LOS MÉDICOS CATÓLICOS Y LA VIDA HUMANA

Por el doctor José María Simón Castellví

Presidente de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC)

Palazzo de San Calisto, Città del Vaticano

www.fiamc.org

1.- La función del médico

La profesión médica tiene una profunda impronta vocacional. Muchos de nosotros hemos escogido los estudios de Medicina porque hay algo dentro de uno mismo que le empuja a ello para ayudar a los demás. El médico siempre es en función de los demás que necesitan de él.

Ejercer la Medicina con ciencia y en conciencia nos permite percibir con una luz nueva lo que es la paternidad de Dios. Siempre hay una relación de paternidad entre el médico y el enfermo. Naturalmente, esto no significa que el paternalismo o exageración de la paternidad sea bueno o que la personalidad del enfermo o de quien requiere los consejos del mismo quede totalmente anulada. Ejercer la Medicina también permite percibir a diario el gran valor de la maternidad y la belleza explícita de la construcción complementaria del varón y de la mujer.

Además, el médico posee una perspectiva que le facilita descubrir la existencia de la ley natural (1). No coincide con la ley biológica, pero ésta nos permite entender que la ley moral natural está ahí y no se puede violentar sin consecuencias. Por ejemplo, si uno quiere comer piedras enfermará: la naturaleza no está preparada para que las ingiramos. Ni siquiera será suficiente con machacarlas y añadirles algo de salsa. Comerlas va contra nuestra biología desde el principio de la misma. De ninguna manera se puede afirmar que son las convenciones sociales las que nos prohiben tragar piedras.

El médico goza de gran prestigio tanto dentro de la Iglesia (ad intra) como en medio de la sociedad (ad extra). Somos personas valoradas y respetadas. Ello no significa que no haya excepciones, que leamos en los periódicos agresiones a médicos o que algunos facultativos abusen de su arte para atacar la vida. La evaluación global en las sociedades occidentales, en Oriente e incluso en el tercer mundo es muy favorable. A veces hasta creo que demasiado. No siempre nos merecemos lo bien que nos tratan.

La función del médico es la de transformar el sufrimiento en felicidad. Prevenir, curar, paliar, rehabilitar o consolar son facetas de una misma función siempre al servicio de felicidad esencial de las personas. Y el médico es médico siempre. No existen horarios para él. Su carrera le ha impreso carácter en su personalidad. Tanto si está de guardia como si se halla en un banquete nupcial, siempre es visto como médico por los demás. Es la referencia ineludible ante cualquier problema biológico o psicológico y una referencia importante en caso de problemas sociales, familiares e incluso espirituales. Sin detrimento de la función sacerdotal, que es sagrada y querida por Jesucristo, también al médico se le deja entrar en el santuario de las conciencias.

En definitiva, se trata de una pieza clave en el engranaje social y también de esta sociedad, la Iglesia, que no es del mundo pero está en el mundo. Como veremos más adelante, pieza clave para el bien, pero también, por desgracia, para el mal…

2.- La función del médico católico

Aunque supongo que la sagacidad del lector no necesita de la siguiente aclaración, es bueno explicitarla para evitar confusiones: la Médicina del médico católico es la misma que la que ejerce un protestante o un agnóstico. La Medicina es la Medicina, por lo menos la occidental. El médico católico ejerce con el valor añadido que representa el hacer las cosas con “charitas”, con amor. Como es natural, ello no implica que los no católicos no puedan ejercer con amor. Quizá, en vez de médico católico, tendríamos que hablar de católico que es médico. Jesucristo es Nuestro Señor e intentamos hacerle caso en todo lo posible, con fidelidad al sucesor de su Pedro y a los sucesores de los apóstoles.

La Promesa del médico católico (2), aprobada por la Santa Sede, refleja bien lo antes expuesto. Su primera parte, la promesa se refiere a los fines médicos en general y, la segunda, a la manera católica de alcanzar los fines.

El médico debe mejorar continuamente sus habilidades profesionales para dar a sus pacientes la mejor atención. Respeta a sus pacientes como seres humanos, anteponiendo sus intereses a consideraciones políticas, económicas u otras.  Defiende la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, rehúsa devenir un instrumento violento u opresivo de las aplicaciones de la Medicina, sirve a la salud pública, promoviendo políticas respectuosas con la vida y la dignidad de las personas, coopera con la ley si esta es justa y ejerce la objeción de conciencia si es necesario. También dona parte de su tiempo a los pobres, sin buscar contraprestaciones.

