¿COMPLETAR LA PASIÓN DE CRISTO?
“…completo en mi cuerpo lo que falta a los padecimientos de Cristo…” (Col 1, 24-28)
Dios lo puede todo y nosotros, en cambio, no podemos nada sin su gracia, sin su ayuda.
Sentado esto, nuestros méritos, que son reales, ya que de alguna manera podemos merecer, no existirían si no fuesen unidos y participando a, y en, los méritos infinitos de Jesucristo, persona divina que, como hombre, merece infinitamente por todos los hombres que quieren acogerlo.
Resulta difícil, para algunos, comprender las palabras de San Pablo: “Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros; así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo que es la Iglesia…”. ¿No son los merecimientos de Jesús infinitos? ¿Faltó algo a su dolor y amor infinitos?
Hay algo paradójico en la omnipotencia del Señor: Nadie puede limitarla, salvo Él mismo. Y ha querido ser impotente frente a nuestra libertad. Y, aunque, si libremente lo acogemos, nos ha salvado a todos, ha querido que nuestra salvación efectiva dependa, en parte, de nuestra libre cooperación. Como decía San Agustín: “Dios que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti”.
Si nos negáramos a purificar nuestra libertad mal usada, Dios, que puede todo, no querrá salvarnos contra nuestra libertad en su elección definitiva.
Y así como Dios ha querido que dependa de nosotros mismos nuestra propia salvación efectiva, también ha querido que, usando santamente nuestra libertad, cooperemos con Él en la salvación de nuestros hermanos.
Y ese es el sentido de la expresión de San Pablo: “completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo que es la Iglesia”, no porque los méritos de Cristo no sean infinitos y lo puedan todo, sino porque el Señor ha querido asociarnos a su Pasión y pedirnos nuestra libre cooperación para salvar a algunos hermanos efectivamente. Aunque sigue siendo cierto que es Cristo quien salva a todos los que se salvan. Pero ha querido que sin nuestra libre cooperación no se salven algunos. Sin nuestra oración y sacrificio algunos no llegarían a dar el sí definitivo al Señor.
En realidad, el Señor nos eleva sublimemente y nos llama a participar de su vida divina por el amor. Y la cumbre de esta vida divina es ser corredentores uniéndonos a la Pasión de Cristo a favor de nuestros hermanos. Así a la Pasión de Cristo falta la libre cooperación nuestra para que se aplique efectivamente a todos los hombres.
Pensemos que Dios en su locura de amor por nosotros ha querido permitir que su eterna bienaventuranza se abajase hasta sufrir por nosotros.
Dice así el número 468 del Catecismo: “…todo en la humanidad de Cristo debe ser atribuido a su persona divina (…) no solamente los milagros, sino también los sufrimientos y la misma muerte”.
Así podemos afirmar que Dios sufrió, que Dios murió por nosotros, que Dios nos ama con corazón humano. Y que Dios puede ser consolado por nosotros sus criaturas en Cristo hombre y Dios.
Que el Señor desea ser consolado y que desea que le ayudemos en la salvación de las almas ha sido entendido con particular viveza por las personas a Él más cercanas, como son los niños inocentes como Sta. Jacinta la niña vidente de Fátima, que ofrecía sus sufrimientos y sacrificios por la salvación de los pecadores, o el niño Francisco, también de Fátima, que anhelaba sobre todo consolar a Jesús. Y también las almas víctimas, como Sta. Teresita del Niño Jesús que padecía inmensamente por la salvación de sus hermanos, especialmente por los sacerdotes.
Y es mejor este testimonio vivo que muchas reflexiones teológicas.
Javier Garralda Alonso