La pequeñez de María puede ser colmada por la grandeza de Dios que “ensalzó a los humildes”. Y le concede una cascada de favores en favor de sus hijos, sus hermanos, hombres y mujeres.

Y el escapulario es desde tiempos antiguos parte de esa agua refrescante y abundante, de esos favores increíbles. La advocación del Carmen toma nombre del monte Carmelo, donde el profeta Elías, vio la pequeña nube (según la Tradición, figura de María) que acabó con la sed, con la terrible sequía, del pueblo de Israel, castigado por Dios por sus infidelidades:

““Veo una nubecilla como la palma de la mano de un hombre, que cubre el mar” y dijo Elías: “Ve y dile a Ajab (el rey): “Unce y baja, no te lo impida luego la lluvia”” y en esto se cubrió el cielo de nubes, sopló el viento, y cayó gran lluvia” (Reyes I, 18, 44-46). Figura la lluvia física de la lluvia espiritual, “que lluevan los cielos el Justo”, que María, pequeña, con su sí, nos logra en su Hijo Jesús.

También la Tradición nos hace ver a María en la pequeña ciudad en que Lot se libra de la destrucción de Sodoma y Gomorra: El ángel dice a Lot que se escape de la destrucción en el monte, pero Lot le pide que no destruya una pequeña ciudad vecina para que pueda refugiarse en ella: ““Mirad, ahí cerca está esa ciudad en que podré refugiarme; es bien pequeña, permitid que me salve en ella ¿no es bien pequeña? Así viviría” Y le dijeron: “Mira, te concedo la gracia de no destruir esa ciudad de que hablas”” (Gen 19, 20-21)

La pequeña nube y la pequeña ciudad son figuras tempranas de la Virgen María; “porque has mirado la humillación (pequeñez) de tu esclava” nos dirá en el Magnificat. Ella nos salva de la sequía espiritual y del castigo físico que hemos merecido por nuestros pecados. Precisamente por ser María tan pequeña, tan humilde, Dios la ha ensalzado sin medida.

Decía Benedicto XVI el 12 de mayo del 2007: “No existe ningún fruto de la gracia, en nuestra historia de salvación, que no tenga como instrumento la mediación de Nuestra Señora”.

A San Simón Stock la Virgen le hizo la promesa de quien muera con el escapulario del Carmen se salvará (año 1251). Y más adelante (1322) el Papa Juan XXII recibió la promesa complementaria de que quien muera con el escapulario será liberado del Purgatorio el sábado siguiente a su defunción.

Aunque hay que evitar entender estas promesas de un modo mágico o supersticioso, como si bastara la práctica externa para conseguirlas, sin que tenga que exigirse una actitud interior o del alma. Así al portar el escapulario debe unirse una verdadera devoción a la Virgen, con obras, y la práctica de las virtudes, de modo especial de la castidad.

Pero, supuesta una actitud interior correcta, las promesas superan todo lo imaginable en orden a nuestra salvación. Son un caudal de gracias que nos merece la más humilde, la más pequeña, en su omnipotencia suplicante, la Virgen María.

Javier Garralda Alonso