La epidemia de Ébola de 2014 es la más grave conocida por este tipo de virus. Por su fácil contagio y su alta letalidad, en términos meteorológicos, podríamos hablar de la “tormenta perfecta”. Su origen se supone en diciembre de 2013 en un pequeño país africano, Guinea Conakry. Se extendió posteriormente por Liberia, Sierra Leona, Nigeria, Senegal, Estados Unidos, España y Mali.

Las características de la enfermedad son por todos conocidas y no es objeto de este artículo. Los primeros fallecidos fuera del continente africano, fueron los misioneros Miguel Pajares y Manuel García Viejo, murieron en Madrid hace pocos meses. Según el último balance de la Organización Mundial de la Salud (OMS), a finales de diciembre de 2014, los muertos por dicha epidemia son más de 8.000 y los infectados superan los 20.000. La mortalidad está por encima del 30%, todo ello suponiendo que las cifras sean exactas.

Ante este reto sanitario, diversas entidades y organismos, nacionales y supranacionales, países incluida la OMS se han volcado en buscar tratamientos efectivos y atender a los enfermos, especialmente cuando los afectados han sido ciudadanos de sus propios estados. En estos casos, siguiendo las recomendaciones de la OMS, los expatriados que trabajan para varias ONG tanto laicas como religiosas, han sido trasladados a sus países de origen, como en el caso de los misioneros ya citados.

Aunque la enfermedad es conocida desde los años 70, todavía no existe un tratamiento efectivo (el fármaco Zmapp está en fase final de estudio) ni una vacuna que haya demostrado su prevención. Mientras el problema ha sido confinado en algunos países africanos, el interés por las enfermedad ha sido puramente periodístico o militar (según algunas fuentes, es arma biológica de algunos ejércitos y candidata para bioterrorismo). Sólo cuando la enfermedad amenaza con su expansión a occidente, se han empezado a tomar medidas efectivas para controlarla (parece que durante 2015 aparecerá la primera vacuna). A otras patologías mucho más letales en el tercer mundo, como la tuberculosis (1.500.000 muertes sólo en 2013, aproximadamente) o el paludismo (600.000), no se les ha dado tanta importancia.

El hambre, que provoca la muerte de más de 3 millones de personas cada año, no parece despertar tanto interés. Como señaló José Esquinas, el hambre no es contagiosa. Ante todos estos hechos, uno se pregunta si es correcta la actitud del primer mundo, de preocuparse de esta enfermedad sólo cuando puede afectarnos, si bien también es cierto que, hasta ahora, el número de infectados y muertes por la enfermedad era relativamente reducido, en relación a otras causas de defunción en estos países. Las pequeñas epidemias aparecidas hasta ahora en África se han controlado en poco tiempo y con un bajo número de defunciones.

También hay que preguntarse si es moralmente aceptable no promocionar la investigación en otras epidemias como las ya citadas, mucho más letales y extendidas, pero que difícilmente pueden afectar de forma grave, a los países En nuestro primer mundo no son pocos los que cuestionan el traslado de los voluntarios, cooperadores y misioneros occidentales a sus países de origen, por el riesgo de diseminar la enfermedad entre sus cuidadores y estos ser una fuente de epidemia posterior. Muchos nos preguntamos si es justa esta actitud. Todo ello a pesar de que la OMS recomienda su atención en su país (occidental) de origen, ya que es un factor para favorecer y colaborar con estas personas al darles todo nuestro apoyo, sobre todo cuando más lo necesitan.

El rechazo a atender este tipo de enfermos en occidente puede influir en la decisión de algunos voluntarios, cooperadores, etc., los cuales, al sentirse poco respaldados, se nieguen a ofrecer su colaboración en las zonas donde más se  necesitan. Probablemente, en este mismo año 2015, una vacuna efectiva acabe con la epidemia. Sin embargo, quedarán en el aire cuestiones como las planteadas.

Dr. Adalbert Marquès
Presidente
Médicos Cristianos de Cataluña (España)