MODELOS DE EVANGELIZACIÓN EN EL CAMPO SANITARIO

Giuseppe Moscati, médico de los pobres

Dr. J.Mª. Simón Castellví

(Extracto del libro)

Nació el 25 de septiembre de 1880 en Benevento (Italia), hijo de un juez y de una aristócrata, el séptimo de nueve hijos. Tras la muerte de su hermano Alberto por un traumatismo craneoencefálico (con epilepsia) en una caída del caballo, se plantea su vocación a la Medicina. A los 22 años ya era licenciado en Medicina y Cirugía con unas notas excelentes. Se levantaba muy temprano para asistir a misa. Luego iba a ver gratuitamente a algunos pacientes necesitados de los barrios españoles y seguidamente entraba a trabajar en el hospital llamado “de los incurables”, del que llegaría a ser director.

Su tesis fue sobre la urogénesis en el hígado. Pudiendo tener una carrera académica muy brillante, discernió que su lugar en el mundo estaba al lado de los pobres y de los residentes a los que tutelaba. Nunca dejó de estudiar ni escondió jamás su fe católica en ambientes altos en los que la masonería estaba muy asentada. Publicó numerosos trabajos científicos en revistas italianas y extranjeras. Como su madre era diabética, se interesó particularmente por el metabolismo de los azúcares. Fue uno de los primeros en investigar con la insulina. Ingreso en la Real Academia Italiana de Medicina Quirúrgica.

Durante la erupción del Vesubio ayudó a evacuar a los enfermos del hospital, cuyo techo cayó poco después. Trató a innumerables enfermos durante una epidemia de cólera en la que muchos médicos se ausentaron. Durante la Primera guerra mundial atendió a unos 3000 soldados heridos con humanidad y competencia profesional. En este sentido, se comportó como el beato Dr. Pedro Tarrés durante la Guerra civil española… Muy preparado para la muerte, falleció en su sillón a los 46 años, en olor de santidad, el 12 de abril de 1927.

El título de este capítulo es el mismo que el de la mini serie televisiva “Moscati, el médico de los pobres” (2007). Tuvo un grandísimo éxito en Italia. Se estrenó una versión algo reducida en España en 2013, en 24 cines de 18 ciudades. La asociación de Médicos Cristianos de Cataluña la promocionó mucho en Barcelona. El director fue Giacomo Campiotti. Esta historia de amor, real, auténtica llena de sorpresas, está ambientada en la Nápoles de principios del siglo XX. El joven médico consigue plaza en el “Hospital de los incurables”. En su vida aparece la bella Elena Carafa (Kasia Smutniak), su amigo de la universidad, Giorgio Piromallo (Ettore Bassi), su hermana Nina y la alegre joven Cloe (Paola Casella). Giuseppe Fiorello encarna a Giuseppe Moscati. La Conferencia Episcopal Española calificó en su tiempo la película de “deliciosa” y de “fiel a la vida y al carisma del santo”. Existen tráilers en Youtube.

Lo beatificó Pablo VI en 1975 y San Juan Pablo II lo canonizó también en la Basílica de San Pedro, en 1987. Es curioso que el pensamiento del santo de que la Fe y la Razón van de la mano, de alguna manera lo podemos hallar en el documento “Fides et ratio” de Juan Pablo II: “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”.

Se le considera patrón de la Anatomía y de la Patología. Su festividad se celebra cada 12 de abril.

1.- La fuente de su apostolado

En la publicidad de la película aparecen unas palabras del médico napolitano: “Lo que ha transformado el mundo no es la Ciencia sino la Caridad”. Un hombre optimista y entregado, que creía en una transformación radical del mundo si descubrimos lo realmente importante…

“La Ciencia nos promete el bienestar y, como máximo, el placer. La religión y la Fe nos dan el bálsamo del consuelo y la felicidad verdadera, que es una con la moralidad y el sentido del deber”.

“Ejercitemos cotidianamente la caridad. Dios es caridad. Quien está en la caridad está en Dios y Dios está en él. No nos olvidemos de hacerlo cada día, de hecho, en cada momento, ofrecer nuestras acciones a Dios haciéndolo todo por amor”.

La fuente del apostolado de los santos es siempre Dios. Él, como bien dice santo Tomás de Aquino, trabaja a través de leyes naturales, hechos y de personas, a las que les permite colaborar -participar- en su gobierno del mundo. Un mundo que, no olvidemos, es una especie de plan B de la Creación.

En el principio Dios no quería ni la enfermedad ni la muerte. El pecado de nuestros primeros padres Adán y Eva introdujo una disrupción radical entre el hombre y Dios, del hombre consigo mismo y también entre nosotros y la naturaleza. Sin embargo, tanto amó Dios al mundo, que para reparar lo roto Dios diseñó un plan de Redención enviando a su único Hijo, de la misma substancia del Padre. La Segunda Persona de la Trinidad asumió la naturaleza humana (cuerpo y alma), se encarnó en la Virgen María y vivió, sufrió y murió, restableciendo la amistad del hombre con Dios, dándonos la posibilidad de ser elevados al orden sobrenatural y poder ver a Dios cara a cara algún día los que libremente lo aceptemos. Del pecado de origen nos queda, empero, una tendencia a la malicia. Además, enfermamos y morimos. Pero si nos unimos al Señor, enfermar y morir es ganancia. San Pablo nos dice que si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así, tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor.