Para conseguir nuestros objetivos, como médicos católicos, hemos prometido inspirarnos en la Palabra de Dios y en el Magisterio de la Iglesia, nutrirnos en la oración y en la eucaristía, y siempre evangelizar, esto es, expresar la benevolencia de Jesucristo en nuestras vidas.

Los papas Pío XII y Juan Pablo II, ambos grandes amigos de los médicos, escribieron bellas pregarias para nosotros (3) y mantuvieron frecuentes reuniones con grupos de médicos de todo el mundo.

De Juan Pablo II tengo gratos recuerdos (y fotos) personales. Nos recibió en 2004 a los participantes del congreso sobre “Estado vegetativo” organizado por la FIAMC y la Pontificia Academia para la Vida. Leyó su discurso con mucha dificultad, nos saludó a muchos, uno por uno. La enfermedad de Parkinson le había respetado notablemente la mano derecha, que era fuerte y recia. Con ella podía saludar y bendecir bien. Al final, cuando se lo llevaban en una plataforma rodante, vi que hacía un guiño y un gesto con la mano a Stefano, un niño pequeño de una de las filas.

Pío XII trató mucho a los médicos. El cardenal Fiorenzo Angelini, presidente emérito del Consejo pontificio para el apostolado de los agentes sanitarios, ha recopilado todos sus discursos en un volumen estupendo que nunca me canso de leer.

3.- La Humanae vitae y los médicos. La primera oportunidad, perdida.

Pablo VI confiaba en los médicos. En la encíclica nos pide a nosotros, y al resto de personal sanitario, que consideremos como propio deber profesional el procurarnos toda la ciencia necesaria, en estos aspectos delicados de la transmisión de la vida, para poder dar a los esposos que nos consultan sabios consejos y directrices sanas que de nosotros esperan con todo derecho.

Una actuación médica conjunta, compacta y decidida a favor de la doctrina de la Humanae vitae, que por otra parte no se apartaba de las enseñanzas papales anteriores, hubiera cambiado la historia ( y, de hecho, aún puede cambiarla).

Era una época difícil, con la pseudorevolución de mayo del 68 en marcha y su alto contenido de sexo llamado libre, el “prohibido prohibir”, el comunismo acechando Europa y la píldora anticonceptiva ya en los mercados. La valiente doctrina del Papa no encontró suficientes apoyos humanos. ¡Y podía haberlos tenido! Si miles de médicos, que atendían a miles de personas, muchos de los cuales líderes de opinión, hubieran orientado correctamente a los esposos, tendríamos ahora un panorama distinto.

“El teólogo X o el obispo Y que digan lo que quieran, pero mi mujer no toma la píldora”. Esto es lo que le contestó un colega mío a un grupo de amigos católicos.

Y – cosas de la divina Providencia- la aparición de la píldora anticonceptiva coincidió bastante en el tiempo con los descubrimientos de los esposos Billings y otros sobre los ciclos fértiles de la mujer. A la vez, la industria farmacéutica y numerosas instituciones internacionales presionaban para que la praxis fuera plenamente anticonceptiva y, llegado el caso, abortiva. La mujer sería dueña de su propio cuerpo y su sexualidad libre no debía sufrir impedimentos.

Hubo una gran convulsión también entre los médicos católicos. La asociación médica católica norteamericana sufrió una gran crisis. Sin embargo, las cosas cambian y la presidenta de este año 2008, la doctora Kathleen M. Raviele, es una experta en los métodos naturales de regulación de la fertilidad…

4.-  Es en la familia donde mejor se acoge la vida

Siempre he estado absolutamente convencido de que el lugar donde mejor se acoge la vida es la familia. Es en la verdadera familia donde mejor se encuentra el ser humano, para crecer y también para realizarse. Algunas instituciones, que hacen y han hecho grandes servicios a la vida, como los orfelinatos, no dejan de ser soluciones a precario. Lo ideal es que cada niño tenga su familia. Si ello es así, ¿cómo es que hablo tanto de la Medicina y de los médicos? ¿No estaremos medicalizando la familia? ¿No se trataría de una especie de encarnizamiento familiar? La respuesta es muy sencilla y doble.

