LA IMPRESCINDIBLE DIMENSIÓN ÉTICA DE LA PROFESIÓN MÉDICA EN “DIGNITAS PERSONAE”

José María Simón Castellví

Presidente de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC)

www.fiamc.org

La instrucción “Dignitas personae” fue largamente esperada por los médicos católicos comprometidos de todo el mundo. Algunos años antes de su publicación, se comentaba en ambientes periodísticos romanos que un nuevo documento sobre la bioética iba a salir en un breve plazo de tiempo. Esta información llegó también a los médicos. Sería un complemento de la “Donum vitae” que parecía necesario dados los avances de la ciencia y de la técnica en materia de transmisión de la vida humana. Un epílogo a la “Humanae vitae” y a la “Evangelium vitae”. De hecho, se esperaba con la misma ansiedad que se espera a alguien muy estimado. Y muchos comentaban su supuesto contenido. Cuando por fin fue publicada, los médicos católicos empezamos a buscar maneras operativas de aplicarla y de enseñarla.

Por desgracia, no son muchos los profesionales que aceptan plenamente las doctrinas de estos tres documentos. Podrían, sí, llenar la plaza de San Pedro en Roma. Sin embargo, se encuentran diluidos en la profesión médica mundial. De todas formas, la profesión médica tiene derecho a que se le presente la sana doctrina y a ver cómo ésta es a su vez razonable y sublime.

La seguridad moral en el ejercicio de la Medicina

A finales de 2006, coincidiendo con la Jornada mundial de los enfermos de sida, escribí una carta a los médicos católicos de todo el mundo sobre la relación del médico con la moral. Se trataba de un peritaje en el que el presidente de lo que técnicamente es una asociación internacional pública de fieles daba algunos consejos a sus asociados debido a las perplejidades que en muchos lugares del mundo se les presentaban a los médicos por parte de moralistas que no eran de hecho fieles a la Doctrina de la Iglesia. Me alegra ver que nada en aquella carta de familia se contradice con las afirmaciones de la nueva instrucción.

Comenzaba mi carta con la afirmación de que la ley natural existe. Continuaba diciendo que la Iglesia interpreta la ley natural y que el Magisterio acompaña el progreso de la Medicina. Luego trataba algunos temas morales clásicos y modernos, con ejemplos concretos: el principio del doble efecto, la tesis de Joan Costa sobre el cambio de la sustancia del objeto moral operado algunas veces por las circunstancias (éstas pueden a veces cambiar la etiqueta del objeto. Por ejemplo, mentir para salvar a un judío de un lager no es mentir sino cumplir el quinto mandamiento), la colaboración con el mal, el mal menor y así sucesivamente..

Decía también que el médico católico dispone de una amplia libertad para ejercer su profesión. Estamos dotados de inteligencia y debemos hacerla rendir al máximo. Por otra parte, la seguridad de que estamos actuando correctamente (seguridad moral) puede alcanzarse con una formación ética básica, asintiendo al Magisterio y consultando algunos casos con colegas séniores o con algún sacerdote de buena doctrina. En este sentido, la “Dignitatis personae” contribuye a darnos seguridad moral. El médico o el investigador son eslabones decisivos en la cadena de acontecimientos que desencadena la instrucción. También, de las familias. Pero en el fondo, del médico dependerá en último término que se siga la doctrina o no. Es él quien la aplicará o no, digan lo que digan los teólogos disidentes. O, mejor dicho, será él con la ayuda del Espíritu Santo.

De la misma manera que los actos médicos deben tener lugar bajo el amparo de la seguridad jurídica y deontológica (atención, diligencia, conocimientos, medios) para ajustarse a la ley del país, es necesario que todos los actos médicos se ajusten a una cierta seguridad moral. Ello no excluye que se tengan dudas ni implica que se actúe siempre bien. Pero esa seguridad es necesaria para que el médico no se deshumanice.

