Una de las principales metas de una medicina bien entendida es la restauradora. Pero para restaurar algo, al mismo hombre, es preciso saber cómo era primeramente, o es naturalmente. Es decir, deberemos saber cuál es su naturaleza. Para identificar una carencia y ponerle remedio tenemos que poner nuestros ojos en el modelo ideal o natural y así apreciar la laguna o falta que aqueja al paciente y lo distancia de él.
En el ser humano su naturaleza es, a la par, física y espiritual. Está constituido por alma y cuerpo íntimamente unidos. De modo que una mejoría espiritual normalmente redunda en mejora de la salud corporal, lo que expresamos comúnmente como que la mejora psíquica repercute favorablemente en la salud física. Y, a la inversa, nuestra psicología mejora al curarnos físicamente (como expresan los dichos: “Mens sana in corpore sano”, o “El alma pende del cuerpo”). Y una medicina integral buscará la curación corporal y espiritual, la mejoría espiritual o psíquica que transforma y mejora la tolerancia, o incluso hace ver el aspecto positivo, del dolor que no se pueda evitar.
Y aquí hay que salir al paso de concepciones hedonistas o epicúreas que conciben al ser humano como mera máquina de placer que sólo huye del dolor y busca el placer, sea como sea. Y plantean una u otra versión del mito del superhombre, que fue antesala intelectual de la barbarie nazi y que también lo será de sus equivalentes totalitarismos modernos. Como veremos, se pueden apreciar, simplificando, tres utopías en la búsqueda del superhombre, que tienen en común ignorar la dimensión espiritual o la naturaleza del ser humano. Y así, violentando la naturaleza humana, pretenden lograr un hombre excepcional, un superhombre, que en realidad sería un super-animal, o una super-máquina o un super-diablo. Lo que va contra la naturaleza, lejos de mejorar al hombre, lo destruye.
Prosigamos en primer término con la que hemos apuntado, con la concepción de que la persona humana sólo ha de buscar el placer y suprimir el dolor y ello sea como sea, por cualquier medio. Así, por ejemplo, se buscaría, incluso, suprimir la maternidad para evitar el dolor del parto, lo que privaría a la mujer, e indirectamente al hombre, de los aspectos más nobles de la vida, de un amor sublime y sacrificado. Y, al negar la parte espiritual del ser humano, concebiría no ya una mujer y hombre excepcionales, sino un super-animal y los relegaría a ser un animal “perfecto”.
Otro modelo de supuesto superhombre, tal como conciben algunas utopías transhumanistas, que aspiran a implantar en el cerebro un super-ordenador que multiplicaría los conocimientos, crearía en realidad una super-máquina. Y hay que observar que, aunque lograran su objetivo, la consciencia (auto conocerse) y la conciencia (sentido moral) son más que el cerebro, y el propio cerebro más que el mejor ordenador. Esta mentalidad concibe al hombre, materialísticamente, como un super-aparato mecánico.
Finalmente, otra variante del mito del falso superhombre puede ejemplificarse, algo simplemente, con el caso de un individuo que en loca aspiración a la inmortalidad, acepta someterse a trasplantes sucesivos de órganos, que implicasen la muerte del donante, para prolongar su vida de cruel receptor. Aquí nos topamos, no ya con un pretendido superhombre, sino con un super-diablo que sacrificaría el más elemental sentido moral a su mejora corporal. Es decir, mejoraría su físico y condenaría su alma.
Todas estas distopías desconocen la naturaleza espiritual y corporal del ser humano, y plantean intervenciones antinaturales. Es bueno restaurar lo natural, lo que constituye un progreso, y, en cambio, es un retroceso atentar contra la naturaleza, lo que no es ir a más sino a menos (el más y menos se ha de medir respecto a algo que permanece fijo, en nuestro caso respecto al modelo de nuestra naturaleza). Así es bueno dotar de una lente que mejora la vista o implantar una pierna artificial al que perdió la extremidad en un accidente. Y sería malo, con ejemplo simplista, arrancar los ojos para implantar una especie de radar que permitiera localizar objetos lejanos. En el primer caso se restaura la naturaleza dañada y en el segundo se atenta contra la naturaleza humana.
La plenitud de la vida humana tiene un aspecto corporal y otro espiritual. Así, el buen médico restaurará nuestra naturaleza física y ayudará a transformar a mejor nuestra capacidad espiritual y psíquica y nunca actuará contra nuestra naturaleza físico-espiritual.
Javier Garralda Alonso