CASTIDAD Y REPRESIÓN
Algunos conocidos estudiosos de la sexualidad humana llaman represión a la no satisfacción inmediata, o por toda la vida, del instinto sexual. Sería algo así como cercenar la propia naturaleza.
Ahora bien, para entender a qué se llama “represión”, con la consecuencia de que sería liberación la satisfacción de las tendencias instintivas de la libido, hablemos de otras tendencias naturales del ser humano.
Así, por ejemplo, puedo sentirme herido por el comportamiento lesivo de otras personas. Y mi tendencia espontánea puede llevarme a lesionar a quien me lesiona, a la venganza.
Por idéntica razón podría llamarse represión de mi tendencia natural vengadora el que yo me abstenga de atacar a quien me ha hecho daño. Pero meditemos que la no represión de esta tendencia espontánea puede llevarme incluso al asesinato. Se supone que en este nivel de análisis, toda persona civilizada nos dirá que vale la pena reprimirse para no cometer una barbaridad.
Pues, lo mismo sucede, en el fondo, con la represión o encauzamiento de la sexualidad: He de tener suficiente control, suficiente dominio de mí mismo, para no caer en comportamientos instintivos que dañen gravemente a los demás y también a mí mismo. Para subordinar el sexo, racionalmente, al verdadero amor.
Y así como quien no responde al mal con el mal gozará en su interior de paz y será forjador de armonía, pudiendo remontarse hasta alcanzar el amor sublime a los propios enemigos, lo que le proporcionará un gozo íntimo que rebasa infinitamente la pobre satisfacción de la venganza instintiva; así también del que reprime racionalmente su instinto sexual podemos decir que posee un amor puro y verdadero, que le da una interior felicidad, o que tiene dominio de sí, o que posee la virtud de la castidad.
Y lejos de ser algo negativo, represión, la virtud de la castidad nos eleva a cultivar un amor digno de ese nombre, no ya a “hacer el amor”, sino a abrigar un amor real y puro.
Las virtudes elevan al hombre. En cambio, los vicios le esclavizan. ¡Cuántos esclavos de sus instintos no domeñados hay en nuestra sociedad! Sociedad que entroniza como ídolo la satisfacción de las bajas pasiones, pensando ilusoriamente que ese ídolo le dará la felicidad.
Con todo, no hay que creer que la impureza sea el pecado más grave: Mayor gravedad reviste la soberbia, por la que uno se adora a sí mismo o cierto tipo de injusticia cuando no se respetan los derechos de los demás. Pero la castidad es estratégica para la vida espiritual, en la medida en que su ausencia suele ser puerta de entrada para pecados aun más graves.
Como ejemplo, cuando con el adulterio un empresario daña a su cónyuge e hijos ¿podemos esperar que sea justo con sus obreros? El corazón de la persona es indiviso. Y es difícil que respete los derechos de sus trabajadores quien lesiona los de personas con quien le unen lazos más íntimos.
Para conquistar la castidad es preciso luchar contra nuestras tendencias instintivas y ello puede resultar arduo. Pero si tenemos conciencia de lo vital que resulta para nuestra vida espiritual pondremos los medios para conseguirla.
Cultivemos ante todo el amor verdadero, que nos hace ver en la mujer, o en el hombre, un alma que hemos de encaminar al Cielo, una hermana o un hermano. Y luego, ya que nada podemos por nosotros solos, pidamos a Dios la gracia de la castidad. La Virgen María, dechado de amor puro y santo, nos ayudará a vencer nuestras tendencias desordenadas.
Javier Garralda Alonso