UN MÉDICO ATEO RECOBRA LA FE EN LOURDES

Con 30 años Alexis Carrel era un competente médico. Era racionalista y escéptico y no creía en los milagros, pensaba que los hechos extraordinarios que se consideraban milagrosos podían ser fruto de la sugestión en enfermedades nerviosas. De todas formas, era honesto intelectualmente y deseaba comprobar sus convicciones estudiando los posibles casos.

Y por eso aceptó encantado la proposición de ir a Lourdes, donde se decía que la Virgen se había aparecido y que muchos enfermos sanaban, como médico en la expedición. Fue en Julio de 1903. En el tren, camino al santuario, examinó a una joven, María Baily, cuyo diagnóstico, que confirmó, era peritonitis tuberculosa. Y, por tanto, tratándose de una enfermedad claramente orgánica, no podía curarse naturalmente, en ningún caso.

Y llegó a afirmar: “temo que se me quede muerta en las manos. Si ésta curara sería un milagro verdadero. Entonces creería en todo y me haría fraile” (P. 46 de Alexis Carrel, “Viaje a Lourdes”, 1957).

Su honestidad intelectual le llevó a pensar: “¡Ah cómo desearía yo, al igual que todos estos desgraciados, creer que no eres tan sólo una fuente exquisita, creada por nuestros cerebros, oh, Virgen María! ¡Cura pues a esta joven que ya ha sufrido demasiado! ¡Permítele vivir un poco, para que yo crea!” (P. 55, obra cit.)

Pues bien, llegados a Lourdes a las 2 del mediodía, la joven María Baily, a la que consideraba moribunda, fue conducida a las 3 a la piscina del agua milagrosa y dado su estado no se atrevieron a sumergirla, sino que la rociaron con tres jarras de dicha agua. Alexis la acompañaba dada su situación crítica y para que pudiera soportarlo le puso una inyección de cafeína. Parecía igual que antes, aunque se apreciaba alguna tenue mejoría. Esta mejoría se fue paulatinamente incrementando hasta el punto que el pulso caótico y la respiración ahogada se normalizaron y la tumefacción del vientre desapareció. Y a las 7,30 ya estaba completamente curada ingiriendo sentada un vaso de leche con buen apetito.

“Lerrac (seudónimo de Carrel, Carrel a la inversa) había hecho aquel día el más maravilloso de los descubrimientos y ahora no se creía capaz de dar la menor explicación respecto al fenómeno increíble que tenía ante sus ojos” (P. 70, obra citada) “A las 7,30 la joven moribunda se encontraba en buen estado de salud” (págs. 70-71) Carrel por un momento pensó que se había vuelto loco. Y se dijo “esto no puede ser una peritonitis nerviosa; ofrecía síntomas demasiado acusados y absolutamente claros” (P. 63) “Es un milagro” (P. 68)

Hasta que, superada su perplejidad, desde el fondo del alma le brotó esta plegaria: “Virgen santa, socorro de los desgraciados que te imploran humildemente, sálvame. Creo en ti. Has querido responder a mi duda con un gran milagro. No lo comprendo y dudo todavía. Pero mi gran deseo y el objeto supremo de todas mis aspiraciones es ahora creer, creer apasionada y ciegamente, sin discutir ni criticar nunca más.” (P. 79)

Aún tuvo que luchar con su mente racionalista, pero prueba de su testimonio de fe es que en el ambiente médico francés le hicieron el vacío, por lo que se vio obligado a emigrar a Estados Unidos donde su carrera profesional fue tan brillante que en 1912 obtuvo el Premio Nobel. Murió en Francia en 1944. En sus últimos momentos recibió los sacramentos y confesó su fe en la Iglesia Católica,

En su diario, día 23 de diciembre de 1938, había escrito: “Señor te doy gracias por haberme conservado la vida durante tantos años. ¿Qué debo hacer ahora? Tratar de realizar la unión de todo lo que soy con lo inefable, que llamamos Dios ¿Cómo? Habla Señor que tu siervo escucha”. “El pecado es lo que divide y desintegra. La virtud es la que integra” “La ley del amor es a la vez una obligación y un privilegio: el deber de amar y el privilegio de ser amado”. Y el 10 de abril de 1939 decía: “Si te dignas servirte de mí te bendeciré. Si me rechazas te bendeciré igualmente”.

Y hasta aquí estas breves pinceladas sobre este doble milagro, el físico en la joven María Baily, que ingresó religiosa, y el espiritual, en Alexis Carrel, que recobró la fe.

Javier Garralda Alonso