¿CASTIGA DIOS, O NOS CASTIGAMOS NOSOTROS MISMOS?

La locura de juzgar a Dios

Vamos a hilvanar diversas citas y consideraciones breves.

Decía Lucía, que fue de niña una de los videntes de Fátima, en carta de 1982 al Papa, que íbamos hacia el completo cumplimiento del castigo (anunciado en los secretos hoy ya revelados) si no rechazábamos el camino del pecado, odio, venganza, injusticia, violaciones de los derechos humanos, inmoralidad y violencia, etc. (Página 205 de “Fatima in Lucia’s own words”).

Y añadía Lucía: “Y no digamos que es Dios quien así nos castiga; al contrario, son los mismos hombres quienes preparan su propio castigo. Dios, en su amabilidad, nos advierte y nos llama al buen camino, respetando la libertad que nos ha dado; por eso los hombres son responsables” (Ibidem)

Citemos a continuación un mensaje que presagiaba en el año 2009 lo que ha sucedido en 2020 con la epidemia del coronavirus (Covid-19) y que desmiente el fácil recurso de echar la culpa a Dios (Es una revelación privada).

(Habla antes de los voluntarios en los hospitales) “…pronto y cada vez más deprisa el hombre enfermará de enfermedades nuevas, los hospitales estarán llenos y no se dará abasto a tanto trabajo, el hambre y la destrucción serán el porvenir de muchos hijos míos que verán hundirse sus hogares en la miseria y clamarán al Cielo culpándome de sus males, y Yo deberé aceptar que mis hijos me maldigan, cuando son los hombres los que por su falta de amor a Dios y al prójimo, su ambición desmedida y su mal hacer, han hecho y están haciendo de este mundo un caos, un nido de víboras.” (Dolores Ávalos, “Un alma en Cristo”, volumen V, p. 289; Mensaje del 12-08-2009).

Y volviendo a aludir a la debilidad que nos inclinaría a juzgar a Dios, a culparle de nuestros males, leamos un texto de S. Juan Pablo II que viene como anillo al dedo: “Hombre, tú que juzgas a Dios, que le ordenas que se justifique ante tu tribunal, mira si no eres tú responsable de la muerte de este Condenado, si el juicio contra Dios no es en realidad un juicio contra ti mismo. Reflexiona y juzga si este juicio y su resultado – la Cruz y luego la Resurrección – no son para ti el único camino de salvación.” (Juan Pablo II, “Cruzando el umbral de la Esperanza”, cap. 11, página 83).

Comentemos que los fenómenos naturales adversos tienen una raíz más profunda que la que normalmente se considera: “El científico sólo ve la destrucción del mundo bajo la contaminación y otros argumentos que son ciertos, pero se olvida del verdadero motivo y es la actitud del hombre delante de él mismo, delante de la naturaleza, delante de Dios. El pecado corrompe, mata y va contra la naturaleza. El pecado del hombre es el principal motivo de la destrucción del mundo, la maldad, la ambición, la lujuria, todo ello mata.” (libro de Dolores Avalos, p. 70)

Y acerquémonos, dentro del misterio, a comprender qué motivos tiene el Señor para permitir los males naturales: “Dios en su misericordia no castiga, salva. Y si para salvar a un alma necesita sembrar su camino de dolor, lo hará, pues su deseo es la salvación eterna” (Ibidem, p. 89) Y dice también: “Sólo las catástrofes, el sufrimiento, harán que muchos hijos míos retrocedan y busquen a Dios, pongan sentido a sus vidas para poder salvarse y conseguir la gracia del Altísimo que no faltará a quien la busque.” (Ibidem, p. 88).

Es decir que Dios, incluso en lo que aparece como castigo, tiene una intención de bien, de misericordia.

Y, para ilustrar vívidamente como el Señor desea transformar el castigo en misericordia, consideremos el caso del Buen Ladrón que estaba crucificado con Cristo y sufría pues un terrible castigo. Él reconoce que merece esta pena por sus delitos y que Jesús, en cambio, es inocente, y confía en su piedad: “Acuérdate de mí cuando entres en tu Reino”. Y Jesús le responde “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Así la pena se convirtió para él en antesala del Cielo. (Lucas 23, 39-43)

Creamos en la Inocencia infinita de Dios, reconozcamos que merecemos muchos males por nuestros pecados, y confiemos en la entrañable misericordia de Dios que sabe extraer de las desgracias salvación.

Javier Garralda Alonso

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“DI AL MUNDO QUE CRISTO LLORA”

(Oído de labios de la Virgen, en sueños, por un gran pecador arrepentido)

Para Jesús – Dios y hombre – todo está presente. Para la persona divina de Verbo, que es Dios como el Padre y el Espíritu Santo, todo está simultáneamente presente en la eternidad; no existe mañana ni ayer, todo está vivo y patente ante sus luminosos ojos.

Por eso Cristo que sufrió la Pasión y tuvo ante su desolada alma en el Huerto de los Olivos, en Getsemaní, todos los pecados de la humanidad, también los míos y los tuyos, sufre en el ahora del presente sin tiempo, el dolor de nuestras ofensas: Cristo llora ahora.

Y llora especialmente por las infidelidades de quienes son amigos más íntimos suyos.

Y llora también, pues sufrió nuestros dolores, nuestros propios sufrimientos, sean merecidos o no, seamos inocentes y así víctimas con Cristo de la maldad de los hombres o participemos en su dolor redentor.

Y llora también si nuestro padecer es pago de nuestros extravíos que, en este último caso, Jesús sufre con nosotros para que el castigo se convierta en dolor salvador, en la salvación de nuestra pobre alma (como al Buen Ladrón se le trocó el castigo terrible de la crucifixión en moneda de entrada en el Cielo, cuando Jesús, que le acompañaba en el suplicio atroz de la cruz, le dijo “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”).

Tenemos el corazón encallecido. Si no fuera así, la convicción de que el mismo Dios llora por nosotros y con nosotros, de que llora también el desamor con que respondemos a las ondas divinas de su amor infinito, nos derribaría de nuestra complacencia en nuestro mísero e idolatrado “yo”.

Llora el Cielo sobre esta humanidad sin piedad, sin piedad ni siquiera para sí misma. Llora el Cielo sobre esta humanidad ciega que va por caminos suicidas.

Dice el Evangelio: Al acercarse a Jerusalén Jesús llora sobre ella: “¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos” (Lc 19, 41-42).

¿Tendrá que llorar Jesús sobre nuestra ceguera? En realidad, estamos a tiempo de convertir los males en bienes. La epidemia ha dejado un rastro de dolor. Pero aun este sufrimiento puede convertirse en gracia, en salvación, si entramos dentro de nosotros mismos y confesamos que nuestras obras no nos permiten afirmar que no lo hemos merecido.

La humanidad va guiada por guías ciegos que llaman compasión al asesinato de niños aún no nacidos o al de ancianos a quienes su situación hace doblemente inermes. Guías ciegos con instintos tan depravados que llaman natural a lo antinatural, que apellidan de educación a la corrupción de menores.

Rompamos este nuestro corazón de piedra y lloremos con Jesús por nosotros y por los demás. Si nos ha visitado la enfermedad, ha golpeado a nuestros amigos o familiares, lloremos de modo que nuestro llanto les alcance una feliz recuperación o un feliz tránsito a la otra vida. Lloremos con el corazón roto y no con desespero o rebeldía, que sería hacer baldío y estéril nuestro padecer. Dejemos que al llanto de Jesús se una nuestro propio gemido arrepentido.

Javier Garralda Alonso

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