Su familia se trasladó a Nápoles. Recibió la Primera Comunión en la iglesia del Sagrado Corazón. En este lugar conoció al beato Bartolo Longo, fundador de la ermita de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya. También conoció a santa Catalina Volpicelli.

Sobre los 30 años hizo un voto de celibato y se planteó la vida religiosa. Consultó con algunos padres jesuitas. Al final, vio que lo que Dios quería de él es que fuera médico en ejercicio. Era muy devoto de la Virgen María, asistía diariamente al Santo Sacrificio de la Misa y ayunaba frecuentemente. De la eucaristía sacaba toda su fuerza (Juan Pablo II en “Ecclesia de Eucharistia” dijo que la Iglesia vive de la Eucaristía).

2.- El estilo de su apostolado

Giuseppe (Beppe o Peppino) participaba en los problemas médicos o humanos de sus pacientes. Debido a su gran sensibilidad, su madre se preocupó mucho por el hecho de que estudiara Medicina. Temía que sufriera lo indecible en contacto permanente con la fragilidad. Sin embargo, estas palabras suyas confirmaban la entrega a su misión: “si es necesario estoy dispuesto a acostarme en la cama de los enfermos”. Como dijo Juan Pablo II en su canonización, se anticipó a la humanización de la Medicina.

Tenía siempre iniciativa y actuaba libremente y con buena cara. El agotamiento después de largas y duras jornadas de trabajo lo consideraba como parte inherente de su profesión. Si tenía éxito en un caso, lo atribuía solo a Dios: “el Señor dirige todo, también la mano del médico. Solo a Él hay que dar gracias”. Para Giuseppe, como también lo era para el beato doctor Tarrés, el enfermo es el mismo Cristo que se acerca a pedir ayuda…

A sus alumnos les decía: “recuerden siempre que al optar por la Medicina se han comprometido en una misión sublime…perseveren practicando…la compasión hacia los que sufren, con fe y entusiasmo, sordos a los halagos y a las críticas, dispuestos solamente al bien”. Y también les pedía que entrasen en los espíritus de las personas para confortarlos, más que con las frías prescripciones que se envían al farmacéutico. Nunca se quedó con ninguna de sus ganancias, que utilizaba para socorrer a los pobres.

Creía firmemente que el médico debía rezar por sus pacientes. Y ello es así entonces y ahora. La oración puede, por sí misma, consolar y confortar al paciente. Pero es que, además, Dios tiene en cuenta nuestras oraciones desde antes de la Creación del mundo y del tiempo. Aunque en apariencia algunas veces no veamos el resultado de la oración, éste ya existe porque Dios providente ya lo ha tenido en cuenta. Y no solo eso. Dios mismo impulsa la investigación y los progresos de la Medicina. No se complace en la enfermedad y la muerte. En el actual estado de las cosas son necesarias. En el caso de los santos, para contribuir a la Redención con al menos un infinitésimo sumado al infinito sacrificio de Jesucristo. En el caso del común de los mortales, al menos para tener algún atenuante o incluso eximente a nuestros pecados, que de todas maneras necesitarán ser limpiados por Jesucristo.

La Nápoles de principios del siglo XX era una ciudad pobre, sucia, abandonada. Así se explica mejor que Giuseppe se dedicara preferentemente a los desheredados. Entonces no existía el hoy llamado Estado del Bienestar, con atención sanitaria pública gratuita, derecho a ser atendido, etc. Giuseppe también visitaba pacientes en su consulta particular.

 El doctor Vincenzo Adinolfi afirmaba que no cultivaba las ciencias médicas para su uso comercial, pero sí para alivio y consuelo a su espíritu noble. De igual manera tuvo el consuelo del culto religioso. Con la firme intención de ayudar por igual a ricos y pobres. Siempre se alejó de las comodidades, eligiendo una vida sencilla y de servicio. Afrontaba el sufrimiento propio y el de los demás de una forma decisiva.

A los colegas les decía que el verdadero curriculum es el de la caridad, que ésta no es perecedera como los títulos y honores de este mundo.

El 17 de octubre de 1922 dijo las siguientes palabras, resumen de su vida: “Ama la verdad, muéstrate como eres, sin falsedades, sin miedos ni miramientos. Y si la verdad te cuesta la persecución, acéptala; si te cuesta el tormento, sopórtalo. Y si por la verdad tuvieses que sacrificarte tú mismo y tu vida, sé fuerte en el sacrificio”.

Libro: Cercanos a los que sufren… – F.I.A.M.C. (fiamc.org)