Los Papas S. Juan Pablo II y Benedicto XVI han insistido y proclamado que la recta interpretación del Concilio Vaticano II ha de ser en armonía con la Tradición y no en ruptura.
Del mismo modo, la interpretación de la doctrina enseñada por el Papa ha de ser armónica con la impartida por los Papas predecesores, ya que ¿cómo iba a constituir magisterio autorizado del Papa si entraba en contradicción con el magisterio también con autoridad de sus predecesores? Precisamente si su doctrina ha de ser escuchada con respeto es porque goza del carisma de que gozaban sus predecesores en la silla pontificia, de modo que si sus predecesores no gozaban de ese carisma, también él carecería del mismo.
Pero además veamos que tanto el Concilio Vaticano II como el Papa Francisco se remiten entre sus fuentes a la Tradición viva. Así en documento conciliar tratando de la comunión en dos especies leemos “manteniendo firmes los principios dogmáticos declarados por el Concilio de Trento” (nº 55 de Sacrosanctum concilium). Y el propio Papa Francisco se ha referido, en ocasiones, al magisterio de sus predecesores. Así, hablando del tema de la hipotética ordenación de mujeres, se remitió a que este asunto ya había quedado zanjado, en contra, por el Papa Juan Pablo II.
Este comentario quiere salir al paso de opiniones que rechazan el último concilio como herético y tachan a los últimos Papas de herejes. En particular, respecto al Concilio se le achaca la mengua observada en años posteriores de la fe y piedad eucarísticas, una cierta protestantización, pues es sabido que muchos protestantes no creen el la Presencia real en la Eucaristía. Pero vamos a ver cómo el Concilio alienta de modo claro la fe y piedad católicas respecto al Cuerpo y Sangre de Cristo: En Los números 47-48 del documento conciliar mencionado se utiliza para referirse a la Eucaristía los siguientes términos: “Sacrosanto Misterio”, “perpetúa el Sacrificio de la Cruz”, “Sacrificio de la Misa”, “Memorial de su Muerte y Resurrección”. En ello se trasluce una fe y piedad católicas en la celebración eucarística, actualización, aunque incruenta, de la Pasión y Resurrección del Señor, y no mero banquete simbólico. Recoge, pues, la Doctrina católica de siempre.
Por otra parte, en documento de desarrollo del Concilio, sobre la nueva liturgia, en la “Instrucción general del Misal Romano”, de 1970, en su número 43, se establece que los fieles deberán ponerse de rodillas en el momento de la Consagración, salvo impedimentos como falta de salud u otros. Ahora bien, ponerse de rodillas es un gesto que denota adoración, en las antípodas de muchos protestantes. Y error aún más hiriente es cuando atribuyen la mentada protestantización a los Papas inspiradores y defensores del Concilio, cuando ellos vigorosamente afirman y defienden, S. Juan Pablo II, y Benedicto XVI, que el Concilio ha de entenderse a la luz de la santa Tradición.
Y en documento, firme apoyo de la Fe católica, el “Catecismo de la Iglesia Católica”, que recoge la doctrina de todos los concilios, incluyendo el Vaticano II, en su nº 1524, podemos recoger cómo el verdadero Cuerpo de Cristo es alimento del creyente especialmente en la hora del último viaje, como viático: “La Comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo tiene una significación y una importancia particulares. Es semilla de vida eterna y poder de resurrección, según las palabras del Señor. “El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna y Yo le resucitaré el último día” (Jn 6, 54)”.
Javier Garralda Alonso