Ya hemos dicho que el médico está hecho para servir, que está bien visto por la sociedad y que tiene recursos para ayudar a las personas. Por otra parte, desde la caída de Adán, los seres humanos somos pasibles y estamos expuestos a penurias en nuestros cuerpos. La tendencia hoy es a acudir al pediatra regularmente cuando somos pequeños, al médico de cabecera cuando somos adultos, al obstetra cuando la mujer está en edad fértil. Nacemos con médico y morimos con él. Por no hablar de los numerosos y cada vez más frecuentes problemas de fertilidad en las sociedades occidentales.

Los problemas de las personas se arreglan con competencia profesional y generando seguridad. Cuando uno tiene un problema o cree que lo tiene, y cree que no debe tener más hijos en un momento dado, el personal sanitario debe darle una respuesta, una solución. Y ésta debe ser antropológicamente correcta. Aunque siempre hay en biología, como en la física, una cierta imprevisibilidad y los seres humanos debemos acostumbrarnos a la misma. Si se proponen soluciones eficaces sistemáticamente, el público las acepta de buen grado y llegan a entrar en su manera de actuar con la más absoluta normalidad (por ejemplo, la toma diaria de la temperatura basal).

Unas personas, pocas si las comparamos con el conjunto de la humanidad, reciben de Dios el don del celibato apostólico. Otras, reciben a los hijos según Dios, según vengan o según la naturaleza. Pero la mayoría, en un momento u otro, por motivos serios, a veces médicos, debe emplear los ciclos infértiles de la mujer para evitar o espaciar los nacimientos. Están para algo. Siempre es bueno preguntarse por la finalidad de las cosas o de los procesos. Por la “teleología”. ¡Hasta de los gametos podemos preguntar por una teleología! ¿Quién nos dice que aquel óvulo que algunos manipulan o tratan si respeto no será –porque Dios lo quiere así- algún día un ser humano?

No hay ninguna duda de que la familia constituye el ámbito propio para el desarrollo de los seres humanos. Y es en el matrimonio donde la sexualidad alcanza su expresión. Los médicos debemos ser siempre conscientes de la faceta familiar de toda persona.

5.- Los derechos humanos, la anticoncepción y la fertilidad

Celebramos este año el sexagésimo aniversario de la Declaración universal de los Derechos humanos (4). La Asamblea de las Naciones Unidas pidió que se leyeran y fueran aplicados universalmente. Era consciente de que los Derechos no eran creados “ex novo”, sino que provenían de lo más hondo del ser humano. Eran unos derechos inherentes a todos porque se hallaban de algún modo en la naturaleza de todos. Eran ley natural.

Soy consciente del alcance amplio, profundo y persistente no sólo de la mentalidad antinatalista y anticonceptiva, sino de aquella mentalidad de aceptación tácita de los anticonceptivos entre esposos católicos que se une a una impotencia de la Jerarquía por hacer vivir correctamente la doctrina. Como ya he dicho antes y es una de mis tesis en este trabajo, se requiere de los médicos para avanzar. Por fortuna, prácticamente todo el episcopado mundial acepta ya la doctrina. Pero el reverso de la moneda es que no sabe cómo aplicarla.

A mi juicio, la anticoncepción violenta varios Derechos humanos y sólo por ello ya deberían los responsables de la salud pública de las naciones haber favorecido alternativas. Y haber hecho un monumento a Pablo VI.

5.1.- Derecho a la vida

La píldora abortiva (RU-486 o mifepristona) arranca siempre a un ser humano del seno materno y por tanto violenta el derecho que tenemos todo a la vida y a que nos sea respetada

La llamada píldora del día siguiente elimina a un pequeño embrión humano en el 70% de los casos en que actúa. Como es natural, si la mujer no está en periodo fértil cuando ha habido la relación sexual, la píldora no es abortiva porque no ha habido salida del óvulo del ovario y su consiguiente fecundación.

La vulgarmente llamada “píldora” o píldora anovulatoria puede, en algunos ciclos, actuar como abortiva eliminando a un óvulo fecundado o evitando su implantación en el útero. Los efectos potencialmente abortivos (la eliminación de un embrión, por pequeño que sea es un aborto) de los anovulatorios es objeto de discusión en ambientes científicos. Esta discusión está modulada por intereses económicos de la industria farmacéutica y por los intereses ideológicos de la “nueva ética global” (5).

