Diferentes y complementarios: más allá de las ideologías…
Introducción
Constantemente escuchamos a los cultores de la ideología de género sostener que varones y mujeres somos iguales y que las diferentes formas de comportarse de unos y otras corresponden a construcciones culturales.
Según esta perspectiva ideológica los seres humanos nacerían sexualmente neutrales y la socialización los “construiría” como varones o mujeres, afectando a la mujer negativa e injustamente.
Con la distinción entre sexo y género se pretende restringir el aspecto biológico del ser humano y privilegiar el ámbito sociocultural. Asistimos así al nacimiento y desarrollo de una suerte de operativo psicosocial que trata de convencernos de que la naturaleza no tiene importancia, la diferencia entre los sexos es algo convencionalmente atribuido por la sociedad y cada uno puede inventarse a sí mismo de acuerdo a su opción. Esta estrategia social, tiene pasos muy concretos, que podríamos sintetizar en la frase “todo lo que es construido, puede desconstruirse“. Si aceptamos que el género es una construcción social, también podría correr la misma suerte. Para esto, según el feminismo radical se hace necesario identificar qué cimientos sostienen el orden natural en la relación entre varones y mujeres y se descubre que, según esta ideología, los elementos más fuertes por “desconstruir” son la religión, la familia y la cultura misma.
En el afán de “luchar contra estereotipos” olvidan cosas tan obvias como la biología, las diferencias sexuales innegables que hacen la complementariedad de dos personas y las llevan a formar un bien que todas las sociedades protegen por ser el hábitat del ser humano: la familia.
Además, desde el punto de vista ontológico, la familia es una institución de derecho natural. El hombre y la mujer que se aman, que se comprometen y engendran hijos, forman la primera sociedad natural sobre la tierra. La familia es así anterior a toda otra agrupación humana. En el orden de las asociaciones humanas que existieron en el pasado, que existen hoy y que existirán siempre, la familia es primero que cualquier otra cosa.
Todas las referencias afectivas del ser humano están en la familia; la felicidad futura de los más jóvenes dependerá de su posibilidad de integrar, en un mañana no muy lejano, una familia estable y armónica.
Los derechos de las familias provienen de su propia naturaleza. No son otorgados por ningún Estado, ni por las Naciones Unidas, ni por alguna Declaración de Derechos. Los estados y los organismos internacionales pueden y deben reconocer los derechos de la familia y, aún más, deben ayudarla a alcanzar esos derechos; pero no serán nunca una fuente de derecho familiar.
Somos diferentes
Entre hombres y mujeres hay diversidad en una serie de formas de mirar el mundo, de solucionar conflictos, de manifestar sus afectos, establecer relaciones estables y de comunicarse, por citar solamente algunas. A la luz de los conocimientos actuales y en pleno auge de la medicina basada en evidencias, están claramente establecidas las diferencias entre varones y mujeres existentes en el cerebro desde la concepción, más allá de las diferencias anatómicas obviamente visibles.
Como dice Salazar Larraín, “…nadie pone en duda que en las mujeres hay cierta comunidad de caracteres que permite a los hombres hablar de ‘las mujeres’ como de algo extraño pero homogéneo; y lo mismo les ocurre a las mujeres con respecto a los hombres”.
Las diferencias
Identificamos por lo menos cinco áreas en las cuales las diferencias entre ambos sexos son claramente observables: las de los intereses, la manera de comunicarse, la forma de resolver problemas, las necesidades personales y la de las demostraciones de afecto.
En el área de los intereses los estudios demuestran que hombres y mujeres se mueven motivados por intereses distintos. El hombre se orienta directamente a la consecución de logros que ve como “conquistas”, mientras que para la mujer es más interesante el proceso hacia los logros y las relaciones personales involucradas en este proceso.
En el área de la comunicación, los hombres tienen metas y objetivos que los llevan a desarrollar una comunicación directa. Generalmente buscan dejar en claro cuál es la situación con el mínimo de palabras necesario. Suficiente con la información basada en hechos. La mujer es motivada por la relación en sí; quiere que progrese, pero “el proceso de desarrollo” de la relación es muy significativo para ella. Por ejemplo: él no ve la necesidad de declarar continuamente sus sentimientos, ha dicho que la quiere; el sentimiento no ha cambiado; no ve razón alguna para repetir la información…
Ella “necesita” escuchar continuamente cual es el estado de una relación, principalmente en cuanto a sentimientos. Busca compartir sentimientos respecto a la situación presente, similares del pasado, posibles en el futuro y personas involucradas desde todas las perspectivas. El cómo se comunica el mensaje es tan importante para ella como el mensaje mismo y espera esta comunicación de la manera más creativa posible (flores, tarjetas, detalles, etc.). Estas formas de comunicación diferentes están presentes desde la infancia temprana.