La libertad

Personalmente me hubiera gustado que la instrucción resolviera algunos problemas morales que se plantean muchos médicos que luchan contra la infertilidad. No queda claro si la obtención del esperma masculino por masturbaciones se puede aceptar o no. Por una parte se halla la tradición constante de la Iglesia respecto a la masturbación y la repulsión que muchos varones sienten hacia la misma. Pero por otra tenemos el hecho de que no se trata de un acto para conseguir placer ni para aliviar un displacer. Así, podría no ser considerado como masturbación sino como un medio diagnóstico. De todas formas, su materialización es tan próxima al pecado que a mí me causa repulsión. Prefiero esos pequeños instrumentos que, con una descarga eléctrica, provocan la eyaculación. El problema es la poca difusión de los citados instrumentos.

El avance de la ciencia resuelve automáticamente problemas morales y es muy importante tenerlo en cuenta. Así, si hace decenios se podía discutir si cortar las piernas y el coxal en caso de tuberculosis pélvica era encarnizamiento terapéutico o no, hoy este caso no existe debido a la efectividad de los fármacos antituberculosos.

Lo mismo sucede en los tan traídos casos de aborto por riesgo vital de la madre: todos los obstetras que he consultado desde hace años me dicen que hoy hay medios para compatibilizar el respeto de la vida y la salud de la madre con el respeto por la vida y la salud del feto. El llamado aborto terapéutico es un fraude más de los que nos tiene acostumbrados la Cultura de la muerte.

La instrucción no deja claro si algunas formas de “GIFT” (transferencia intratubárica de gametos) son correctas. En este sentido, tenemos que conformarnos con las reglas generales y aplicarlas con libertad, en ciencia y conciencia.

El médico puede y debe ayudar a los esposos infértiles. Sin embargo, no puede substituirlos. En algunas ocasiones no sabemos si la ayuda prestada es excesiva… También en los casos de infertilidad se resolverán automáticamente problemas morales con el avance de la Medicina. Tengamos presente que es el mismo Díos quien acompaña con su Providencia el avance de las ciencias. El Magisterio de la Iglesia ilumina la conciencia profesional para que pueda ejercer en el ámbito del bien, adaptándose a los tiempos y momentos de los avances. Interviene después de considerar los datos obtenidos por las ciencias experimentales. No nos ahorra el esfuerzo de estudiar el mundo por nosotros mismos, con libertad y responsabilidad. Al contrario, nos impulsa a ello de hecho y de derecho.

La instrucción condena la adopción de embriones. Por una parte ello es lógico: no es digno del ser humano ser engendrado fuera de la intimidad esponsal y la citada adopción podría alimentar la producción de embriones y su congelación. Por otra, aún aceptando plenamente que los embriones congelados no tienen ninguna salida humana digna, quizá algún caso concreto daría una solución aceptable (impecable). Por ejemplo, si mi hermano y mi cuñada tuvieran un embrión congelado y ellos murieran, quizá el que mi mujer y yo lo acogiéramos sería mejor que dejarlo congelado, destruirlo o investigar con él, y no se alimentaría ningún sistema de producción de embriones. Otro ejemplo (que estamos empezando a ver) es el de un dueño de clínica de fertilidad artificial que se arrepiente, cambia de vida y pide de buena fe qué hacer con los embriones que nadie reclama. La instrucción no es muy explícita orientando a los médicos en este sentido. Quizá se haya tomado la decisión de esperar el avance de los acontecimientos para dar criterios concretos sobre estas materias.

La esencia de la instrucción y campos de actuación

El punto clave de la instrucción no es una gran novedad para los médicos católicos: el embrión humano tiene la misma dignidad que cualquier ser humano en cualquier fase de su desarrollo. Es precisamente en el comienzo del texto dónde hallamos su resumen más importante, como suele suceder en este tipo de documentos. Esta doctrina ya  se hallaba implícita en todo el Magisterio reciente de los papas. También lo estaba en el movimiento pro-vida, que es multiconfesional, para el Derecho canónico y en la práctica diaria de miles de médicos de buena voluntad. Su reafirmación o explicitación era necesaria debido a la gigantesca presión de la Cultura de la muerte, que siempre intenta abrir una brecha en nuestra defensa de la vida.