Los dispositivos intrauterinos rechazan la implantación de un embrión humano en el útero en la mayor parte de los casos en que actúan.

La magna reunión de las Naciones Unidas de El Cairo (1994) aprobó que el aborto provocado no se utilizara como medio para controlar los nacimientos. A pesar de esto,  en amplias porciones del planeta, el aborto provocado se utiliza como medio para controlar la población. Se convierte en un medio “anticonceptivo” más, sólo que el efecto tiene lugar bastante después de la concepción.

5.2.- Derecho a la salud

Una mujer fértil no es una enferma. Así, darle un fármaco no concuerda mucho con su estado de salud. Por otra parte, si en Medicina toleramos los efectos secundarios de los fármacos que tenemos que administrar necesariamente, ¿por qué razón tenemos que tolerar los efectos secundarios de fármacos que no son necesarios? Y es que la mayor parte de anticonceptivos van ligados a efectos contrarios a la salud.

Un ejemplo paradigmático, que además nos ilustra sobre los errores científicos en que se incurre cuando se hace ciencia con prejuicios ideológicos, aconteció en enero de 2008. La prestigiosa revista científica The Lancet, en línea editorial, alababa y criticaba a la vez al Santo Padre Benedicto XVI por sus posicionamientos sobre salud pública (sic).

A la vez, en el mismo editorial, se pedía la difusión sin receta médica de los contraceptivos orales combinados por resultar útiles para prevenir el cáncer de ovario. Pero el Lancet cometió ahí un error científico de primera magnitud: olvidó la advertencia de la Organización Mundial de la Salud (Agencia internacional de investigación contra el cáncer, Lion, Francia), de 2005 (6), clasificando a los contraceptivos orales combinados de estrógenos y progestágenos, que son muy utilizados, como carcinógenos del Grupo 1, por fomentar algunos tipos de cánceres.

El Derecho a la salud también queda en entredicho cuando ciertas políticas de salud pública fomentan a la vez la píldora del día siguiente y el sexo “libre”. Es sabido que esta píldora no evita ninguna de las 26 enfermedades de transmisión sexual. Y por otra parte, su existencia no invita a la utilización de preservativos, tan invocada para evitar enfermedades.

También se han descrito fehacientemente las relaciones entre el cáncer de mama y el aborto provocado.

Si un día hubiera una píldora sin efectos secundarios, ni siquiera para el bolsillo, mi juicio sobre la misma seguiría siendo negativo. No se pueden juzgar los procedimientos sólo por sus consecuencias físicas. Así, un adulterio de pensamiento no transmite ningún virus, es barato y no conlleva embarazos no deseados. Pero es algo que está mal.

Sólo una correcta comprensión del verdadero amor humano puede dar razones convincentes de la postura de la Iglesia sobre la anticoncepción.

5.3.- Derecho a la educación

Los conocimientos que la humanidad ha ido adquiriendo y que son necesarios para la vida en dignidad de las personas son en sí y deben ser también jurídicamente patrimonio de la humanidad. Una correcta formación sanitaria básica y afectivo-sexual debería estar al alcance de todos los seres humanos. Es lógico que haya legítimas discrepancias en los contenidos, incluso que haya legítimas discrepancias en asuntos estrictamente científicos. Por ejemplo, en ciertas regiones del globo se discute si es mejor tal o cual calendario de vacunaciones.

Pero lo que no es de recibo es que millones de esposos opten o se les haga optar por los anticonceptivos única y exclusivamente porque nadie les ha hablado de los modernos métodos de regulación natural de la fertilidad. Estos, además, son gratuitos, no lesivos para con la naturaleza de los esposos y sirven también si es necesario para asegurar mejor la venida de los hijos. Deberían estar al alcance de todos los esposos que los necesiten.

En las sociedades en las que la libertad y la información es un valor tan apreciado, no debería hurtarse la información personalizada sobre los ritmos naturales de la mujer y sobre tantos aspectos de la fertilidad y maternidad. ¡Tenemos derecho a la educación!

5.4.- Derecho a la igualdad entre los sexos.

El sentido común y las más básicas cualidades de observación nos dicen que los seres humanos nacemos varones y mujeres por naturaleza. Y los que creemos que Dios ha hecho nuestras naturalezas afirmamos con la Escritura santa que “Varón y hembra los creó”. La diferenciación entre los sexos, en la Escritura, que “no es bueno que el hombre esté sólo” y su complementariedad son de origen natural y divino a la vez.

