Dr. José María Simón Castellví

Presidente emérito de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC)

Cuando digo Iglesia, me refiero a la Iglesia que aún peregrina por esta tierra. Y cuando digo pandemia, me refiero a cualquier evento transmisible por vía aérea u oral; o un ataque con un componente radioactivo. Hasta ahora la preparación de nuestras iglesias para los casos de catástrofes sanitarias ha sido pobre. Es cierto que los médicos católicos de algunos países, como los de los Estados Unidos (véase nota) desarrollan planes de contingencia muy minuciosos. La Jerarquía debería ocuparse algo más para garantizar que la Palabra de Dios, los sacramentos y la caridad que nos es propia llegue a los fieles e incluso pueda evangelizarse a los que aún no conocen la Buena Nueva. La preparación para una buena y santa muerte – el reencuentro con el Altísimo- requiere de nuestros esforzados trabajos. Con ellos también cuenta la Providencia divina.

Hace unos años existía en la Santa Sede el Consejo Pontificio para los Agentes Sanitarios (para la Pastoral de la Salud). Del mismo tuve el gran honor de ser miembro, junto con otros profesionales sanitarios. Trabajamos mucho y bien. Este dicasterio fue incrustado en lo que hoy es el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, que asumió sus competencias. Lamentablemente muy poco se ha hecho por la salud o los sanitarios en este departamento. Ni siquiera se ha constituido, como era preceptivo según los estatutos firmados por el Papa Francisco, la Comisión para los Agentes Sanitarios. Este vacío, en un tema tan importante, también se contagia a las conferencias episcopales y a otros organismos eclesiales.

Cuando suceda otro evento global que obligue a tomar medidas preventivas drásticas, no nos puede pillar desnortados. Hay que hacer todo lo posible por mantener los templos abiertos y operativos. Se puede comprender un titubeo durante los primeros días, pero luego ya se deben tener claras las medidas de protección y hay que actuar en ciencia y en conciencia formada, informada y afinada por la Gracia.

El COVID nos ha enseñado que podemos mantener las iglesias abiertas si usamos buenas mascarillas, ventilación, distancia entre personas, higiene de manos, etc. La sagrada comunión, el uso de agua bendita o la unción de los enfermos se pueden distribuir con seguridad tomando algunas medidas.

En la mal llamada Gripe española de 1918, las aglomeraciones de fieles en las iglesias quizá empeoraron la situación sanitaria. Es por ello que la Jerarquía debería consultar a los médicos católicos organizados y a otros organismos como las Reales Academias. Las autoridades civiles nacionales e internacionales se deben respetar. Sin embargo, ellos tienen sus propias agendas y, por lo general, no les preocupa especialmente la atención religiosa.

La pandemia de COVID, que ha existido realmente y provocó la muerte de millones de personas frágiles, ha servido a los estados para realizar un gran experimento in vivo para el control social. Un control que se ejercía desde los gobiernos y las televisiones (otros medios no pintaban casi nada). Subsisten aún muchos interrogantes sobre la enfermedad (origen, prevención vacunal, tratamientos), en este período de post-pandemia. En muchos países se ha producido un exceso de mortalidad que no se explica solo por la falta de control de ciertas otras patologías durante los encierros pandémicos.

La Medicina tiene protocolos de actuación bien claros ante muy diversas enfermedades. No fue aceptable la poca información que se proporcionó a la población mientras se la vacunaba con nuevos fármacos, comprados masivamente con contratos secretos, sin el consentimiento informado que se reclama ante casi cualquier actuación, sin aplicar el principio de precaución en gestantes o niños (a ellos la enfermedad les afecta muy levemente, a diferencia de lo que ocurrió con la Gripe española) y dando a entender falsamente que la vacunación evitaba la transmisión de la enfermedad. Buena Medicina es lo que se necesita siempre. Y la Iglesia debe prepararse con tiempo para nuestros próximos retos vitales.

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