Cada año, el día 22 de abril nos ofrece una provechosa ocasión para reflexionar sobre los retos de la sostenibilidad ambiental, la contaminación, la biodiversidad y el cambio climático. Desde hace lustros en esa fecha se celebra el Día Mundial de la Tierra, tanto en el ámbito del activismo ecologista (allí surgió esta efeméride en 1970) como en el marco institucional (la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó esa Jornada Internacional en 2009). También, desde la perspectiva eclesial podemos acercarnos a esta cuestión. Hay, al menos, tres enfoques al respecto, que se corresponden con tres palabras clave.
Primero, encontramos la noción teológica de la creación. Por ejemplo, en su Mensaje para la XXIII Jornada Mundial de la Paz, en 1990, san Juan Pablo II recordaba que “los cristianos descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe”. No es extraño, por tanto, que durante la Vigilia Pascual, después de proclamar la lectura del relato de la creación en el libro del Génesis, oremos pidiendo comprender “cómo la creación del mundo en el comienzo de los siglos no fue obra de mayor grandeza que el sacrificio de Cristo en la plenitud de los tiempos”. Es decir, que la teología de la creación no sólo remite al Padre Creador, sino también a Cristo Redentor. Como dice la Carta a los Colosenses, por medio de Cristo “fue creado todo, en el cielo y en la tierra: lo visible y lo invisible […]. Todo fue creado por él y para él, él es anterior a todo y todo tiene en él su consistencia” (1, 16-17). A este respecto, se leerá con provecho el segundo capítulo de la encíclica Laudato Si’, titulado “el evangelio de la creación” (LS 62-100). Siendo también útil traer a colación que todos los años, el día 1 de septiembre, celebramos la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, que da inicio al Tiempo de la Creación, iniciativa ecuménica.
En segundo lugar, tenemos la expresión casa común, incorporada por el papa Francisco en el subtítulo de la mencionada encíclica Laudato Si’, invitándonos al cuidado y salvaguarda de nuestro planeta. Si la creación es un término teológico, aquí encontramos una palabra de resonancias más bien espirituales. Inspirado en san Francisco de Asís, el Santo Padre recuerda que “nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos” (LS 1). Al mismo tiempo, “basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común” (LS 61). Como dijo Su Santidad en su Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación del 2022, “si aprendemos a escucharla, notamos una especie de disonancia en la voz de la creación. Por un lado, es un dulce canto que alaba a nuestro amado Creador; por otro, es un amargo grito que se queja de nuestro maltrato humano”. Por eso, la convicción de vivir en una casa común se encarna en iniciativas concretas que, al mismo tiempo, expresan y alimentan la vida espiritual: “De esa manera se cuida el mundo y la calidad de vida de los más pobres, con un sentido solidario que es al mismo tiempo conciencia de habitar una casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones comunitarias, cuando expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en intensas experiencias espirituales” (LS 232). En este sentido, resultará sugerente y fecunda la lectura del capítulo sexto de la ya indicada encíclica Laudato Si’. Animados por sus fecundas y pertinentes reflexiones, y vista la sequía que nos azota, podríamos cuidar de la naturaleza utilizando el agua de forma genuinamente responsable, procurando para ello ducharnos en vez de bañarnos, no dejar el grifo abierto mientras nos afeitamos o lavamos los dientes, instalar sistemas de ahorro de agua en grifos, duchas o cisternas, arreglar fugas o averías en las tuberías, usar sistemas de riego por goteo en los jardines, no vaciar las piscinas de forma injustificada, etc.
En tercer lugar, podemos hablar de ecología, término que nos vincula con las disciplinas científicas y con los movimientos sociales. La doctrina social de la Iglesia utiliza este vocablo hablando de “una ecología que, entre sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea” (LS 15), del “sentido humano de la ecología” (LS 16) o de una “ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales” (LS 137 y todo el capítulo 4 de la encíclica). El mismo papa Benedicto XVI, en un discurso ante el Parlamento Federal Alemán, el 22 de septiembre de 2011, se refirió a la aparición del movimiento ecologista en su patria como “un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni rechazar porque se perciba en él demasiada irracionalidad”. Valoró en dicha alocución cómo la gente joven “se dio cuenta que en nuestras relaciones con la naturaleza existía algo que no funcionaba; que la materia no es solamente un material para nuestro uso, sino que la tierra tiene en sí misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones”. En 2010, en su Mensaje para la XLIII Jornada Mundial de la paz, dicho Pontífice ya había subrayado con agudeza la responsabilidad de la Iglesia en la defensa de la naturaleza y el cuidado de la creación, don de Dios para todos, indicando que “la degradación de la naturaleza está estrechamente relacionada con la cultura que modela la convivencia humana, por lo que «cuando se respeta la ecología humana en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia». Los deberes respecto al ambiente se derivan de los deberes para con la persona, considerada en sí misma y en su relación con los demás”. Por eso, el papa Benedicto alentaba de buen grado una auténtica “ecología humana”, con la renovada convicción de la inviolabilidad de la vida humana en cada una de sus fases, y en cualquier condición en que se encuentre, de la dignidad de la persona y de “la insustituible misión de la familia, en la cual se educa en el amor al prójimo y el respeto por la naturaleza”. Y es que “hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49). Más bien, debemos captar “hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior” (LS 10).
Estas tres aproximaciones no son excluyentes sino, más bien, complementarias: teología, espiritualidad y pastoral social; creación, casa común y ecología. Incluso podríamos ver aquí un eco de los clásicos trascendentales: verum, pulchrum, bonum. En la tutela, el cuidado y salvaguarda de la Tierra convergen la verdad de la teología de la creación, la belleza espiritual de la casa común y la bondad de nuestro compromiso en el ámbito eco-social.
Mons. Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA
Artículo publicado en:
Diócesis de Jaén (diocesisdejaen.es)