No tener al otro es “antinatural”, salvo si se convierte en “sobrenatural” en los casos de celibato apostólico o de aceptación de Voluntad de Dios en la viudedad y en otros casos. Los adolescentes, en el fondo, deben prepararse para realizarse en la complementariedad esponsal o abrazando el celibato o en la aceptación de algunas condiciones que impiden el matrimonio. Sólo en la madurez y si uno es capaz de ofrecer una estabilidad, el matrimonio es el camino.

Como el que escribe es médico es normal que también traiga aquí a colación a aquellas personas que por defectos diversos tienen problemas de identidad sexual. A todos ellos hay que ayudar. A los hermafroditas, la Medicina ayuda reconformándolos en el sexo más obvio. A los adictos sexuales, la psicología ayuda como puede. A las personas con tendencias homosexuales, también se les puede ayudar. Así lo afirma el Catecismo de la Iglesia católica basado en experiencia pastoral y en estudios sociológicos. La Asociación Médica Católica Norteamericana realizó un completo estudio (7) denominado “Homosexualidad y esperanza”. La tesis básica sobre el origen de esta condición residiría en una mayor o menor predisposición genética que se concretaría según la educación y el ambiente.

En todo caso, varones y mujeres somos distintos en muchas cosas pero somos iguales en dignidad. En este sentido, la anticoncepción no nos trata a todos por igual ya que la carga anticonceptiva suele ir siempre sobre la mujer. Y el aborto carga decisivamente sobre el niño y sobre la mujer (síndrome del post-aborto, (8)) Recurriendo a los métodos naturales se realiza una cooperación tal que son ambos esposos los que colaboran decisivamente a tener o no tener más hijos. Son más igualitarios. ¿Hay alguien que se atreva a decir que no?

6.- Diferencia decisiva entre métodos naturales y anticoncepción

La utilización correcta de los métodos naturales de regulación de la fertilidad no es una “anticoncepción católica”. Su esencia es completamente distinta. Ya he comentado antes que la anticoncepción es no natural, innecesaria y presenta unos efectos secundarios intolerables. Y podemos ofrecer a los esposos alternativas antropológicamente correctas.

Los métodos naturales se basan en el conocimiento de los ritmos de fertilidad-infertilidad de la mujer y los tienen en cuenta. Conocerse es importante. Darse por completo en el matrimonio, uno al otro, es importantísimo. Y uno se da con todo su todo corporal. El sano no tiene necesidad de medicinas.

La experiencia demuestra la alta satisfacción de las usuarias de métodos naturales. Quizá existe el inconveniente de que estos se tienen que aprender bien (se necesitan monitoras) y que algunos ciclos de fertilidad son complejos. Pero para esto están los médicos, para lidiar con ciclos irregulares, patologías, etc. Recuerdo el caso de una joven que estudiaba su propia fertilidad unos meses antes de su matrimonio y encontró que nunca tenía un pico de moco cervical claro, elástico y lubricante. Su médico se lo aclaró: ¡no ovulaba! Parece que el problema ya está hoy resuelto.

7.- El papel de toda la Iglesia

La doctrina contenida en la Humanae vitae y también en el Magisterio anterior es a veces menospreciada pero realmente sublime. La doctrina contenida en la Teología del cuerpo de Juan Pablo II es tan inmensa y completa que constituye un corpus doctrinal de gran riqueza.

Podríamos decir sin exagerar y en el lenguaje actual de la divulgación médica, que el Magisterio de la Iglesia fomenta estilos de vida más sanos. La carta encíclica mencionada no es sólo un alegato contra la anticoncepción. Va mucho más allá. Fomenta el respeto y la unión entre los esposos, y por tanto lucha contra los malos tratos intrafamiliares. Insta una vez más a acoger a los hijos en la familia y, por tanto, combate la horfandad funcional. Circunscribe la sexualidad en un ámbito matrimonial de fidelidad, con lo que también previene eficazmente las muchas enfermedades de transmisión sexual. Da una afirmación positiva de la sexualidad: se trata de un gran don de Dios que aumenta la autoestima de los esposos y no de algo vergonzante o de lo que hay que huir.

