APARICIÓN DE LA VIRGEN DEL PILAR: Que derriba el muro de la increencia
Este 12 de octubre celebramos, especialmente en Latinoamérica y España, la aparición de la Virgen del Pilar en Zaragoza (España) Que tuvo lugar en los albores de la predicación de los apóstoles, cuando María aún vivía.
En documentos del siglo XIII leemos: “En la noche del 2 de enero del año 40 de la era cristiana, el apóstol Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro, cuando oyó voces de ángeles que cantaban “Ave María, gratia plena” y vio aparecer a la Virgen de pie sobre un pilar de mármol. La Virgen, que aún vivía, le pidió al Apóstol que le construyera una iglesia con un altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que permanecerá en este altar hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas “por mi intercesión con aquéllos que en sus necesidades imploren mi patrocinio””. Y aún antes, en el siglo IV, en el sarcófago de Santa Engracia, en Zaragoza, podemos observar un bajo relieve que reproduce la aparición de la Virgen al apóstol Santiago.
Han pasado muchos años. Pero hace alrededor de 30 años vio la luz una revelación privada que describe detalladamente y con gran belleza dicha aparición [“María, estrella de la evangelización”, 1999, Consuelo, págs. 144-160]: Narra que el apóstol Santiago, en Zaragoza, estaba desanimado porque encontraba pocos que se abrieran a la Fe, aunque el pueblo zaragozano tampoco los perseguía. “El apóstol tenía un corazón de fuego y con santa impaciencia pedía al Cielo ayuda”. “En Zaragoza, a orillas del Ebro, se produjo el milagro. Era una noche sublime”. “Se acercó el arcángel Gabriel y me dijo: “Reina y soberana, Señora del Cielo y de la Tierra, es voluntad del Altísimo que visitéis en la ciudad de Zaragoza a Santiago, vuestro hijo y apóstol, que consoléis su corazón afligido, cansado de tanto esfuerzo. Esta ciudad de Zaragoza es del agrado de Dios, aunque sus moradores todavía no hayan abierto su corazón a la gracia, pero no la han rehusado, no han despreciado la Palabra, ni han humillado a tus hijos”.
Los ángeles portaban además de a la Virgen, una pequeña estatua que la representaba y una columna o pilar que simbolizaba el apoyo de María en su bendito Hijo y por extensión en la Fe en Él. “Santiago y sus discípulos oraban a la puerta de la ciudad, junto al río Ebro. Una luz intensa venida de los cielos dejó a Santiago sensiblemente emocionado.” “Muchos ángeles acompañaban a la sagrada Imagen; otros portaban la columna de mármol” “Los serafines blandían sus espadas llameantes, mientras los arcángeles sostenían mi cuerpo. Todos cantaban el Avemaría con sublime voz. Se hizo un silencio profundo”. “Mientras yo confería con el apóstol los deseos divinos y consolaba su corazón sumido en grandes tribulaciones por la dificultad que encontraba en extender el Evangelio, los santos ángeles cantaban con dulcísimas voces…”
“El apóstol Santiago, después de haber presenciado tan maravillosos hechos, volvió sus ojos hacia el pueblo, el cual dormía para reparar sus fuerzas, y hacia aquellos hombres que dormían el sueño de la ignorancia de Dios (…) Interiormente el apóstol estaba contento. María, la Madre de Jesús, había estado allí y las cosas serían diferentes a partir de ese instante”.
En nuestros días, el muro del paganismo ha dado paso al muro de la increencia y del ateísmo práctico. Y también la Virgen encabezará al pueblo creyente en la reconquista de esta humanidad alejada. Y, al igual que hace siglos María, que fue invocada, derrotó a los turcos en el asedio de Viena. O, en nuestros tiempos, nos consiguió la derrota del comunismo marxista europeo sin violencia, también derrotará “a la masonería, a toda fuerza diabólica, al materialismo y al ateísmo práctico… con el triunfo de su Inmaculado Corazón” (Ver P. Gobbi, “A los sacerdotes…” págs. 885-886).
Javier Garralda Alonso