Por Beatriz Eugenia Campillo Vélez
Universidad Pontificia Bolivariana (Colombia)
La ceremonia oficial de bienvenida que le hicieron los mexicanos, en cabeza de su presiente, al Papa Francisco el pasado sábado 13 de febrero, es meritoria de ser resaltada y analizada desde las tres dimensiones de nuestro observatorio: la ética, la política y la sociedad; ya que lejos de tratarse de un acto protocolario más, los discursos tanto del presidente Enrique Peña Nieto como del Papa Francisco, apuntaron a temas sensibles en occidente, especialmente el de la relación Iglesia – Estado, los cuales fueron tratados en un tono que resultó pedagógico e ilustrativo para la región y para el mundo.
1. La ética
Entendiendo que ética no es igual a religión, ambos discursos tuvieron un altísimo contenido ético, lo cual no solo sirvió de puente para establecer el diálogo y las responsabilidades comunes, sino que permitió una lectura bastante similar de la realidad que vivimos y de sus desafíos, así como las fortalezas con las que se cuenta socialmente para enfrentarlos.
El presidente Peña Nieto evocando incluso algunas reflexiones de la Doctrina Social de la Iglesia, resaltó en su intervención que este es un tiempo de grandes retos, un mundo de acelerados cambios donde hay oportunidades pero también incertidumbres. Relató las grandes paradojas que enfrentamos al tener grandes avances en la ciencia, en la técnica, pero una lejanía evidente con el sentido ético que debe llevar a poner en primer lugar a la persona humana por encima de las cosas.
Estas fueron sus palabras sobre la realidad que vivimos:
“Estamos en una era en que se podría alimentar a toda la población mundial. Y, sin embargo, millones de personas aún padecen y mueren de hambre. Los avances en la ciencia y la medicina, hoy nos permiten curar más enfermedades y vivir más tiempo. Pero los adelantos científicos también son utilizados para hacer la guerra y causar daño. Nunca se había producido tanta riqueza como ahora, y a pesar de ello, se sigue concentrando en muy pocas manos. Las nuevas tecnologías multiplican la generación y difusión del conocimiento, pero quienes no tienen acceso a ellas, ahora enfrentan nuevas formas de exclusión. La globalización ha promovido una intensa movilidad de bienes y de capitales, pero se siguen levantando barreras y obstáculos a la migración de personas que buscan una vida mejor. Para bien, la democracia se extiende en el mundo. La expresión de la diversidad es cada vez más aceptada, pero, al mismo tiempo, resurgen grupos intolerantes que convierten sus fobias en actos de odio. El individualismo, el consumismo y la permanente ambición de tener siempre más, no sólo provocan ansiedad y frustración, también atentan contra la solidaridad humana y el cuidado del planeta, que es nuestra casa común”.
Y concluyó con un apunte en clave de la ética:
“Todas estas realidades nos muestran a una humanidad que constantemente enfrenta la decisión de hacer el bien, de ser indiferentes o de dejarse llevar por el mal. Estos dilemas nos obligan a la reflexión, a pensar hacia dónde vamos y qué mundo queremos legar a quienes vienen después de nosotros.”
El apunte resulta importante en este contexto porque aclara que estas cuestiones lejos de ser privativas de una sola religión son en esencia asuntos de ética, son cuestiones antropológicas. Pone en evidencia a una humanidad intentando encontrar respuestas, los dilemas se presentan justamente ante la posibilidad de elegir varias opciones, ese carácter de ser libres (poder elegir), sumado al carácter racional (poder diferenciar y valorar las opciones), es lo que debería encaminarnos a ser responsables (prever y asumir consecuencias).
En este último aspecto es que la Iglesia como Mater et Magistra intenta dar respuestas orientadoras, señalando las causas éticas de los problemas sociales, de allí que el Papa Francisco haya señalado que:
“un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos; capaces de empeñarse en el bien común, este bien común que en este Siglo XXI no goza de buen mercado.
La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e, incluso, el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.”
Pero el Papa termina con una reflexión esperanzadora de aprendizaje en ética social:
“El pueblo mexicano afianza su esperanza en la identidad, que ha sido forjada en duros y difíciles momentos de su historia por grandes testimonios de ciudadanos que han comprendido que para poder superar las situaciones nacidas de la cerrazón del individualismo, era necesario el acuerdo de las instituciones políticas, sociales y de mercado, y de todos los hombres y mujeres que se comprometen en la búsqueda del bien común y en la promoción de la dignidad de la persona.”