A pesar de algunas reticencias, que provienen también de la mentalidad mecanicista occidental, toda la Iglesia hoy ya barrunta que el futuro pasa por respetar aquello por lo que tanto sufrió Pablo VI. Existen iniciativas por doquier que fomentan la sana educación afectivo-sexual, hay intelectualidad suficiente para dar sólidas bases científicas y filosóficas a la doctrina y no existe una oposición interna informada.

Lo ideal sería, en la práctica, que los esposos de cualquiera de las parroquias del mundo supieran a dónde dirigirse para los aspectos prácticos de la doctrina. Esto es papel de todos

8.- La implicación decisiva de los médicos católicos

Los médicos católicos, trabajando por su cuenta o en asociaciones profesionales, éstas de antiguo alentadas por la Jerarquía, somos una pieza clave en la aceptación y difusión de las enseñanzas de la encíclica. Es cierto que también nosotros estamos a veces manipulados por el mundo del dinero, por la industria famacéutica que con frecuencia empuja al médico a prácticas que no son necesarias. La industria es necesaria, sus beneficios pueden ser legítimos, pero debe responder a algunos requerimientos que toda empresa debería cumplir: una función social clara, unos beneficios para los propietarios y un buen trato a sus trabajadores.

La mala aceptación que ha tenido hasta ahora la doctrina expuesta en la Humanae vitae tiene para nosotros la ventaja de que se nos permite proponer sus puntos de vista sin que ello sea interpretado como una imposición por parte de los esposos. Una buena praxis médica, basada en una sana antropología, siempre obtiene sus resultados.

Cada vez más las asociaciones se implican en este sentido. Muchas de ellas están ligadas a algún centro de estudios de bioética y se implican en el fomento de “los naturales”, mientras que los partidarios de la “píldora” no ganan ya terreno.

Convertirse –o reconvertirse- no significa, por ejemplo para un ginecólogo que empieza a aceptar esta doctrina, ponerse un montón de prohibiciones en la práctica diaria (no píldora, no ligadura de trompas, no aborto). Ello sería como si un romano antiguo convertido al naciente cristianismo objetara que su nueva fe le carga con pesados noes (no ir al circo a ver cómo se despedazan cristianos, no concubinas, no maltrato a los esclavos). Si se ven las cosas en positivo, en consonancia con la cultura de la vida, la fertilidad, las familias numerosas, los métodos naturales, etc., se ven con normalidad. Ah, y la experiencia universal prueba que no hay en el globo un solo obstetra católico que no tenga las visitas necesarias para su sustento.

9.- Epílogo interreligioso. La Oración de Maimónides

Es tal mi veneración por el trabajo de este judío español nacido en Córdoba en 1135 y que escribió una bella oración para el médico, más digna que el Juramento de Hipócrates porque nombra a Dios verdadero y no a unos dioses griegos desamortizados, que no me resisto a ponerla como epílogo de mi artículo:

“Oh Dios, llena mi alma de amor por mi arte y por todas las criaturas.

Que no admita que la sed de ganancia y el afán de gloria me influencien en el ejercicio de mi arte, porque los enemigos de la verdad y del amor de los hombres podrían fácilmente hacerme abusar y apartarme de hacer bien a tus hijos.

Sostén la fuerza de mi corazón para que esté siempre pronto a servir al pobre y al rico, al amigo y al enemigo, al bueno y al malo.

Haz que no vea en el hombre más que al que sufre.

Que mi espíritu se mantenga claro en el lecho del enfermo, que no se distraiga por cualquier pensamiento extraño, para que tenga presente todo lo que la experiencia y la ciencia le enseñaron; porque grandes y sublimes son los progresos de la ciencia que tienen como finalidad conservar la salud y la vida de todas las criaturas.

Haz que mis pacientes tengan confianza en mí y en mi arte y que sigan mis consejos y prescripciones.

Aleja del lecho de mis pacientes a los charlatanes, al ejército de parientes que dan mil consejos y a aquéllos que saben siempre todo; porque es una injerencia peligrosa que, por vanidad, hace malograr las mejores intenciones y lleva muchas veces a la muerte.

Si los ignorantes me censuran y escarnecen, otorgarme que el amor de mi arte, como una coraza, me torne invulnerable, para que pueda perseverar en la verdad sin atender al prestigio, al renombre y a la edad de mis detractores. Otórgame, Dios mío, la indulgencia y la paciencia necesaria al lado de los pacientes apasionados o groseros.