Desde hace unas décadas, surge con fuerza la consigna de que no todas las vidas (aunque sean humanas) son del mismo valor. Algunas vidas humanas no serían dignas de ser vividas. El enfermo terminal o afectado de una dolencia crónica muy invalidante tendría un supuesto derecho a pedir que la sociedad le provocase la muerte. En algunos casos, como el de los niños, los enfermos mentales o aquellos que no han manifestado previamente su opinión, sería la misma sociedad, a través de órganos diversos o del mismo médico, quien determinaría su muerte.

En el caso de los seres humanos fetos o embriones, su derecho a vivir estaría condicionado a la voluntad de la madre. Curiosamente, se habla poco del padre… o de los abuelos u otros familiares.  La instrucción deja claro que cualquier embrión humano es uno de nosotros y, por lo tanto, tiene la plena dignidad de todas las personas humanas.

De esta manera, si queda clarísimo que el embrión humano es uno más de nosotros, su instrumentalización no debe ser posible. No se le debe lesionar, no se debe experimentar  con él (salvo la experimentación estrictamente terapéutica), no se le puede destruir ni congelar ni puede ser seleccionado para ningún fin. Y, lo que es aún más importante y digno del ser humano, tiene derecho a nacer del amor de unos padres y en el seno de una familia. Añadiría, a título personal, que uno tiene derecho incluso a tener hermanos de sangre, si ello es posible. Todas las técnicas de reproducción artificial quedan así desautorizadas: no respetan el verdadero amor esponsal, son grandes consumidoras de embriones y se tratan estos como un material biológico más. Además, todas las técnicas de reproducción requieren el pago de dinero como contraprestación.

El aspecto económico ha sido generalmente poco tratado pero se trata de un símbolo de que el mal, además de originarse alrededor de una mentira, suele cobrar a los que lo hacen. Es el dios “Mammón”. Ello es así también en las clínicas de abortos: a diferencia de los grupos pro vida, que suelen trabajar por altruismo, los centros de abortos cobran directamente a las embarazadas o a través de fundaciones bien dotadas con dinero público.

Además de confirmar el respeto exquisito por el embrión humano, me parece que podemos extraer algunas conclusiones más de la instrucción. La concreción del respeto por el embrión se va introduciendo en la praxis de nuestra Iglesia pero, a mi juicio, con un relativo retraso. Ejemplos prácticos serían los siguientes: ceremonias fúnebres en los casos de abortos espontáneos, bautizos “sub conditione” en el caso de que el embrión pueda ser bautizado, registros eclesiásticos de los embriones o fetos perdidos, ceremonias religiosas de petición de perdón a Dios por el holocausto del aborto (45 millones de abortos macroscópicos al año en todo el mundo; además, existen también muchos millones de abortos microscópicos provocados por métodos diversos de contracepción). Como es natural, también aquí la Iglesia usa el sentido común. Los sacramentos son muy importantes y voluntad de Jesucristo para nuestro bien, pero a veces no es posible administrarlos sin un transtorno absoluto de las cosas o de las personas. Hay, por ejemplo, casos de abortos no bautizables ya que no es posible ver el embrión.

Me complace especialmente la sensibilidad de la Iglesia al canonizar a la doctora Gianna Beretta Molla, médico que dio su vida para que su hija no muriera o se lesionara in útero. También, la beatificación de los padres de santa Teresita de Lisieux. El hecho de canonizar a un matrimonio habla por sí mismo. ¡Ojalá hubiera muchas familias más en los altares! San Ramón Nonato es otro caso de santo que nos obliga a preguntarnos por la bioética: nació por cesárea, casi de milagro, de madre muerta.

El respeto de la Iglesia por la maternidad se muestra en la fiesta de la Encarnación o en la de los Santos Inocentes, aquellos a los que el rey Herodes quitó la vida para intentar matar al Redentor. Precisamente con la veneración de los Santos Inocentes la Iglesia antigua se adelantó en siglos al respeto por el embrión.

