No siempre la enfermedad se produce por un pecado personal. Así, en el Evangelio correspondiente a la curación de un ciego de nacimiento, los apóstoles preguntan a Jesús: “Rabbí ¿quién pecó, éste o sus padres para que naciera ciego?” Y contestó Jesús: “Ni pecó éste ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Juan 9, 1-3).
Por otra parte, no sería cierto decir que la enfermedad no se origina nunca a partir de un pecado personal. Así, en el mismo Evangelio (Juan 5, 14) Jesús dice al paralítico de la piscina, que se ha curado milagrosamente: “Mira que has sido curado; no vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor”. Aquí Jesús da a entender que si volviera a pecar puede contraer una enfermedad peor, o bien alude a una posible condenación. Y se infiere que su minusvalía se debería a sus pecados pasados. Si uno come desmesuradamente y luego enferma, ha sido por su desmesura en comer, no por una inocencia invencible. Si uno se va de fulanas y luego adquiere una enfermedad de transmisión sexual, él mismo es algo culpable de sus males.
En cuanto a la enfermedad de los inocentes, consideremos la vida de Santa Teresita de Lisieux que murió muy joven, a los 24 años, después de una vida repleta de sufrimientos, ya desde niña cuando padeció una enfermedad que la tuvo postrada con mengua de su capacidad sicológica y de la que, como ella cuenta, fue curada por “una sonrisa de la Virgen”. Ya religiosa, y padeciendo dolorosa enfermedad mortal, veamos cuál no sería la intensidad de su padecer cuando contesta a la exclamación de una hermana que le dice: “¡Qué enfermedad tan terrible y cuánto llevas sufrido!” contestando nuestra santita: “¡¡¡Sí!!! ¡y qué gracia tener Fe! Si no hubiera tenido fe, me habría quitado la vida sin dudarlo un instante” (22 septiembre 1897).
La misma Virgen le dijo a Bernadette Soubirous que no la haría feliz en esta vida sino el la otra…
En estos tiempos en que tantos jóvenes se ven tentados al suicidio, vemos cómo la Fe sostuvo a una jovencita para vivir con amor el tiempo dispuesto por el Señor. Y ella ofrecía sus padecimientos por amor a Dios y a los alejados, a los pecadores. Y no hay que olvidar que Santa Teresita es patrona de las misiones, y salvó a tantos como el mejor misionero, abriendo con su ejemplo un vasto campo a las personas enfermas, que sufren, y que pueden cosechar un riquísimo fruto espiritual si ofrecen su padecer.
En cuanto a las que sufren enfermedades debido a una vida desordenada o pecadora, no olvidemos que el Señor incluso en lo que aparece como castigo, tiene abiertas las amplias compuertas de su Misericordia, que sólo espera a derramarse a que el pecador tenga un atisbo de arrepentimiento. Así el Buen Ladrón, que sufría el terrible suplicio de la crucifixión, manifiesta que se lo merece y que Jesús es inocente, y a su súplica pudo escuchar: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Apuntemos unas consideraciones sobre la enfermedad mental o sicológica. Ésta puede afectar también a personas inocentes, como de niña le ocurrió a Santa Teresita. O pueden ser causadas por nuestros pecados que nos ocasionan remordimientos y traumas. Este aspecto se ve aliviado por el arrepentimiento y la confesión: la misericordia espiritual de Dios tiene reflejo en la paz y alegría sicológicas.
En cuanto a qué actitud debemos tener familiares y personal sanitario para con el enfermo, hemos de ver en quien sufre el rostro dolorido de Cristo, tanto si el enfermo es inocente como si parece culpable.
Javier Garralda Alonso