Primeros rayos del sol en el parque Villa Borghese. Almendros en flor. Efluvios de tierra húmeda y el olor dulzón de ciruelos silvestres con alfombra de pétalos. El canto del mirlo.
Parque Villa Borghese
La luz de abril es incierta. La luz de Roma hizo detenerse a Rafael. Fue la que iluminó a Velázquez, la que sedujo a Urgell. Un perrillo pasea gozosamente entre magnolios.
Camino por la plaza de Siena y parece que hayan dormido allí las nubes. Se fundieron en la hierba. Han dejado el rocío.
En el Museo de Villa Borghese descansan y viven artísticamente obras grandiosas de Bernini, Cánova y Rafael. Mi mirada se detiene esta vez en “El Desprendimiento de la Cruz” de Rafael y me parece que excede los cánones de belleza y puede destrozar el alma.
En la Vía Véneto hay grandes espacios de flores malvas y blancas. En el caffé Doney suenan las notas de un piano y respira un rancio abolengo. El caffé París fue lugar de la “Dolce Vita” de los años dorados de la cinematografía de Cine Cittá. Hoy suena aquella dulce canción de Jacques Brel “ne me quitte pas”.El espíritu de Fellini está presente. Las paredes se visten con tonos rosas y está habitado por música de la dulce Francia.
Café de París
En la Piazza Barberini hay bullicio que recuerda a la ciudad abierta que camina y trabaja o simplemente pasea. Allí está La Fontana di Tritone de Bernini. Muy cerca la Fontana de Trevi, una moneda y tres deseos. Cerca L’Accademia Nazionale di San Luca in Roma, bellísimo rincón de la esencia del arte de siempre y que nunca olvido.
El Babington de Piazza di Spagna evoca el monumento a los poetas Shelley y Keats, que acudieron a Roma para respirar el aire de la libertad. Es conocido y admirado el epitafio de Keats “esta tumba contiene todo lo que tenía de mortal en un joven poeta inglés que deseaba que estas palabras sean grabadas sobre su tumba “AQUÍ REPOSA ALGUIEN CUYO NOMBRE ESTABA ESCRITO SOBRE LAS AGUAS”
La escalinata hasta la iglesia de Trinità dei Monti está adornada de flores color violeta. Hay una extraña sinfonía de aroma, calor en una armonía arquitectónica con tiempo detenido, y música espontánea de artistas atrapados en esa atmósfera meliflua. Al lado el Hotel Adler con su imagen de siempre.
El Caffé Greco, es un enclave bohemio lleno de historia asfixiado por turistas. Por allí dejaron su huella Wagner, Liszt, Bizet y Goethe. Roma fue un rompeolas de gente ilustre en la historia como Lutero, Ignacio de Loyola y santo Domingo que impregnaron a la Iglesia de sentido social profundo. Quizá uno de los mejores para escribir y recordar al Cafe Levante al Cafe Zurich, Gran Zaragoza, al Gijón, al Orduña o al Mesón de Tabares con sus buenas comidas y tertulias.
Caffé Greco
En la Via del Tritone y la Vía del Corso, se observa que se hicieron concesiones urbanísticas y mutilaron de algún modo una parte de la ciudad. Se respetaron, por supuesto, las bellas iglesias que por allí se levantan. El Gesú, la dedicada a Ignacio de Loyola. Fra Angélico en piazza Colonna y Felipe de Neri en chiesa Nouva están entre mis favoritas. Allí se guarda el arte y la espiritualidad, detenidas en el tiempo. El simpático caffé Corso, se ha renovado.
En el Pantheon le antecede una hermosa plaza. En la tumba de Rafael hay flores frescas. La libertad de espacio circular bajo la enorme bóveda es un modelo de perfección arquitectónica. Es un barrio de encuentro, cordialidad, amistad, convivencia, risas y canciones. El Hotel Sole al Pantheon tiene exquisitez decorativa
El caffe Sant Eustachio, atrae a romanos de varios kilómetros a la redonda. Dicen que es el mejor café del mundo.
Cafe San Eustaquio
En la Piazza Navona, se puede degustar un expreso o un capuchino bien cremoso en el caffe Colombia que agudiza más los sentidos para contemplar la imaginación de Berninni y las esculturas alegóricas de los cuatro grandes ríos que inmortalizó. En las proximidades Tazza d’oro tiene un café que compite con cualquiera.
Piazza del Popolo
El Campo de Fiori habitan viejas esencias. El café Farnese. Vinatería con olivas. Comida servida desde el horno de leña. Mercado de flores, frutas y verduras. La estatua de Giordano Bruno un sabio quemado en la hoguera por defender sus ideas siempre tiene flores. Callejuelas rebosantes de anticuarios. Un Chesterfield, relojes que tienen el tiempo detenido. Libros antiguos de farmacia y de escritores ingleses. Una voz de soprano camina por los aires cuando la tarde va avanzando. El hotel Campo di Fiori es un bello rincón romántico con bellas terrazas.
El final del día es hermoso y vibrante desde el Café Rosati en la Piazza del Popolo y mejor aún desde las alturas del Pincio al sol poniente. La luz amortiguada acrecienta el genio urbanístico de Valadier hermanando la tradición romana y la sensibilidad renacentista.
Atardeciendo las paredes reciben el sol con su vejez colorista. No hay paredes blancas. No quieren que el sol se refleje, quieren que se funda con ellas, toda la noche.
Suspiro por Roma, cautivadora de peregrinos, poetas, artistas y santos. La ciudad atrapa y envuelve con su magia y su dulzura. No desea sorprender, simplemente desea ser.
Un libro de Montaigne me acompaña en el hotel. Fue un genio y un referente de la cultura universal, creador del ensayo, ese género literario donde prima la libertad, la espontaneidad y la naturalidad. Escribió así sobre Roma, pidiendo permiso ‘para hacerse ciudadano romano.
“Única ciudad común y universal. No hay lugar que haya sido abrazado por el cielo con tal influencia de favor y tal constancia. Incluso su ruina es gloriosa y ampulosa”.