Los Santos Inocentes

Hay quien dice que no es lo mismo matar a un padre de familia en plenas facultades psicofísicas que a un enfermo anciano sin posibilidades de recuperación. Y ciertamente hay alguna diferencia. Sin embargo, en ambos casos se elimina a una persona. Ambos tienen la misma dignidad. Pero también en el caso del joven se priva de un padre a unos hijos, de un esposo a una esposa, de un contribuyente a un estado… Hay un pecado añadido. El pecado es grave en ambos casos ya que todas las personas tienen una misma alta dignidad esencial.

Algunos piensan que hay vidas que no vale la pena  que sean vividas, que son menos que otras, que son vidas indignas. Sin embargo, es curioso que, salvo en el caso de los embriones o los enfermos terminales, el derecho penal de occidente no diferencia entre las personas. Se paga lo mismo en años de cárcel por el homicidio de un anciano de 100 años que por el de una jovencita de 15. Si ello no fuera así, la sociedad perdería su cohesión y se alteraría la convivencia  (”todos somos iguales ante la ley”). Lo que no perciben los países es que también, tarde o temprano, se perderá la igualdad de las personas ante la ley precisamente por no respetar la vida embrionaria o seriamente discapacitada.

Sorprende la curiosa convivencia en muchas sociedades de entidades muy respetadas que atienden a deficientes y la facilitación del aborto de esos mismos deficientes si se hallan en estado embrionario. Y es que la Cultura de la muerte tiene sus tiempos. Para impregnar a todos y a todas las facetas de la sociedad necesita sus ritmos. Y ahora es el tiempo de los débiles intrauterinos o terminales. El resto, los adultos sanos, somos de momento la “nomenclatura”, aquellos a los que se respeta y se cuida para que no se den demasiada cuenta del avance progresivo de la destrucción social.

La confrontación entre la Cultura de la vida y la de la muerte, como muy bien se describió en la “Evangelium vitae” adquiere las dimensiones de una guerra crónica, con sus tácticas y sus estrategias, con sus soldados y sus muertos, con éxitos y fracasos en ambos bandos. La fe y la esperanza nos dicen o inspiran que el triunfo final será de Jesucristo, cabeza de la Cultura de la vida. Él resucitará y dará una nueva vida sin fin a todos sus hermanos. Sin embargo, mientras dura la contienda, hay víctimas y sufrimientos.

El mismo Dios – y su Iglesia- nos han señalado elocuentemente que un niño, aunque sea un ser débil, aún sin uso de razón, es algo grande. Es uno de nosotros, aunque nosotros seamos conscientes y los niños no. Es cierto que el niño inspira compasión y ternura; y por ello el infanticidio está mal visto en occidente y en gran parte de oriente. Sin embargo, también se puede ver la belleza y el bien en un embrión humano incluso en sus primeros estadios. Su “palabra”, su comunicación con los demás y con el exterior, proviene de la lectura de su código genético humano. En el momento en que un óvulo y un espermatozoide se fusionan para formar el cigoto nos hallamos ante un ser de nuestra misma especie: “Homo sapiens”.

Siempre me han gustado las palabras del profesor Jérôme Lejeune, gran genetista francés y primer presidente de la Academia pontificia por la vida, cuando asimilaba el comienzo del Evangelio de San Juan con el comienzo de la vida humana.: “en el principio era la palabra humana (el ADN humano) y la palabra estaba en la vida y la palabra era la vida. Vino a los suyos y los suyos no le reconocieron”.

Ya tiene el embrión microscópico el Derecho a la vida, aunque, hablando con precisión, en el fondo no existe un verdadero derecho a la vida, ya que ésta es un regalo, un don. Lo que existe es el derecho a que otro ser humano no nos quite la vida y ello se debe recordar sin cesar cuando queda cercano el 60 aniversario de la Declaración de los derechos humanos.

