¿DIOS NOS AMA TAL COMO SOMOS?

En un sentido si, y en otro no: Nos ama incluso cuando estamos lejos, es Él el que ama primero, y nos impulsa a nuestra conversión. Sólo en Él somos felices. Es decir, nos ama tal como somos cuando estamos alejados de Él.

En otro sentido, no. Ya que, y porque nos ama, no quiere que sigamos tal como somos: No quiere que sigamos siendo leprosos, sino que nos curemos y tengamos nuestra alma limpia. Pues, ¿qué clase de amor sería el que nos quisiera leprosos, enfermos, sin amistad o gracia de Dios?

Ahora bien, un solo acto de amor a Dios, sincero y consecuente, nos libra de la enfermedad, del pecado, y por ello el Señor multiplicará los motivos para que lo amemos, pues nos quiere santos y felices ahora y en la vida eterna. El que ama a Dios ya no peca, ya que el amor nos lleva a obedecer, “obras son amores y no buenas razones”.

Aunque, el hombre es libre y puede rechazar el amor de Dios, su santa voluntad, y elegir continuar en el pecado, que no olvidemos es la auténtica infelicidad por mucho que brille como engañoso oropel.

Dice así el nº 2002 del Catecismo mayor: “La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle. El alma sólo libremente entra en la comunión de amor”.

Y lo contrario, el pecado, es la voluntaria enemistad con Dios, es la lepra espiritual, de la que podemos ser sanados libremente, tal como libremente hemos ofendido a Dios. El Señor es todo misericordia: Pero es necesario para que actúe nuestro sí voluntario.

Por eso la banalización, e incluso negación, del pecado es el mayor ataque a nuestra sanación. Ya que si no reconocemos nuestra enfermedad y su gravedad no pondremos los medios para curarnos. Esto mismo sucederá si el médico, por falsa compasión, nos oculta la gravedad de la dolencia. En ese caso queda cerrada la puerta al tratamiento, duro pero sanador, que nos libra de la enfermedad: Si estamos perfectamente ¿a qué pedir la salud?: Quedaría pues así cerrada la puerta de la misericordia divina que no se abre si no pedimos perdón, conscientes de nuestra lepra espiritual.

Por eso la banalización o negación del pecado es la actitud más cruel, ya que pone en peligro nuestra salud y salvación terrena y eterna.

Existe un santo temor de Dios, don del Espíritu Santo, que nos aleja de pecar y nos lleva a confiar en la infinita misericordia del Señor. Y hay un tipo de temor de Dios que es insano, que nos induciría a negar su misericordia y así nos dejaría inermes y nos inclinaría a seguir ofendiéndole. Cuando, al contrario, la misericordia divina puede perdonar la muchedumbre de nuestros pecados. Aunque requiera para actuar nuestro sí voluntario y consecuente.

Por otra parte, el dominio del pecado, a la luz de la redención del Dios hecho hombre, de Jesucristo Salvador, nos ha merecido bienes mayores que si no hubiésemos tenido que ser salvados (cfr. Catecismo, nº 412). Luce y resplandece aún más el amor y la misericordia de Dios, cuando voluntariamente nos acogemos a ella, y nos encaminamos desde lo que somos, que reconocemos con humildad y dolor del alma, hacia lo que el Señor sueña que seamos. Cuando caminamos libremente hacia nuestra conversión.

Javier Garralda Alonso