Ha sido hace pocos días beatificado en Barcelona. Joan se despidió de su madre, que era inglesa, con las palabras “God is with me” (Dios está conmigo). Y frente a sus verdugos exclamó: “Que Dios os perdone, como yo os perdono”. Tenía 19 años. A pesar de su extrema juventud nos ha dejado escritos luminosos sobre temas tan candentes como la cuestión social y sobre el nacionalismo. Pero también sobre la raíz que iluminaba su existencia, sobre la vida del espíritu.
En su escrito “L’escreix” (La añadidura) se hace eco del evangélico “Buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”. Citemos algunos fragmentos:
“La misión sustancial de la Iglesia, la específica, la directa, la que no puede abandonar ni un momento, es salvar almas, edificar la Ciudad eterna de la humanidad glorificada” “Todos los demás problemas palidecen ante éste”.
“Y ella sabe que si logra enderezar a los hombres por el camino recto de la bienaventuranza eterna, los problemas sociales quedarán enfocados hacia su solución” (como añadidura a la búsqueda del Reino de Dios).
Lo contrario de la búsqueda del reino de los Cielos es perseguir la solución de los problemas sociales por medio de violencia y mentira, como practican los movimientos revolucionarios. Y comenta como ejemplo la abolición de la esclavitud, en que la Iglesia no jugó a ser agitadora de una solución violenta, como en la sublevación de Espartaco, sino que permeó la sociedad con ideas de fraternidad y de igual dignidad de todos los hombres a ojos de Dios, y así insensiblemente se llegó a abolir la lacra de la esclavitud.
“Buscando el Reino de Dios se encontrará el reino de la justicia sobre la Tierra, de la justicia entre los individuos, entre las clases, entre los pueblos. Sin el Reino de Dios, estos problemas quedarán siempre descentrados y perturbarán la vida de hombres y pueblos”.
“Así, la Iglesia no abandona a los oprimidos, sino que incluso hace lo mejor que puede hacer en su defensa”. Ella no reclama el éxito multitudinario, ni unos resultados inmediatos, sino que “trabaja en lo hondo de los espíritus, allí donde se operan las grandes transformaciones.” (partes I y II del escrito citado).
Y en el artículo “Ara més que mai!” (¡Ahora más que nunca!), 6-3-1936 en “Flama”, nos advierte enérgicamente de la “terrible sentencia” que recaerá no sólo “sobre quienes, conscientes de su catolicismo, colaboraron al triunfo de las fuerzas revolucionarias” sino que “tanto o más terrible será para quienes descuidan sus deberes sociales de cristiano”.
Cambiemos de tema: “También hay quien critica que la Iglesia no se haga líder de los movimientos, hasta no hace mucho, llamados “nacionalistas””. “La Iglesia no ha de hacer ninguna revolución, ni ha de llevar a cabo ninguna causa meramente terrena porque su misión es (…) espiritual y tan generosamente humana que no puede excluir ni a un solo hombre”. Aunque la iglesia ha defendido la lengua vernácula y “hace todo lo que le corresponde en favor de los pueblos desgraciados. El resto no es cosa suya, sino añadidura que la naturaleza, instrumento de la Providencia, dará a los pueblos que busquen primero el reino de Dios y su justicia” (parte V de “L’Escreix”) (Comentemos que no pocos movimientos nacionalistas actuales, quizá tras el espejismo de cobrar mayor fuerza congraciándose con el mundo, abrazan en sus programas lo contrario a la búsqueda del reino celestial, yendo contra la vida del inocente y contra la santidad del matrimonio).
Pero ¿de dónde sacarán los cristianos y en particular los jóvenes, la fuerza para luchar por sus ideales, por la doctrina social católica? Y nos responde en otro clarividente artículo; del espíritu, de la piedad. (El artículo se titula “¡Vida!” y fue publicado en “Mar Blava”, boletín de su grupo de la acción católica catalana conocido como FJC de C, los fejocistas, nº 2): “Sólo con una piedad bien sólida, con una inquebrantable unión con Dios, venceremos al mundo (…) (ésta) es el alma de nuestro movimiento”. “En Cristo es donde hemos de buscar la plenitud de nuestro ideal, sólo Él, Maestro divino, puede llenar el gran anhelo de amor, de vida, de luz, que ansía el corazón de los jóvenes” “Sólo el joven que está íntimamente unido a Él tendrá la fuerza necesaria para vencerse a sí mismo (…) y elevarse a otra naturaleza, injerto divino en el hombre, verdadera deificación, que es la Gracia” (y sólo así) “podremos lanzarnos a la conquista de las demás almas. Sólo una fuerza divina puede sujetar y mover a estas grandes masas descreídas, que buscan un ideal…”
Y termina con un canto a la Eucaristía: él comulgó antes de que se lo llevaran a la muerte.
Javier Garrada Alonso