Haz que sea moderado en todo, pero insaciable en mi amor por la ciencia. Aparta de mí la idea de que lo puedo todo.

Dame la fuerza, la voluntad y la ocasión para ampliar cada vez más mis conocimientos.

Que pueda hoy descubrir en mi saber cosas que ayer no sospechaba, porque el arte es grande, pero el espíritu del hombre puede avanzar siempre más adelante”.

(1) Mi Carta a los médicos católicos de todo el mundo, 2006, ( véase en portada de www.fiamc.org ). Se trata de un documento que hay que considerar como un peritaje cualificado para ayudar a los profesionales a ejercer con seguridad moral. Como es natural, sólo tiene valor estricto en la medida que los diversos puntos se refieren al Magisterio.

(2) http://frblin.club.fr/fiamc/04texts/fiamc/promise/promesp.htm

(3) www.amci.org , homepage

(4) http://www.un.org/spanish/aboutun/hrights.htm

(5) http://66.102.9.104/search?q=cache:FvpWajYc3-0J:tenemosquehablar.org/dossiers/dossier2.doc+nueva+etica+global,+marguerite+peeters&hl=es&ct=clnk&cd=1&gl=es

(6) http://www.iarc.fr/ENG/Press_Releases/pr167a.html

(7) http://www.narth.com/docs/eeuu.html

(8) http://www.vidahumana.org/vidafam/aborto/galvez.html

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Entrevista

La “Humanae Vitae”: una profecía científica

El presidente de los médicos católicos denuncia los peligros de la píldora contraceptiva

ROMA, jueves 8 de enero de 2009 (ZENIT.org).- A pesar de haber sido publicada hace cuarenta años, la encíclica Humanae vitae suscita aún un fuerte debate. Para algunos, incluso dentro de la Iglesia católica, se trata de un texto inadecuado a los tiempos e insuficiente en las respuestas, mientras que otros sostienen que se trata de una encíclica “profética”.

Para estos últimos, el papa Pablo VI hizo bien en poner en guardia contra el uso de contraceptivos, ya que estos son peligrosos para la salud de la mujer y para la relación dentro de la pareja.

En este contexto, el doctor español José María Simón Castellví, Presidente de la Federación Internacional de las Asociaciones de Médicos Católicos (FIAMC), anunció el pasado 4 de enero en las páginas de L’Osservatore Romano la publicación por parte de la FIAMC de un documento con el título “40 años después de la Encíclica Humanae vitae desde el punto de vista médico“, en el que se ilustran todos los problemas relativos a la salud de la mujer, a la contaminación ambiental y al debilitamiento y banalización de las relaciones de pareja, que la píldora contraceptiva ha provocado.

Sobre esta cuestión, el doctor Simón Castellví concedió esta entrevista a ZENIT.

–Los críticos de la Humanae vitae sostienen que los contraceptivos han traído la emancipación femenina, progreso, salud médica y ambiental. Pero según el informe de la FIAMC esto no es cierto. ¿Puede explicarnos por qué?

–Simón Castellví: Los contraceptivos no son un verdadero progreso ni para las mujeres ni para el planeta. Comprendo y soy solidario con las mujeres que han dado la vida a muchos hijos, pero la solución no está en la contracepción, sino en la regulación natural de la fertilidad. Esta respeta a los hombres y a las mujeres. El estudio que presentamos es científico y nos dice que la píldora es contaminante y en muchos casos anti-implantatoria, es decir, abortiva.

–El estudio sostiene de hecho que la píldora denominada anovulatoria, la más utilizada, que tiene como base dosis de hormonas estrógenas y progestágenos , funciona en muchos casos con un verdadero efecto anti-implantatorio. ¿Es verdad?

–Simón Castellví: Es cierto. Actualmente la píldora contraceptiva denominada anovulatoria funciona en muchos casos con un verdadero efecto anti-implantatorio, es decir abortivo, porque expele a un pequeño embrión humano. Y el embrión, incluso en sus primeros días, es algo distintos de un óvulo o célula germinal femenina. Sin esa expulsión el embrión llegaría a ser un niño o niña.

El efecto anti-implantatorio de estas píldoras está reconocido en la literatura científica. Los investigadores lo conocen, está presente en los prospectos de los productos farmacéuticos dirigidos a evitar un embarazo, pero la información no llega al gran público.

