En el año 1950 el Papa Pío XII proclamó solemnemente, ex cátedra, el dogma de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los Cielos. Era ésta una creencia universal de la Iglesia desde los primeros siglos. Y el elemento esencial de este dogma enseña que la Virgen María al término de su vida en este mundo, fue llevada al Cielo en cuerpo y alma.

Para comprobar que no hizo sino proclamar lo que ya la Tradición enseñaba y ciñéndonos al mundo hispano, ya en el siglo XV se representaba en Elche, España, el drama sacro titulado “Dormición, Asunción y Coronación de la Virgen María”.  O bien, la capital de Paraguay, en Iberoamérica, el 15 de agosto de 1537, recibió el nombre de Asunción. Por no reseñar las diversas obras de arte sobre esta creencia.

El Papa Pío XII no hizo sino recoger solemnemente esta tradición, y lo hizo en unión con la inmensa mayoría de los obispos del mundo, consultados al efecto. El Papa no se pronunció sobre si la Virgen quedó adormecida, Dormición, o si murió realmente, siendo sobre este punto dispares las tradiciones.

No pesaba sobre la Virgen la condena a la muerte física del común de los hombres, que somos pecadores, al menos en Adán y Eva, porque Ella es absolutamente inocente, sin la menor sombra de pecado, ni siquiera del original. Pero podría pensarse que, aunque no está sujeta a la muerte por ser inocente, Ella, por imitar a su divino Hijo Redentor, podía desear someterse a su trago amargo. Pero por la muerte incruenta de su Corazón traspasado al pie de la Cruz, viviendo y contemplando la Pasión de Jesús, ya está perfectamente identificada con Él, ya es de modo especial Corredentora: “El, Jesús, tenía que morir: Y murió con su humanidad santísima. Tú (por María) moriste por el corazón al ver sus crueles suplicios y su muerte. Ya padeciste todo para ser corredentora con Él” (María Valtorta, 1987, “El Hombre-Dios”, vol. V, pág. 832).

Y no puede haber pasado a la otra vida, la santa de los santos, tanto si fue dormición como si fue muerte física, sino por un rapto o éxtasis de amor, por un amor indecible, por una herida centuplicada de amor, que la dejó con sus sentidos suspendidos.

Y es consolador creer que la Virgen María en el Cielo nos ama con su integridad humana, también con su mente y corazón humanos. Y es ejemplo y meta vivísimos de lo que a nosotros somos llamados, si correspondemos, a estar un día en el Cielo con todo nuestro ser, en cuerpo y alma. Tras una vida con alegrías y dolores en el Señor, la Virgen está gloriosa e íntegra en el Cielo como Reina y Señora de todo lo creado. Que Ella, que nos puede comprender como madre espiritual nuestra, nos encamine por su mismo sendero al Paraíso.

Y terminemos con palabras de antes de la proclamación del dogma, del Beato Pedro Tarrés con que en su diario de tiempos de la guerra civil española, celebra la fiesta de la Asunción de 1938 (“Diario de guerra”, 1987, pág. 88): “15 de agosto 1938 (Espaén) Festividad de la Asunción de María: Dios te salve, Virgen Purísima y Madre de misericordia, Reina prodigiosa, Señora admirable, Madre de Dios y madre nuestra, lirio de pureza, rosa de caridad, violeta humilde, Madrecita mía, hazme la gracia de que te ame mucho. Permíteme alabarte, Virgen sagrada (dignare me laudare te, Virgo sacrata), conviérteme en un apóstol de tu honor, de tu dignidad y grandeza (…)”

Javier Garralda Alonso