MODELOS DE EVANGELIZACIÓN EN EL CAMPO SANITARIO
Gianna Beretta Molla, servidora de madres e hijos
Dr. J.Mª. Simón Castellví
(Extracto del libro)
Gianna fue una pediatra nacida en Magenta, en el entonces Reino de Italia, el 4 de octubre de 1922, fiesta de San Francisco de Asís. De hecho, fue bautizada como Gianna Francesca. La décima de 13 hermanos. La llamada “gripe española” afectó mortalmente a cinco de sus hermanos. A diferencia de la COVID-19, que afecta y mata especialmente a ancianos, aquella gripe tenía tropismo por los más pequeños. Su familia numerosa se mudó y creció en Lombardía. Gianna aceptó pronto y de buena gana la fe y la vida de piedad de sus padres. Veía nuestro pasar por el mundo como un inmenso regalo de Dios, un gran tesoro entregado en las manos de cada hombre, de cada mujer, de cada niño.
Sus padres fueron un ejemplo viviente para ella. Su padre incluso dejó de fumar para que la familia dispusiera de algún recurso económico más. Empezó la carrera de Medicina en 1942, combinando perfectamente unos estudios muy exigentes con una tenaz vida de piedad. Tenía una gran fuerza de voluntad y era muy reservada, pero donaba su sonrisa a todos con gran alegría y generosidad. En 1950 abrió consulta en Mesero, cerca de su lugar natal, y se especializó en pediatría en Milán.
1.- La fuente de su apostolado
Gianna estaba convencida de que su misión era la de ayudar a madres, bebés, ancianos y pobres. Su dedicación y sus bienes siempre fueron para ellos. Sirvió en la Acción Católica y en la Sociedad de San Vicente de Paúl. A las jovencitas de Acción Católica les hablaba siempre de la Virgen María, de la que era devotísima, como todos los santos. De hecho, no hay santidad sin devoción a María. Asimismo, en la Acción Católica se desarrolló su apasionado amor por la liturgia.
Unos ejercicios espirituales con un padre jesuita la marcaron profundamente. “Quiero temer el pecado como si fuese una serpiente (…) Prefiero mil veces morir antes que ofender al Señor (…) Prometo someterme a todo lo que permitas, Señor, que me suceda, solamente hazme conocer tu voluntad”.
Comprendió desde el primer momento la fisiología integral del ser humano, nuestro ser cuerpo pasible y mortal, y un alma inmortal que está destinada, si lo queremos libremente, a estar viendo a Dios cara a cara por toda la eternidad. “En el cuerpo de nuestro paciente, por mísero que sea, existe un alma inmortal. Seamos honestos y médicos de fe”. Soñó con viajar a Brasil para ayudar a su hermano, misionero capuchino en Grajaú, con los conocimientos médicos adquiridos pero su frágil salud lo hizo imposible. Cuando falleció su madre de la tierra recibió la gracia de saber que la Madre del Cielo cuidaría de ella.
Aceptó el matrimonio como un presente venido del mismo Dios y se dedicó en cuerpo y alma a “formar una verdadera familia cristiana”. Para ella el matrimonio era una llamada, una vocación. Le decía a menudo a su marido Pietro, un ingeniero, también de la Acción Católica: “el amor es el sentimiento más bello que el Señor ha puesto en el corazón del hombre”. Le transmitía la alegría de vivir. Son bellísimas las cartas que le dirigía a su esposo cuando aún eran novios. Dejó el ramo de flores de su boda en el altar de la Virgen.
Tuvo un matrimonio muy feliz, compaginando el cuidado de su familia con sus ingentes obligaciones para con sus pacientes. Trataba a cada hijo (y lo mismo hacía con sus pequeños pacientes) como si no hubiera otro sobre la faz de la Tierra. Si tenía que corregir a sus hijos lo hacía, pero con cariño.
En el embarazo de su cuarto hijo – después de Pier Luigi, Maria Zita (Mariolina) y Laura- se le desarrolló un voluminoso tumor uterino. Le ofrecieron el aborto provocado (de esos que llaman “terapéuticos”…) o una histerectomía total o bien la extirpación simple del tumor (un fibroma). Optó por esto último y suplicó a sus médicos que hicieran todo lo posible por salvar la vida del hijo que llevaba en sus entrañas, aunque fuera en detrimento de ella misma, de su bienestar o de su vida. “Salvad al bebé aunque sea a mi costa, salvadlo”. Fue intervenida y siguió con sus múltiples empeños en favor de su familia y de sus pacientes madres. De hecho, si del beato doctor Pedro Tarrés i Claret he leído las más bellas palabras sobre la maternidad, en Gianna he visto la generosidad de una madre llevada hasta el extremo. Durante años las atendió paciente y cariñosamente; y al final entregó su vida para que su hija pudiera venir al mundo.