La perversión del derecho

Uno de los aspectos menos comentados del avance de la Cultura de la muerte es la sistemática perversión del Derecho en occidente. Dicha cultura no es sin embargo generalizada sino que afecta exclusivamente al ejercicio de la profesión médica y al derecho a la vida. Lo explicaré con unos ejemplos. Como verán, sería inaudito que se retorciese con idéntica torsión el derecho mercantil o procesal. Nos crearía tantas dificultades a los adultos sanos (la “nomenclatura”) que, de momento, no se plantea.

En España existe una ley que despenaliza el delito del aborto provocado en unos supuestos. Pero estos supuestos son absolutamente vacíos. Si uno no se adapta al deseo del legislador, se recurre al siguiente o al posterior. Y si ninguno se adapta, generalmente no sucede nada. Si analizamos atentamente la ley y su praxis nos encontraremos con episodios similares a los de los hermanos Marx intentando que un contrato se ajustase a sus locuras: “la parte contratante de la primera parte es la parte contratante de la primera parte. Y si es necesario se rompe el papel por donde está escrito el artículo” o “si no le gustan mis ideas, pues tengo otras”.

El primer supuesto despenalizador, el caso de violación, no se castiga el aborto hasta las 12 semanas (no se dice cómo deben contarse estas semanas a pesar de que puede haber una diferencia de dos semanas según el sistema empleado). Si una gestante ya ha superado las semanas, puede acogerse al segundo supuesto: en caso de riesgo de malformaciones, 22 semanas (tampoco dice cómo se deben contar las semanas). Si su caso no se ajusta al segundo supuesto, se acoge al tercero: sin límite en caso de peligro psicofísico o sociológico. En el caso rarísimo de que se procese a un abortero y se le encuentre culpable, el gobierno aplicará el indulto, como ya ha sucedido en el pasado.

Además, la protección maternal con dinero público es mínima, los medios de comunicación social hablan siempre del “derecho a abortar”, los colegios de médicos no intervienen o protegen a sus colegiados aborteros y las distintas administraciones descentralizadas del estado no mueven un dedo en la protección del no nacido. Se añade que, el aborto no es punible cuando es practicado por un médico o bajo su dirección, lo cual indica que ni siquiera ha de ser ginecólogo y que cualquiera puede hacerlo bajo la genérica dirección de un médico.

Otra perversión del derecho la encontramos en la ley y la práctica de la eutanasia en Holanda. No exageraré ni una pizca. En el caso de que un médico decida aplicar una eutanasia, la aplicará. A continuación, tendrá que enviar un expediente a un comité. En el caso de que la eutanasia no hubiera estado indicada, se lo comunicarán a la fiscalía. Esta no hace nada y no hay nadie en Holanda en la cárcel por eutanasia. Claro que, si se declarase que la eutanasia ha estado mal aplicada, el enfermo no volvería a la vida. Se trata de una sentencia de muerte que se pronuncia y aplica antes del juicio apropiado. En la práctica cada vez se comunican menos eutanasias, se aplican a personas que no las han pedido o a enfermos mentales o niños.

Dos ejemplos más: la retirada por parte de un juez de la nutrición natural a Terri Schiavo, afectada por un estado vegetativo o un estado de mínima conciencia, en los Estados Unidos, a pesar de la oposición del presidente y sin precedentes legales. Da pena leer la sentencia judicial refiriéndose a la “retirada de la nutrición natural”.

El caso italiano de Eluana Englaro, la chica en estado vegetativo  a la que, a pesar de la oposición gubernamental, la justicia permitió que muriera deshidratada y desnutrida es bien conocido por la federación que presido ya que mi predecesor, profesor de neurología en Údine, se ha batido en público por la vida de la muchacha.

Estos casos sirven para demostrar que la Cultura de la muerte se mueve a sus anchas incluso en países con legislaciones o ejecutivos que protegen algo la vida. El caso Wade versus Rode, plagado de trampas, empujó a la sociedad norteamericana –una sociedad relativamente pro-vida- a la legalización del aborto sin ningún referéndum ni aprobación popular.

“A cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona”.