En esta misma línea Peña Nieto señaló que:
“El respeto, la tolerancia y el entendimiento son cualidades que, independientemente de la creencia de cada quien, nos hacen mejores personas. Son el espacio de encuentro, desde el cual, dentro de las diferencias, podemos construir un mundo mejor.”
2. La política
En primer lugar cabe destacar el escenario pues se trata de la séptima visita de un Pontífice a esta tierra, sin embargo es la primera vez que un Papa ingresa al Palacio Nacional donde no solo fue tratado como jefe de Estado por su homólogo, sino que este en su discurso le reconoció como líder espiritual de una gran mayoría del pueblo mexicano.
El presidente Mexicano se refirió así:
“Como Jefe de Estado, hoy en Palacio Nacional, el Gobierno de México reconoce con honores su investidura. Como Papa, los mexicanos le damos la más cálida y fraternal bienvenida a nuestro país. Es la primera vez que el Sumo Pontífice es recibido en este histórico recinto. Ello es reflejo de la buena relación entre la Santa Sede y México.”
Más adelante en su discurso se refirió al tema del Estado Laico, separando las funciones que a cada quien corresponde cumplir, pero mostrando como dichos esfuerzos están articulados y todos apuntan al desarrollo de los pueblos.
Esta cuestión es de suma importancia y me atrevería a calificarla como eje central del mensaje de ambas partes. Hay que recordar que al llamado “estado laico” algunos lo han interpretado –y a veces se ha vivido- como un estado que elimina las creencias o les da poco valor, donde se rechazan las enseñanzas y aportes que puedan venir de las religiones solo por su origen y a la vez se impone una “religión civil”, tanto que en algunos casos reprime incluso la posibilidad de profesar una fe en público, en otras la ridiculiza, o a tropella sus valores y principios presionando a renunciar a ellos. En el contexto que estamos analizando se recuerda como caso célebre de este mal entendimiento la norma que existía justamente en México la cual prohibía a los sacerdotes utilizar hábitos en público, y asignaba una multa a quien cometiera la infracción. La multa fue impuesta incluso a Juan Pablo II en su visita este país en 1979, y fue pagada por el entonces presidente José López Portillo[1]. Por cierto el Papa tampoco tuvo en aquella ocasión una “invitación oficial”, sino que era tratado como “turista ilustre”[2]. Se debe subrayar que la Santa Sede y los Estados Unidos de México solo tienen relaciones diplomáticas desde 1992[3].
De allí que las declaraciones dadas el pasado sábado por los dos Jefes de Estado sean supremamente relevantes. En este caso la visión que se planeó de estado laico fue completamente opuesta a lo que por tradición incluso el propio Estado Mexicano había seguido, y es que lo que ahora se aclaraba es que en la sociedad todos los actores son importantes desde que tengan el objetivo común de trabajar por el desarrollo nacional. Que un Estado laico significa simplemente el Estado no asume ninguna religión en particular – por lo que se declara no confesional-, pero esta separación solo debe dar lugar a que el Estado asuma un profundo respeto de las creencias de todas las personas, a proteger por igual a todas las religiones, debe llevar a comprender que la religión –cualquiera que ella sea- constituye una parte esencial de la persona en su aspecto interior y trascendente y por tanto está íntimamente ligado con su conciencia, con su dignidad; pero que la religión también cumple una función social y esta dimensión le es propia en tanto congrega a un colectivo humano –que por cierto es muy numeroso-. Por lo que el Estado –y con mayor razón si dice ser democrático- debe tenerla en cuenta como un participante más de los diálogos en la construcción de sociedad, pero también como un elemento que puede aportarle a la consecución de sus objetivos.
El presidente Peña Nieto lo explicó así:
“A los gobiernos nos corresponde crear las condiciones para asegurar un piso básico de bienestar a nuestras sociedades, garantizando oportunidades de desarrollo para todos. Desde lo espiritual, a la Iglesia Católica y a las demás religiones del mundo, les toca seguir promoviendo la esperanza y la solidaridad, la fraternidad y, ante todo, el amor. De ahí la importancia de tener un Estado laico, como lo es el Estado mexicano, que al velar por la libertad religiosa, protege la diversidad y la dignidad humana. Por su parte, a los ciudadanos les corresponde practicar y transmitir los valores que nos permiten convivir y avanzar en sociedad.”