Si tomamos como ejemplo los temas del afecto y el lenguaje vemos que hay evidencia clínica y empírica de nuestras diferencias con los hombres. No es casual que la depresión que compromete la vida afectiva cobre más víctimas en mujeres que en varones y que el autismo, que se caracteriza por bloquear la comunicación, sea más frecuente en niños que en niñas. En la vida diaria, comprobamos que ellas empiezan a hablar más temprano y mejor que los niños… y a lo largo de sus vidas continuarán haciéndolo. Las mujeres somos en general más expresivas y habladoras. Un estudio reciente muestra que en la vida común la mujer emplea un promedio de 7000 palabras por día mientras que los hombres no pasan de unas 2500 a 3000, en el mejor de los casos. Y es de todos los días que de una sola ojeada encontremos lo que se busca y captemos algo que está fuera de lugar en nuestro ambiente habitual. No olvidar que quien encuentra la dracma perdida en la Biblia es una mujer…
En el área de la resolución de problemas las diferencias son evidentes. Plantear un problema a un hombre genera de inmediato su necesidad de resolverlo, si es posible por sí mismo. Si la solución está fuera de sus posibilidades, primero se retrae y, cuando comprueba que no da con la solución buscará la ayuda externa, generalmente de un experto. La mujer ante un problema, tiene que hablarlo. Conversará con personas que hayan pasado por una situación parecida y requerirá alguien dispuesto a escucharla, que simpatice con su situación y con ella. En la vida doméstica estas dos características tan diferenciadas suelen generar más de un problema.
En el área de las necesidades personales, el hombre anhela ser necesitado y admirado y la mujer necesita sentirse amada, escuchada y cuidada aunque sea independiente. Mientras el varón suele ser de trato más bien directo, ella puede ser aguda pero en forma delicada. Él prestará más atención a lo práctico y ella pondrá énfasis en los detalles y la emotividad. La facilidad para expresar sus sentimientos, el contacto visual directo, la demostración de confianza, respeto y aprobación, así como la conversación sobre temas de la vida diaria, son importantes para las mujeres. Mientras para ellos hay cierta dificultad para expresar sentimientos, poco contacto visual directo (sobre todo si hay problemas) y prima su necesidad de éxito.
En el área de las demostraciones físicas de afecto, encontramos que las mismas situaciones y estímulos no significan lo mismo para ambos. En lo que respecta a la atracción sexual, los hombres son más sensibles a los estímulos físicos, particularmente “visuales”, aunque sean “parciales” (lo que explicaría el consumo masculino de pornografía y revistas de este corte), mientras que las mujeres dan mayor importancia a los estímulos emocionales y prefieren el “todo” a una parte…
Complementariedad y equilibrio
Para Julián Marías, “hablar de igualdad entre hombres y mujeres es una de las más peligrosas estupideces en que puede caerse. Lo que puede y debe haber es equilibrio entre ellos, un equilibrio dinámico hecho de desigualdad y tensión, que mantiene al hombre y a la mujer a la par, precisamente para que sea posible la fuerza y plenitud de su encuentro…”. Recordamos otra de sus frases célebres: “hoy se abren para la mujer puertas que estuvieron absurdamente cerradas; ¡ojalá sepa pasar por ellas sin despojarse de su condición de mujer!”.
María Dolores Vila-Coro afirma, “… el varón y la mujer se complementan y constituyen una unidad de orden superior: la pareja. Cada uno de ambos miembros genera una energía que, cuando es armónica, cuando está orientada en un mismo sentido, se potencia. Complementariedad significa emprender una tarea común, inseparablemente, fundidos en un solo proyecto, en el cual ninguno es propiamente sin el otro.
Consejería para una unión duradera
- Compartir experiencias, problemas, estados de ánimo e interesarse por las cosas del otro
- Acostumbrarse a que las decisiones importantes deberán ser tomadas en forma corporativa (del Yo al Nosotros)
- Aceptar a la persona como es y no repetir constantemente cómo nos gustaría que fuese
- Mantener la alegría y el buen humor: desdramatizar todo lo que sea posible los problemas
- Tener claro que el matrimonio es para toda la vida. Por eso es que hay que tomarse el tiempo necesario para pensarlo.
- Recordar que el amor no está asegurado a partir de la boda y hay que trabajar para reestrenarlo cada mañana
- Exige hablar a tiempo, reconocer errores, saber perdonar y pedir perdón, llegar a acuerdos, etc.
- Ver siempre al cónyuge como lo prioritario en nuestras vidas después de Dios, sobre cualquier otra persona o interés.
Consejo final a manera de proverbio: “antes de casarte abre bien los ojos, porque después vas a tener que cerrarlos un poquito”.
Dra. Maíta García Trovato
Médico Psiquiatra
Asociación de Médicos Católicos del Perú
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Miranda Carlos, “Hombres y Mujeres: Disfrutando las diferencias” www.cadaestudiante.com, 2008