El 28 de abril de 1962, días después del feliz nacimiento por cesárea de su hija Gianna Emanuela, falleció por un choque séptico de origen peritoneal (con fiebre elevada y severos dolores abdominales). Fue enterrada en Mesero. Murió el Sábado Santo, en olor de santidad a los 39 años, con el nombre de Jesús en la boca. Su funeral fue multitudinario. Su hermana Virginia, de la congregación de las Hijas de la Caridad Canossianas, también médico, llegó providencialmente de la India unos antes su muerte y pudo estar con ella.
2.- Su estilo apostólico
Su estilo apostólico se podría concretar en su sencillez, su competencia profesional y su entrega a los más débiles con alegría y desinterés. San Juan Pablo II la beatificó en 1994 (Año Internacional de la Familia) y la canonizó el 16 de mayo de 2004, con la presencia de su marido Pietro y de sus hijos. Pietro siempre había pensado que fue una mujer extraordinaria, de una madre coraje, pero nunca pensó en que sería una santa de altar. El milagro atribuido a Gianna fue el de una madre gestante con severas complicaciones de placenta, y pérdida de todo el líquido amniótico, que, no obstante, dio a luz a un hijo sano. El Papa se refirió a ella como “una sencilla pero más que nunca mensajera del amor divino”. Su día se celebra el 28 de abril.
Juan Pablo II se considera el Papa de la Vida y de la Familia. Nos hizo gustoso un gran bien a los médicos declarando santa a una de los nuestros. Todos vemos lo difícil que es hoy -y quizá lo ha sido siempre- ejercer la Medicina con cariño, profesionalidad y pasión.
Con los avances obstétricos actuales es muy posible que la patología postparto de Gianna hubiera sido curable.
Gianna continúa hoy en día a ser una fuerte fuente de inspiración, por su entrega sin reservas, para muchas personas y para los médicos católicos organizados. Hemos acudido en grandes números a las ceremonias de su beatificación y de su canonización. Hemos tenido el gusto de tener en algunos de nuestros congresos a su hija Gianna Emanuela. Se la puede considerar una reliquia viviente.
Recuerdo perfectamente a Gianna Emanuela un simposio de Mater Care Internacional, celebrado en Roma en 2017. Nos habló de su madre con sencillo orgullo y repartió entre los presentes muchas de sus reliquias hasta agotar sus existencias. Las reliquias nos unen a los santos y a la otra vida ya que, cuando Jesucristo nos resucite el cuerpo, volverán a la persona de la que salieron. Es un honor poder honrar la reliquia de una santa, médico como nosotros, patrona de las madres y de los facultativos.
Uno de los “guild” (uno de los 125 gremios) de la Asociación Médica Católica (CMA) de los Estados Unidos lleva su nombre. Las asociaciones de Canadá, Australia, Inglaterra y otras la veneran especialmente: es una santa italiana muy apreciada en los países anglosajones. Algunas clínicas llevan su nombre con orgullo. El bien es, de por sí, muy difusivo.
En este año 2021, el congreso nacional de la asociación de los Estados Unidos, la más grande del mundo junto con la italiana, lleva por título “El Gozo de la Medicina” y en su cartel de anuncio aparecen Gianna con dos de sus hijos y el venerable médico Jérôme Lejeune. Se trata de una conferencia educativa anual de alto nivel para la formación de los médicos católicos de aquel país y para el que quiera asistir. En estas reuniones siempre se aprende, se reza, se conocen colegas y se comparten momentos fraternales como los recesos o cenas o las cenas de gala. Los médicos de todas las especialidades siempre hemos utilizado estos instrumentos de formación y los valoramos como algo precioso para atender mejor a los enfermos y para nuestro crecimiento personal.
Confiaba ciegamente en Dios y estaba firmemente convencida de la eficacia de la oración a Nuestro Padre, pasara lo que pasara. Como tantos santos, era un dechado de alegría y de buen humor. De hecho, es posible que no haya santidad si no hay alegría, por muy duras que sean las condiciones de vida del santo.
A Gianna le gustaba mucho la montaña. Disfrutaba mucho en ella. Creía que el Creador era algo más accesible allí y que había hecho la naturaleza tan bella también para que disfrutásemos de la misma. Los santos no desprecian las cosas bellas o satisfactorias. Son conscientes de que este mundo es paso y prueba, pero Quien nos tiene aquí también nos da momentos felices. Gianna amaba mucho la música y la pintura. Los santos no son seres raros sino seres sublimes. Exprimen la vida como se exprime un limón. Y la paladean, aunque a veces sea algo ácido…