Nos ha dejado – en esta tierra – la Hermana Agnés Katsuko Sasagawa, este pasado día 15 de agosto de 2024, día de la Asunción. Pertenecía a la comunidad de las Siervas de la Eucaristía, y murió a los 93 años la que fue vidente de las apariciones de la Virgen en Akita (Japón) (1973-1975).
Sobre estas apariciones, en 1984 el obispo del lugar declaró los hechos como sobrenaturales y autorizó en toda su diócesis la veneración de la Santa Madre de Akita. Y, en 1988 el entonces cardenal Joseph Ratzinger (luego Benedicto XVI), en su calidad de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, impartió un juicio definitivo sobre los hechos de Akita, juzgándolos dignos de fe y fiables. (El entonces cardenal observó que Akita es una continuación de los mensajes de Fátima).
La hermana Agnés se convirtió al catolicismo en edad adulta y, tras bautizarse, ingresó como religiosa en la comunidad de las Siervas de la Eucaristía. Pronto empiezan en torno suyo hechos sobrenaturales. Ella sufre mucho, a la par que goza de grandes gracias: Se queda absolutamente sorda, de modo que sólo puede entender leyendo los labios de quien le habla. Por eso, como ya no puede ejercer de catequista como venía haciendo, su superior la deriva a un convento de vida contemplativa de la misma comunidad. También padece una misteriosa llaga en la mano que a veces le causa un dolor insoportable. Su ángel de la guarda le dice: “No reces sólo por tus pecados, sino en reparación de todos los hombres (…). La herida de la Virgen María es mayor”.
Al cabo de un tiempo, y como le había sido anunciado, sana de su sordera, sin que se dé explicación médica alguna. Y voces celestiales le presagian que también curará de su mano, como así sucedió.
En 1973 una estatua piadosa de la Virgen le habla, y ella le oye aunque esté sorda todavía, y le trasmite mensajes muy graves. El 3 de agosto de 1973 la Virgen pide almas que consuelen a Dios y aplaquen su ira, que expíen con sus sufrimientos por los pecadores. En un segundo mensaje la Virgen le pregunta si está dispuesta a ser una “piedra rechazada”. – A Agnés le llamarán loca y querrán ingresarla en un manicomio, aunque el examen diagnostica que está en su sano juicio –
En un tercer mensaje, el 1 de octubre de 1973, la Virgen le comunica: “Si los hombres no se arrepienten y se mejoran, el Padre infligirá un terrible castigo a toda la humanidad (…) Fuego caerá del cielo y eliminará a gran parte de la humanidad, tanto a los buenos como a los malos, sin hacer excepción de sacerdotes y fieles” “la obra del demonio se infiltrará hasta dentro de la Iglesia, de tal manera que se verán cardenales contra cardenales, obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneran serán despreciados (…)”.
Un breve comentario: Si en tiempos pasados parecía increíble que los cardenales y obispos se opusieran entre sí, hoy, por desgracia, es un hecho público y patente. Además, hay quien sostiene que Dios no puede castigar pues es misericordia, pero en Dios justicia y misericordia están indisolublemente unidos, y sabiendo en su infinita sabiduría que algunos pecadores sólo se convertirán a la vista del castigo, no dejará de aplicar su misericordiosa justicia. Por otra parte, se objeta que Dios no puede aplicar castigos colectivos porque afectan a inocentes. Ahora bien, el inocente que sufre se une a Cristo doliente por los pecadores, y en el Cielo gozará de una especial bienaventuranza, cercano al Corazón de Dios.
Como autentificación de las apariciones tienen lugar hechos milagrosos públicos: En 1975 la estatua de la Virgen, en la capilla de las religiosas, empezó a verter lágrimas y esto se repitió 101 veces y se cuenta con el testimonio de este hecho sorprendente y conmovedor por parte de más de 500 cristianos y no cristianos, incluido el alcalde budista de la villa. Asistieron periodistas y fue incluso filmado. (La Virgen dirá que sus lágrimas, su tristeza, es por las almas que se pierden).
En estos tiempos críticos nos llama la Virgen a la oración, especialmente por sacerdotes, obispos y cardenales. Y da alas a nuestra esperanza: “Reza mucho la oración del Rosario. Sólo yo puedo salvarles de las calamidades que se acercan. Aquéllos que ponen su confianza en mí se salvarán”. Y terminemos recordando que el castigo anunciado puede detenerse por nuestra conversión, o en el peor de los casos aplazarse o mitigarse con el ofrecimiento de nuestra vida con sus gozos y dolores.
Javier Garralda Alonso