Ancianidad y familia…
El concepto de vejez es un término ambiguo y contradictorio. Ambiguo, porque resulta difícil limitarlo cronológicamente : hay jóvenes que al carecer de ideales parecen prematuramente viejos y ancianos que conservan ideales y curiosidad preservándose jóvenes. También es contradictorio. Así, Platón y Plutarco eran defensores a ultranza de la vejez, mientras Aristóteles y Séneca le achacaban todos los males, considerándola una enfermedad incurable.
Los grandes avances de la Medicina han condicionado una mayor longevidad, es decir un envejecimiento de la población, además de un continuo aumento de enfermedades propias de la tercera edad, accidentes domésticos y de tráfico y problemas psiquiátricos. Es natural entonces la preocupación que hoy se dirige a este grupo particular de personas que recibe diferentes denominaciones : tercera edad, adultos mayores, ancianos, viejos…
Las consecuencias de este envejecimiento son, para la familia, de diversa índole : económicas, sociales, morales, etc. Por una parte la familia actual debe ayudar al mantenimiento de sus mayores que, jubilados y muchas veces enfermos o discapacitados, tienen que ser atendidos física y moralmente por los suyos, generalmente en condiciones precarias de vivienda y manutención.
Sin embargo las relaciones familiares con los padres o los abuelos en la propia vivienda cuando ésta es la de los hijos, no suele ser tan favorable para los ancianos. En nuestra sociedad regida por los valores del mercado – en el cual vale quien produce en términos económicos – los abuelos son desvalorizados y vemos ya como empiezan a surgir lugares como de “aparcamiento” para ellos, fuera de la familia, con nombres eufemísticos como “residencias”, “casas de reposo” y “albergues”… en los cuales no es casual la elevada frecuencia de cuadros depresivos.
Otra figura que se presenta con relativa frecuencia es la utilización de los abuelos, especialmente las abuelas, como “encargados” de los nietos en los fines de semana o circunstancias especiales o, como en nuestros tiempos, cuando ambos padres trabajan fuera del hogar. En este último caso y si los abuelos conservan su propio hogar, la casa se les transforma en una especie de guardería durante la jornada laboral. Los abuelos contribuyen así al cuidado, atención y educación de sus nietos, descargando de esta tarea a los padres.
Nada mantiene y rejuvenece más a la persona mayor que el contacto con los jóvenes, especialmente los nietos. La discapacidad, la deficiencia y la enfermedad misma se sobrellevan y superan mucho más fácilmente cuando existe un adecuado soporte familiar. La familia es fuente de salud física, psicológica y social en todas las edades. El no nacido, el niño, el joven, el adulto y el anciano (si vivimos) son nuestra fotografía; una representación de la humanidad en las diferentes etapas del ciclo vital : la familia es nuestro hábitat natural.
Los ancianos, como los niños, no tienen prisa. Sólo necesitan atención y cariño para ganar ilusión de vivir… Necesitan también el mismo respeto para sus particularidades que requerimos todos.
La capacidad para sentir el amor y el desamor se halla presente desde antes de nacer hasta la muerte. Es magnífico que el ser humano sepa en todas sus edades, que hay un lugar donde es amado incondicionalmente, al cual puede mirar siempre confiado, aunque los azares de la vida o sus propios errores lo hayan alejado física o incluso espiritualmente.
Está comprobado que la mayoría de enfermos terminales que solicitan el suicidio asistido o la eutanasia, lo hacen empujados por la sensación de ser una carga para sus familiares, por el abandono de los mismos o por cuadros depresivos relacionados directamente con la convicción – muchas veces sustentada en los hechos – de carecer de todo vínculo de afecto…
Este panorama tiene que ver directamente con la crisis actual de la familia y es urgente prestarle atención ahora y por el bien de todos. Es interesante recordar aquí una frase que ya se ha hecho popular : “todos queremos vivir más años, pero ninguno quiere llegar a viejo” … Lo trágico es que, sin embargo, vamos a llegar. Cuando eso ocurra, cómo nos gustaría ser tratados ?
Recuperemos para nuestros ancianos el lugar de amor, aceptación y respeto que nunca debieron perder. Recordemos que hemos llegado a ser lo que somos, porque cuando éramos indefensos -como muchos de ellos al presente- tuvimos quien nos llevara de la mano, nos enseñara a conocer a Dios, nos trasmitiera valores y creara para nosotros el calor de una familia. Enseñemos a nuestros hijos a entender y a querer a sus abuelos.
Si es real que las luces y sombras de una generación se proyectan a la generación siguiente, más temprano que tarde, estaremos recibiendo de nuestros nietos el mismo trato que enseñamos a nuestros hijos a tener hacia sus abuelos…
Dra. Maíta García Trovato
Médicos Católicos del Perú
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