San Juan Pablo II padeció en su juventud y madurez dos ambientes bélicos y políticos de persecución de la Fe y de supresión de libertades en su Polonia natal: El primero fue la invasión nazi al socaire de la 2ª guerra mundial. El segundo el régimen ateo ruso-comunista de posguerra.

Sobre el primero, un cierto día propusieron al joven Karol Wojtyla adherirse a la resistencia armada contra los invasores alemanes, a lo que repuso que él pensaba que lo que había que hacer era orar. Durante el segundo, de dominio ruso-comunista a través del partido comunista polaco, él, que, tras el paso por un seminario clandestino, había sido ordenado sacerdote en 1946 y obispo en 1958, topaba en su ministerio con la persecución de un régimen militantemente ateo.

Providencialmente en 1978, ya cardenal, fue elegido Papa, el primero procedente del otro lado del telón de acero (frontera del dominio ruso-comunista en Europa). Y fue durante su pontificado cuando los regímenes comunistas europeos implosionaron y desaparecieron casi sin violencia, de modo inesperado y para el creyente milagroso. También ahora padecemos a nivel mundial un ateísmo práctico que, directa o indirectamente, de modo cruento o incruento, persigue a los católicos, cuando menos ideológicamente. Y también ahora nos invitaría Juan Pablo II a que confiáramos en la oración, especialmente el rezo del Santo Rosario (palabras en Fulda (Alemania) en 1980).

Para comprobar cómo el Papa santo se dejaba guiar por el Espíritu de Dios, narraremos un hecho insólito: Llegó a sus oídos que un sacerdote había abandonado el sacerdocio y había perdido la Fe, deteriorándose hasta tal punto que tenía que pedir limosna a las puertas de una iglesia. Juan Pablo se las arregló para que el sacerdote mendigo fuera a verle. Y el Papa le pidió que le confesara a él mismo, a lo que el sacerdote repuso que le habían desposeído de la facultad de confesar, a lo que el Papa replicó que él era el Papa y por tanto ya estaba autorizado. Así se confesó el Papa con este sacerdote y luego el Papa oyó la confesión del sacerdote, que derramó lágrimas con su Fe recobrada. Y que luego fue adscrito a una parroquia con la misión de atender a los pobres.

Mención especial merece la relación de Juan Pablo II con un santo, entonces en vida, el Padre Pío. En 1947, el luego Papa y entonces joven sacerdote, atraído sin duda por su fama de santidad, se confesó con el P.  Pío. Y en 1962, siendo obispo auxiliar de Cracovia, escribió al P. Pío pidiéndole que rezara por una señora de 40 años, madre de cuatro hijos, gravemente enferma de cáncer. Y a los pocos días recibió el P. Pío otra carta de Juan Pablo II en que la comunicaba que dicha señora, antes de la operación que le querían practicar, había sanado, de improviso, de lo que daba gracias a Dios y al propio P. Pío. Parece que éste profetizó también que Karol Wojtyla sería Papa. Por otra parte, entre santos andaba el juego, el ya Papa Juan Pablo II, ante una multitud de fieles, elevó, más tarde, a los altares al P. Pío.

Y terminemos seleccionando de entre su copiosa obra escrita un pasaje que interpela a creyentes y no creyentes: “Hombre, tú que juzgas a Dios, que le ordenas que se justifique ante tu tribunal, mira si no eres tú responsable de la muerte de este Condenado, si el juicio contra Dios no es, en realidad, un juicio contra ti mismo. Reflexiona y juzga si este juicio y su resultado – la Cruz y luego la Resurrección – no son para ti el único camino de salvación”. [“Cruzando el umbral de la esperanza” Juan Pablo II, 1994, traducción, cap. 11, pág.83]

Javier Garralda Alonso