Hay quienes valoran el Concilio Vaticano II de un modo tan extremado que niegan la validez de los concilios precedentes, p. e. el de Trento. Sin caer en cuenta de que si los anteriores concilios no fueran válidos o inspirados tampoco sería válido e inspirado el Concilio del siglo XX, el Vaticano II. Por el contrario, este último concilio tiene que ser interpretado a la luz de los concilios precedentes. Así lo han subrayado S. Juan Pablo II y Benedicto XVI que afirman que la interpretación recta del último concilio ha de realizarse en armonía con la santa Tradición.

Y este último punto sale al paso y deja sin justificación al otro extremo relativo a este concilio Vaticano II: Se valorarían tanto los concilios precedentes que, suponiendo erróneamente que serían incompatibles con el último celebrado, se llegaría a negar la validez e inspiración del Vaticano II. Sin caer en cuenta que si el último concilio no fuera válido tampoco habría razones para pensar que sí lo fueron los precedentes. (Del mismo modo no se debe oponer el magisterio de un Papa con el de los anteriores, ya que el criterio de interpretación del magisterio autorizado de un Papa debe hacerse a la luz del magisterio de los anteriores Papas, ya que si se negara éste no habría tampoco razones para valorar el magisterio del Papa posterior).

El testamento espiritual de San Juan Pablo II, el Catecismo de la Iglesia Católica (1992, Joannes Paulus, Pp II) refleja con toda riqueza la doctrina de todos los concilios hermanándolos en una enriquecedora interpretación. A guisa de muestra trascribimos de los números introductorios del Catecismo: 

(Nº 9): “El ministerio de la catequesis saca energías siempre nuevas de los concilios. El concilio de Trento constituye a este respecto un ejemplo digno de ser destacado: dio a la catequesis una prioridad en sus constituciones y sus decretos; de él nació el Catecismo Romano que lleva también su nombre y que constituye una obra de primer orden como resumen de la doctrina cristiana; este concilio suscitó en la Iglesia una organización notable de la catequesis; promovió, gracias a santos obispos y teólogos como S. Pedro Canisio, S. Carlos Borromeo, S. Toribio de Mogrovejo, S. Roberto Belarmino, la publicación de numerosos catecismos”.

Y en su número 10 nos relata cómo, a petición del Sínodo de los Obispos de 1985, se dispuso Juan Pablo II a redactar el Catecismo último que como nos dice su nº 11 expone la doctrina católica “a la luz del concilio Vaticano II y del conjunto de la Tradición de la Iglesia”.

Aquí vemos que, como no podía ser menos, se valoran los catecismos surgidos del concilio de Trento, sin ruptura con el nacido tras el Vaticano II. Existe, pues, armonía entre la doctrina del último concilio y la de los concilios anteriores.

No podemos olvidar que hay sacerdotes, e incluso obispos y cardenales, que se apartan, en este terreno o en otros, de la verdadera fe, de la que es guía segura el citado Catecismo. Esto constituye una verdadera y dolorosa pasión para la Iglesia actual. Esta realidad vino predicha, tan tempranamente como en las décadas sesenta y setenta del pasado próximo siglo XX, en dos apariciones de la Virgen que se pueden considerar serias. Citemos primero una aprobada por la Iglesia, la de Akita (Japón). En ella advirtió la Virgen que se verían obispos contra obispos y cardenales contra cardenales, cosa patente y evidente en nuestro tiempo.

Y en las apariciones de Garabandal (España), que aún no han sido aprobadas, la Virgen advertía de que hay sacerdotes, obispos y cardenales que van por el camino de la perdición y arrastran consigo a muchas almas. María pedía oraciones especiales por el estamento sacerdotal. También amonestaba de que “cada vez se da menos importancia a la Eucaristía” y las apariciones culminaron con un milagro eucarístico.

En suma, para evitar ser arrastrados por errores, para custodiar la verdadera fe, hemos de creer en todas las verdades definidas por los diversos concilios, que, aprobadas por el Papa, gozan de infalibilidad. Eso nos da una fe enriquecida, con aspectos complementarios. Y el último Catecismo surgido tras el Concilio Vaticano II es una guía segura que nos introduce en la riqueza y armonía de la Fe auténtica y nos ayuda a no caer en los errores que hoy se propagan.

Javier Garralda Alonso