No hay dos Papas iguales y no hay dos días iguales en Roma. Cuando entro por la Puerta de Santa Ana, el gendarme de ayer ya no está: quizás me lo encuentre al salir por otra de las tres puertas del Vaticano. Los suizos que me conocían no están, los nuevos no me conocen.

Cada día sale el sol, llamada de Dios a empezar el día con ilusión. Menudos cambios trajo el 2020 en el pequeños Estado vaticano. Llegó el coronavirus para cambiarlo todo. Ni ejércitos, ni poder, ni dinero: nada sirvió para frenar al virus. La humanidad tan orgullosa se quedó en nada: no somos nada ¿acaso no lo sabíamos? Cuando el hombre vive de espaldas a Dios, descubre que no es nada, aunque negándole se crezca. Pero el hombre lo es todo a los ojos de Dios, quién se hizo hombre y dio la vida por todos nosotros, momento extraordinario que recordamos cada Semana Santa: la Pasión y Resurrección de Cristo.

En el vigésimo quinto aniversario de la vital encíclica Evangelium Vitae, un soplo de la naturaleza y se da un vuelco en la historia de la humanidad: suceden hechos extraordinarios. Episodios negros: por primera vez en la historia, el santuario francés de Lourdes cerró sus puertas, obispos y sacerdotes cerraron sus iglesias, y también “cerraron” el Vaticano. El miedo a lo desconocido es humano, y así lo aceptamos. Tras la decisión inicial de cerrar los lugares de culto, llegó la posterior rectificación, tras el acertado análisis del Obispo de Roma al afirmar «las medidas drásticas no siempre son buenas, por eso rezamos: que el Espíritu Santo dé a los pastores la capacidad pastoral y el discernimiento para que proporcionen medidas que no dejen solo al santo y fiel pueblo de Dios». Y se corrigió con lógica sensatez. Tras los episodios negros, las luces de la Fe: los hogares transformados en improvisadas capillas, la Fe a través de internet o de las redes sociales, jóvenes transformados en comprometidos monaguilos cibernéticos, curas ilusionados con las nuevas tecnologías y emisión en directo por internet … Hasta algunos curas descubrieron que internet sirve para evangelizar. Parece un milagro.

Desde el atentado contra Juan Pablo II, el Papa tuvo que vivir protegido de otra manera. Con el coronavirus, se han añadido nuevas medidas de protección a su persona, muy a pesar suyo, porque él siempre aceptó a disgusto la protección. Han cambiado modos y costumbres.

He sido testigo privilegiado de Semana Santa al lado del Santo Padre, cada año es distinto pero parece igual, y sin embargo, este años, no estando, lo he sentido como nunca. El Papa celebró la Semana Santa encerrado en el Vaticano, en su propia cárcel, dónde no pudo -sin embargo- realizar el rito del lavatorio de pies a los reclusos, como siempre había hecho. Tampoco se celebró este año la Misa Crismal, que quedó pospuesta. Las normas sanitarias de distanciamiento obligan.

¿ Semana Santa “light”? NO: ha sido la más vivida y seguida de la historia. En algunos hogares jóvenes reacios seguían varias misas al día, la del Papa desde la Domus Sanctae Marthae y las insólitas y desiertas celebraciones desde el Altar de la Cátedra la Basílica de San Pedro a puerta cerrada, junto al crucifijo milagroso de San Marcello al Corso y el icono de la Salus populi Romani.

Durante la eucaristía en recuerdo de la Última Cena del Señor con sus apóstoles, el Jueves Santo, rindió Francisco sentido homenaje improvisado a quienes fallecieron cuidando a los enfermos de coronavirus: “Los médicos y los enfermeros son santos de la puerta del al lado”.

Durante la vigilia de la resurrección de Cristo, el Pontífice hizo una alegoría a la esperanza, la Pascua, frente a la progresión de la pandemia por coronavirus: la luz de Cristo “quiere llegar a los rincones más oscuros de la vida”. El Santo Padre reivindicó a quienes consuelan, animan y son “mensajeros de vida en tiempos de muerte”. La imagen del Papa “como abandonado” en la Basílica de San Pedro, y “solo” en la Plaza durante el emotivo Vía Crucis, reflejaban la soledad de un hombre al frente de sus fieles, y la soledad de un mundo enclaustrado por el riesgo de contagio, pero también tantas veces alejado de Dios. No fue desde la logia central de la Basílica Vaticana la bendición Urbi et Orbi al pueblo de Dios: este año la bendición fue frente al baldaquino de Bernini, frente a San Pedro, en el interior de la Basílica vacía de fieles, pero llena de esperanza.

El coronavirus cerró el Vaticano y sus museos, cayó el turismo y con él los fondos que permiten sustentar económicamente al pequeño estado. Es virus demostró la debilidad de las finanzas de un mundo que adora bienes y dinero, y no lo invierte en servicios para la humanidad ni para garantizar la obra del Creador, su naturaleza. 

Junto a médicos y otros sanitarios, más de cien sacerdotes han fallecido en Italia por coronavirus: ellos no huyeron de los enfermos. Tampoco lo han hecho en el resto del mundo. Ellos reconocieron la humanidad del otro, incluso estando gravemente enfermo, y en en lugar de evitarlo, se acercaron, porque estaba gravemente enfermo, y aunque estaba gravemente enfermo, y -sobretodo- porque de un Hombre se trataba. Son los verdaderos héroes, los que curan enfermos, los que arriesgan por devoción. ¿Nos habremos dado cuenta?

Los fotógrafos del Servicio Fotográfico, Francesco, Simone y Mario son otros de tantos héroes, ellos notarios gráficos de la vida de la Iglesia en el Vaticano, de día y de noche, sin descanso, como médicos de guardia 24 horas al día para que nada se escape a ojos de la historia: histórica foto la del Via Crucis en la Plaza de San Pedro en la portada de l’Osservatore Romano del domingo 12 de abril de 2020.

En la confinada Roma, un susurro: “Las víctimas del coronavirus tienen un derecho inalienable a recibir los sacramentos.” Jesucristo resucita siempre. Dios existe ¿Habremos aprendido algo de este soplo de la naturaleza?

Guillermo Simón Castellví

Médico oftalmólogo y cirujano ocular

Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas

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