se puede utilizar un recipiente pequeño, con agua que se cambie todos los días y con unas gotas de lejía o de clorhexidina (este producto no huele) para estar todos más tranquilos. Hay que pensar que el agua no se bebe. Tampoco es un rito obligatorio. Además, podría dispensarse de manera individual para más seguridad.
Es cierto que nosotros, los médicos católicos organizados, recomendamos al principio de la pandemia el vaciado de las pilas para evitar complicaciones o dudas. También recomendamos la comunión en la mano, a pesar de que la comunión en la boca y de rodillas es segura y siempre se pueden higienizar las manos del ministro de la eucaristía en caso de contacto con los labios del comulgante. Quizá fue exceso de prudencia.
Ahora, hace ya muchos meses que tenemos claro cómo se transmite el virus y se pueden recuperar con seguridad las buenas costumbres.