Dudaríamos de la lucidez de quien, porque está nublado afirmara que no existe el sol. Y contestaríamos: yo he visto el sol y sé pues que existe, por más que ahora esté oculto por las nubes.
De la misma manera, en la oscuridad interior o exterior, sabemos que Dios existe, porque lo hemos visto cuando nuestra situación era serena: No con los ojos físicos, sino con el corazón, con la mente iluminada. Hay muchas maneras de ver a Dios, por una intuición iluminada, por un libro que nos habla de Él, por el comportamiento edificante de una persona, por la inocencia de un niño, incluso, tristemente, por el pecado que nos puede llevar a Él, cuando creemos que Dios nos puede perdonar y nos apenamos por haber ofendido a un Dios tan bueno.
Fe es seguir creyendo en la oscuridad lo que hemos visto en la luz: En la oscuridad del dolor, de las pruebas, de las tentaciones. Todos pasamos, más o menos intensamente, por noches oscuras, pero sabemos que el sol sigue existiendo aunque no lo veamos.
Aunque ruja la tormenta, nuestro sol, nuestro Dios amado, continúa vigilante más allá de las oscuras nubes. Como dice Santa Teresa de Jesús en una corta y conocida poesía, “Dios no se muda”: Nada te turbe / Nada te espante/ Todo se pasa/ Dios no se muda/ La paciencia todo lo alcanza / Quien a Dios tiene nada le falta / Sólo Dios basta”.
Comentemos lo que nos dice el Catecismo sobre la Fe y espiguemos del número 154 que si bien la Fe es un don del Espíritu Santo, es a la vez un acto humano en que, con nuestra inteligencia y voluntad creemos y nos sometemos a Dios.
La Fe es confianza en Dios que se revela. Si usualmente damos credibilidad y confianza a una persona humana, llegando incluso al compromiso por toda la vida en el matrimonio, cuánto más digno de confianza será Dios, a quien hemos entrevisto. Así la Fe no es sólo, ni principalmente, un acto intelectual, sino que es confianza y amor, y en ese amor, de la mano de ese amor, creemos.
Nuestra propia vida espiritual, la de los santos, los milagros obrados por la Fe, las profecías cumplidas, son prueba de la existencia de Dios y motivos de credibilidad (Nº 156) Así podemos afirmar (Nº 157) que “la fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir”. “La certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural” (Sto. Tomás de Aquino).
Hay que hacer notar que la Fe tiene una dimensión voluntaria, es un acto voluntario: Por clara que sea la luz, si cerramos, voluntariamente, los ojos, no veremos. En el Nº 160 leemos: “El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios”.
Podemos perder la fe, nº 161: “La Fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo”: “Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta, algunos por haberla rechazado, naufragaron en la fe” (1 Tim 1, 18-19).
Para conservarla viva, debemos pedir al Señor que nos la aumente, actuarla por la caridad y mantenerla enraizada en la fe de la Iglesia.
Si no fuéramos fieles a lo que hemos visto, con claridad, en alguna ocasión, podemos naufragar en la fe, lo que sería la mayor desgracia. Recordemos los tiempos de bonanza cuando la tempestad nos oculta el rostro de Dios y creamos cuando estemos en la prueba de la Fe.
Javier Garralda Alonso