–El estudio en cuestión sostiene que la gran cantidad de hormonas en el ambiente tiene un efecto grave de contaminación medioambiental que influye en la infertilidad masculina. ¿Nos explica por qué?

–Simón Castellví: Las hormonas tienen un efecto nocivo sobre el hígado, y después se dispersan en el ambiente, contaminándolo. Durante años de utilización de las píldoras cntraceptivas se han vertido toneladas de hormonas al ambiente. Diversos estudios científicos indican que esto podría se r uno de los motivos del aumento de la infertilidad masculina. Pedimos que se hagan investigaciones más precisas sobre los efectos contaminantes de estas hormonas.

–El estudio elaborado por la FIAMC retoma las preocupaciones expresadas el 29 de julio de 2005 por la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (International Agency for Research on Cancer), la agencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS), según la cual los preparados orales de combinados de estrógenos y progestágenos pueden tener efectos cancerígenos. ¿Podría ilustrarnos la gravedad de estas implicaciones?

–Simón Castellví: Es grave que se esté distribuyendo un producto no indispensable para la salud y que podría ser cancerígeno. Esta no es una opinión de los médicos católicos sino de la Agencia de la OMS que lucha contra la difusión del cáncer. Nosotros sólo hemos citado sus preocupaciones al respecto.

–Usted y la asociación que usted representa sostienen que la Humanae vitae fue profética al proponer los métodos naturales de regulación de la fertilidad. ¿Puede explicarnos por qué?

–Simón Castellví: El papa Pablo VI fue profético también desde el punto de vista científico. Con esa encíclica puso en guardia sobre los peligros de la píldora contraceptiva como el cáncer, la infertilidad, la violación de los derechos humanos, etc. El papa tenía razón y muchos no quisieron verlo. Si se trata de regular la fertilidad, son mucho mejores los métodos naturales, que son eficaces y respetan la naturaleza de la persona.

–En un artículo publicado por L’Osservatore Romano (“L’Humanae vitae. Una profezia scientifica”, 4 de enero de 2009) usted sostiene que los métodos contraceptivos violan los derechos humanos. ¿Puede precisarnos por qué?

–Simón Castellví: En el sexagésimo aniversario de la Declaración de los Derechos del Hombre se puede demostrar que los medios contraceptivos violan al menos cinco importantes derechos:

El derecho a la vida, porque en muchos casos se trata de píldoras abortivas, y cada vez se elimina a un pequeño embrión.

El derecho a la salud, porque la píldora contraceptiva no sirve para curar y tiene efectos secundarios importantes sobre la salud de quien la utiliza.

El derecho a la información, porque nadie informa sobre los efectos reales de la píldora. En particular, no se advierte de los riesgos para la salud y la contaminación ambiental.

El derecho a la educación, porque pocos explican cómo se practican los métodos naturales.

El derecho a la igualdad entre los sexos, porque el peso y los problemas de las prácticas contraceptivas recaen casi siempre sobre la mujer.

–La Humanae vitae sostiene que los contraceptivos influyen negativamente en la relación de pareja, separando el acto del amor de la procreación. ¿Puede explicarnos, como hombre de ciencia, esta afirmación?

–Simón Castellví: La relación entre los esposos debe ser de total confianza y amor. Excluir con medios impropios la posibilidad de la procreación, enturbia la relación de pareja. El donarse el uno al otro debería ser total y enriquecerse por la capacidad de la transmisión de la vida.

–Sustancialmente, la Humanae vitae es un documento que une y refuerza las parejas, ¿por que entonces tantas críticas?

–Simón Castellví: Muchas de las críticas han sido sugeridas por los intereses económicos que están detrás de la venta de la píldora contraceptiva. Otras críticas surgen de aquellos que quieren reducir y seleccionar la fertilidad y el crecimiento demográfico. Finalmente las críticas procede de aquellos que quieren limitar la autoridad moral de la Iglesia católica.

–¿Qué habría sucedido si la Iglesia no se hubiese opuesto a la difusión de la píldora contraceptiva?

–Simón Castellví : No quiero siquiera pensarlo. Solo considerando el efecto abortivo de las píldoras, la propia Iglesia católica sería hoy mucho menos numerosa. Puedo comprender el pensamiento de millones de mujeres que usan la píldora, pero quisiera sugerir que existe una antropología mejor para ellas, la que propone la Iglesia católica.

Por Antonio Gaspari, traducción de Inma Álvarez