En el mismo sentido el Papa Francisco expresó que el compromiso por una sociedad mejor, por encontrar caminos de acercamiento era de todos, comenzando por los cristianos para entregarnos “a la construcción de una política auténticamente humana, y una sociedad en la que nadie se sienta víctima de la cultura del descarte”. Y enfatizó que:
“A los dirigentes de la vida social, cultural y política les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimentos, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz.”
Pero a reglón seguido aclaró que no se trataba solamente de actualización de leyes, “sino de urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro”, así como resaltó la corresponsabilidad de todos los miembros de la sociedad civil en la consecución del Desarrollo nacional.
“Le aseguro, señor Presidente, que en este esfuerzo, el Gobierno mexicano puede contar con la colaboración de la Iglesia Católica, que ha acompañado la vida de esta Nación y que renueva su compromiso y voluntad de servicio a la gran causa del hombre: la edificación de la civilización del amor.”
3. La sociedad
Hay tres apartes muy breves que quisiera resaltar del discurso del presidente de México en materia de sociedad:
“Reconocemos en usted al líder sensible y visionario que está acercando a una institución milenaria a las nuevas generaciones. Reconocemos al Papa reformador, que está llevando a la Iglesia Católica al encuentro con la gente.”
“Su visita trasciende el encuentro entre dos estados. Se trata del encuentro de un pueblo con su fe. Su Santidad, México lo quiere.”
“Somos una comunidad que valora a la familia; una sociedad solidaria y una Nación forjada en la cultura del esfuerzo.”
Los dos primeros es reconocer que hay un líder en otro campo distinto al suyo que tiene una clara influencia en el pueblo que él hoy gobierna. Pero especialmente en la segunda al hablar de un pueblo que se encuentra con su fe, también es el manifestar que el Estado no puede ser un obstáculo para estos ámbitos tan íntimos del individuo, sino que tiene que servir como un “posibilitante”. El Estado no es más que la creación política que hacen los pueblos para organizarse, pero que no pueden anular las múltiples dimensiones del ser humano, y menos si hablamos de democracia donde la defensa de las libertades debe estar en el corazón de ese sistema.
En cuanto a la tercera expresión es una clara declaración de principios, que intenta reivindicar la imagen que también el resto del mundo puede estarse forjando de su población debido a los múltiples problemas que enfrenta.
Por su parte del Papa Francisco como es su costumbre, se muestra cercano a ese pueblo, haciendo lo que muchos peregrinos hacen. “Hoy vengo como misionero de misericordia y paz. Pero, también, como hijo, que quiere rendir homenaje a su madre, la Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella.”
Y al referirse a México hizo alusión específica a dos temas: la diversidad cultural (y con ello la sabiduría ancestral), y también la importancia de los jóvenes.
“Su privilegiada ubicación geográfica, lo convierte en un referente de América; y sus culturas indígenas, mestizas y criollas, le dan una identidad propia, que le posibilita una riqueza cultural, no siempre fácil de encontrar, y especialmente valorada. La sabiduría ancestral, que porta su multiculturalidad, es por lejos uno de sus mayores recursos biográficos.”
“Pienso, y me animo a decir, que la principal riqueza de México hoy tiene rostro joven. Sí, son sus jóvenes. Un poco más de la mitad de la población está en edad juvenil. Esto permite pensar y proyectar un futuro, un mañana. Da esperanza y proyección.”
Dos caras (la juventud con su empuje y los ancianos con su sabiduría) de una misma moneda (la población). De nuevo entre líneas evoca lo que ha sido su mensaje reiterado y que en Rio de Janeiro en su mensaje a la Juventud expresaba así: “Entonces hagan lío, cuiden los extremos del pueblo que son los ancianos y los jóvenes, no se dejen excluir y que no excluyan a los ancianos, segundo, y no licúen la fe en Jesucristo.”[4]
Este mensaje resulta de vital importancia en un mundo que tiene desprotegidos a los más indefensos tanto al inicio como al final de la vida, no hay que olvidar la grave situación que viven algunos países donde los controles poblacionales (directos e indirectos) han llevado a una desestabilización profunda, amenazando incluso su desarrollo y su futuro.
De allí que concluye el Papa:
“Una cultura ancestral y un capital humano esperanzador, como el vuestro, tienen que ser fuente de estímulo para que encontremos nuevas formas de diálogo, de negociación, de puentes, capaces de guiarnos por la senda del compromiso solidario.”